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HECER EL ODIO

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EL CIRCO NUNCA MUERE

EL CAPITAN TRES GUERRAS FUE A LA GUERRA

HACER EL ODIO

29 junio, 2009

Gracias por escribir, Peña


Gracias por volar conmigo (Sudamericana) es el título del libro que Fernando Peña dejó como un saludo al aire para sus lectores. Acaso porque Peña fue eso, un escritor volátil, sin obra (en el sentido más tradicional del término), que empezó con algunas frases y personajes en pleno vuelo y terminó con notas en caída libre, franca, desde su columna en "Crítica". Podía herir y conmover, una o dos frases le bastaban para poner en picada su histrionismo aleve, corrosivo, siempre tierno. De sus notas, una expresión al vuelo, de la mejor y más provocativa escritura: “No soy gay, soy un puto sufrido”. ¿La escribió o la dijo? No importa. El género Peña empezó por los altavoces de American Airlines como comisario de a bordo y esa frase bien podría resonar en los labios de Truman Capote o en la voz metálica de un descenso que ordena “ajustarse los cinturones”. Peña era turbulento y su turbulencia se hacía letra: despótica, genuina, hiriente, anárquica. Hay una escritura que sufre en Peña y si eso es ser “puto”, como repetía, la validación correspondiente debería ser la de una “escritura puta”.
En Gracias por volar conmigo aparece tan sólo una parte de su historial verborrágico, el anecdótico, pero es más que suficiente para poner a prueba su versatilidad de improvisador y su intacta angustia. Dolor y palabra siempre en el borde, como su sitio web (enelborde.com), que empujaban un poco más allá de lo permitido: humor entonces, linde y desesperación. Acaso por ello, más que sus personajes, Peña fue verborrea de la que pueden desprenderse definiciones sensatas, brutales: “La vida es como Flavia Palmiero... Linda y puta”. O esta otra: “Me trasformé en un burgués de mierda que tiene todo lo que quiere”. Una de las que más se le recuerdan: “A Susana (Giménez) la mato yo”. La última y más genuina, quizá: “Soy un fabricante de putos”. Sin embargo, por encima de sus bofetadas rutilantes, había un narrador en estado salvaje, sensible hasta la exasperación, que cuenta, que sabía contar en aparente estado apacible, incluso: “Cristina, mucho gusto. Mi nombre es Fernando Peña, soy actor, tengo 45 años y soy uruguayo. Peco de inocente si pienso que usted no me conoce, pero como realmente no lo sé, porque no me cabe duda que debe de estar muy ocupada últimamente trabajando para que este país salga adelante, cometo la formalidad de presentarme. Siempre pienso lo difícil que debe ser manejar un país... Yo seguramente trabajo menos de la mitad que usted y a veces me encuentro aturdido por el estrés y los problemas. Tengo un puñado de empleados, todos me facturan y yo pago IVA, le aclaro por las dudas, y eso a veces no me deja dormir porque ellos están a mi cargo. ¡Me imagino usted! Tantos millones de personas a su cargo, ¡qué lío, qué hastío! La verdad es que no me gustaría estar en sus zapatos. Aunque le confieso que me encanta travestirme, amo los tacos y algunos de sus zapatos son hermosísimos. La felicito por su gusto al vestirse. “Mi vida transcurre de una manera bastante normal: trabajo en una radio de siete a diez de la mañana, después generalmente duermo hasta la una y almuerzo en mi casa. Tengo una empleada llamada María, que está conmigo hace quince años y me cocina casero y riquísimo, aunque veces por cuestiones laborales almuerzo afuera. Algunos días se me hacen más pesados porque tengo notas gráficas o televisivas o ensayos, pruebas de ropa, estudio el guión o preparo el programa para el día siguiente, pero por lo general no tengo una vida demasiado agitada…”, le escribió en carta abierta a la Presidenta de los argentinos desde su columna. Fue a raíz del recordado exabrupto con D’Elía. En esa nota, además de la bronca encendida que viene después de su presentación “formal” (ironía de ironías ponerle comillas a un formal de Peña), el narrador deja espacio para la cordial invocación: “Quiero creer, Cristina, que Luis es solamente un loco lindo que a veces se va de boca como todos. Quiero creer que es tan justiciero que en su afán por imponer justicia social se desborda y se desboca…”
Signo de mordacidad de un relato que resume su acto de fe, el recorte de una lectura justiciera para ese cronista que también llevaba sus memorias a contracorriente. Las escribía a la noche, de madrugada, como tatuajes en la cabeza: algunos podían verlas, otros no. Demasiado visibles, sólo él las interpretaba. Es que este Peña en exposición era también y, sobre todo, un formidable escritor ausente, una figura de autor del espectáculo que se autoexcluía, mejor dicho, sin tomarse nunca en serio. Suerte para sus lectores en foro. Exonerado de las letras, no habrá dejado mucho libro impreso, pero sí algunas heridas en check in que él lograba travestir con la anuencia de un estilo brutal, delicado, imprevisible siempre. Gracias por volar con nosotros, Peña, y gracias por escribir cosas tan sencillas y rotundas como ésta: "Antes de ayer me tocó otra vez bailar con la muerte de cerca. Se murió el padre de un amigo y me sacó a la pista. Decí que soy ducho ya en la danza..."

