<

Cisura

Cultura

Octubre

EL CURANDERO

PAREDON PAREDON

VIRGEN

LOS CHICOS DESAPARECEN

LES ENFANTS DISPARAISSENT

http://photos1.blogger.com/blogger/2389/2951/1600/LE CIRQUE NE MEURT JAMAIS

HECER EL ODIO

GONDOLAS

HECHO A MANO

EL CIRCO NUNCA MUERE

EL CAPITAN TRES GUERRAS FUE A LA GUERRA

HACER EL ODIO

09 enero, 2009

Disfunción, humor, tradición

A propósito de La cisura de Rolando, comentario de Hernán Bergara aparecido en el diario "Jornada", de Trelew.



“…mi libertad será tanto más grande y más profunda cuanto más estrechamente limite mi campo de acción y me imponga más obstáculos. Lo que me libra de una traba me quita una fuerza. Cuanto más se obliga uno, mejor se liberta de las cadenas que traban al espíritu.” (Igor Stravinsky, 1942).


En la ceremonia de premiación del certamen internacional de novela Letra Sur, celebrada en el Ecocentro, Puerto Madryn, Juan Sasturain, uno de los miembros del jurado, obligó cortésmente a otro, Martín Kohan, a improvisar los motivos por los cuales eligiera La cisura de Rolando como novela a su parecer ganadora. Kohan discurrió, entre otras cosas, acerca de los riesgos que la novela de Gabriel Báñez había corrido, y de los que salió, no obstante, ilesa. Las demás novelas, grandes candidatas al premio, habían tendido, en cambio, a (sic.) “pisar más bien sobre seguro”. Claudia Piñeiro, la tercera miembro del jurado, y el propio Sasturain, suscribieron tácitamente a esta teoría de los riesgos en la composición.
El señalamiento sobre la novela de Gabriel Báñez trasciende La cisura de Rolando y da cuenta de la poética general del autor. De su actitud frente al lenguaje. Es una actitud que está en La cisura de Rolando, pero también en Los chicos desaparecen, en sus textos sobre otros escritores y en su oralidad misma. Báñez parece habitar la escritura en relación con una falta, con una incompletitud constitutiva del sujeto. El Macías Möll de Los chicos desaparecen es paralítico y hace de su condición una fuerza; el Rolando homónimo de su cisura (ironía, o juego lacaniano de significantes) señala: “Escribo porque no puedo hablar”. La narración es en Báñez el producto de una disfunción, de un impedimento físico en sus personajes, en este último caso una afasia. Pero la discapacidad redunda, en términos generales, en la comunicación, más allá de parálisis y de cisuras. En el lenguaje. Este reconocimiento es el que permite el paso a la ficción como una dimensión que hace apología de la dificultad, de la traba, de la discapacidad comunicacional. Un lenguaje que denuncia la inexistencia, el carácter ideológico de la palabra como instrumento y como medio.
La cisura de Rolando, señaló Marcelo Eckhardt esta vez en la entrega de reconocimientos "Tela de Rayón" 2008 en Trelew, pertenece a una línea de la tradición literaria rioplatense que apenas puede describirse, por su discontinuidad, como línea. Una de sus características no menores sería el humor. El señalamiento habilita el deseo de instalar a Báñez entre Lamborghini, Laiseca, Arlt, Macedonio Fernández o siempre Borges, pero todo queda en el intento: este humor en particular no es un humor del que se parte, sino al que se llega. Surge por decantación, por el contraste entre un tono constante, de un homogéneo espesor, algo próximo al de Sergio Chejfec, y unos personajes disparatados, absurdos, entre el racionalismo científico y el esoterismo, crueles, burlones, descabellados y obscenos. Ese tono saturnino, violentado por notorios y en adelante insoslayables personajes como el psicoanalista Danilo Moran, autoproclamado “lacaniano peronista”, hace que la novela llegue al humor accidentalmente, y por lo tanto a un humor melancólico.
Es infructuosa la tarea de buscar filiaciones en La cisura de Rolando. Los mejores textos de la literatura han sido siempre reconocidos por su unicidad, por lo que han hecho con sus materiales o, en todo caso, por cómo han hecho propios materiales que son ajenos. Eso, paradójicamente sólo en apariencia, inserta a los textos en la tradición que merecen. Son textos que abren nuevos campos de legibilidad y que ponen al lenguaje contra las cuerdas, al límite de sus prestaciones ya conocidas, demostrando que esa sustancia de la que estamos hechos responde siempre, y siempre de modos diversos, pero a cambio de que se la haga funcionar bajo presión. Los grandes textos son los que hacen agonizar al lenguaje. Y La cisura de Rolando da cuenta de esta pugna, o más precisamente: de la palabra en un estar debatiéndose con sus límites, en presente continuo.
Muchos escritores, por esta “cuestión personal” con el lenguaje, se han ganado o han padecido el mote de escritores malditos: Benito Lynch, Alberto Laiseca, Macedonio Fernández y un Roberto Arlt que descompuso la falacia de Florida vs. Boedo. Son escritores reconocidos únicamente cuando el jurado concede valor a la ficción, ante todo, en tanto que ficción; pero sus obras, que no suelen venderse por millones, perviven largamente por sobre el fetiche de lo cuantitativo. Estos escritores son, sin embargo, la contracara de la figura de los escritores recluidos en la torre de marfil: están al acecho en una grieta, con las formas del exilio, denunciando el hurto del poder, su apropiación maquinal de las palabras.
Casualmente y sin frecuencia, novelas como La cisura de Rolando roban, potencialmente para todos, la palabra.