23 junio, 2009

Merci, mes amis!


Argentina en la Feria de Frankfurt 2010
El programa “Sur” de apoyo a las traducciones sigue sumando títulos. Se traducirán La ciudad ausente, de Piglia (al francés); El aleph, de Borges (al malayo); Un chino en bicicleta, de Ariel Magnus (al rumano); La muerte como efecto secundario, de Ana María Shua (al inglés); Las noches de flores, de César Aira (al alemán); Los chicos desaparecen, de Gabriel Báñez (al francés) y El murciélago azul de la tristeza, de Alfonsina Storni (al alemán). “Los chinos explicaron que van a invertir 500 mil euros en su programa de traducción cuando nosotros estamos destinando 250 mil euros –compara la presidenta del Comité Organizador–. Pero ellos tienen más de 1300 millones de habitantes contra los casi 40 millones nuestros.” Faillace sacude papeles y confirma un dato importante sobre las traducciones de autores latinoamericanos en Alemania. “De los 160 libros que se editaron el último año en ‘otros idiomas’, 40 son argentinos. El 25 por ciento de todos los títulos latinoamericanos que tradujeron los alemanes es de autores argentinos.” La presidenta del Comité Organizador cuenta que llevará a Berlín el Partenón de libros que hizo Marta Minujín en diciembre del ’83, cuando asumió Raúl Alfonsín. “La idea es hacerlo en la Plaza Seca donde los nazis quemaron libros. Después donaríamos los libros al Instituto de Cultura Iberoamericana de Berlín, que se fundó a partir de la donación de una biblioteca argentina de la familia Quesada”, explica.
(Fuente: Página 12)

15 junio, 2009

Los informes seudocientíficos me tienen harto

La semana pasada una investigación reveló -entre cientos de estudiantes- que aquellos jóvenes que se relaciones afectivamente con mujeres “lindas” o “muy bonitas” se atrasan o “atontan” en sus estudios. El mismo estudio demostró que a las jóvenes no les ocurre lo mismo: continúan con sus tareas escolares sin desatenderse. El mes anterior una universidad de Nueva Zelanda llegó a la siguiente conclusión: los estudiantes que miden más de 1,90 tienen dificultades para las ciencias humanísticas. En Dusseldorf, un centro de investigaciones arrojó la siguiente evidencia: los hombres pelirrojos están más sujetos a ser abandonados por sus parejas luego de cuatro años de relación estable o matrimonio que las pelirrojas. Profunda conclusión. Un centro de investigaciones de Canadá reveló que los individuos que comen mucho maní tienen menos posibilidades de contraer enfermedades linfáticas. Estadísticas llevadas a cabo en Bruselas por un grupo de investigadores señaló que las personas que pasan más tiempo en aviones tienen, con los años, problemas con el sueño y sufren de pesadillas. Realizar crucigramas, para los resultados estadísticos efectuados por científicos alemanes en un centro de gente con problemas de alzheimer, es altamente beneficioso. La ingesta de frutas secas, indicó una universidad de la India, favorece los niveles de colesterol y mejora la actividad hepática.
Día tras día las informaciones periodísticas dan cuenta de estas volátiles conclusiones llevadas a cabo por presuntos centros de estudios o universidades que vuelcan su saber, estudios y consejos en resultados tan extravagantes como inciertos. Los lectores estamos bombardeados por informes seudo científicos que alertan sobre los beneficios eróticos del chocolate, el arroz, el cabernet-sauvignon o la ingesta de semillas de girasol. Cada tanto, por períodos, estas afirmaciones se revierten y demuestran lo contrario. Comer barras de cereales es bueno, comer barras de cereales es malo. El vino destruye, el vino favorece el corazón. Una de las más sugestivas alertas mediáticas en torno a la salud comunitaria surgió de una universidad de Corea del Sur: el té verde, que antes se creía antioxidante, ahora sería pernicioso para la memoria. Curioso: como si la memoria fuera la capacidad de recordar y no –precisamente- de olvidar. Los nipones que comen gato serían menos ágiles que los se alimentan de fideos de arroz. El mono, se ha demostrado, es hijo del hombre del futuro.
La vulgarización del cientificismo, opuesto al saber científico, ha llegado a una frivolización tal que –en lugar de aplicarse al bien común- se desvive por una sola cosa: la competencia mediática. Mientras pueriles investigadores se aplican a demostrar que el maquillaje femenino en demasía “espanta” a los hombres, otros estudios han revelado que el maquillaje femenino atrae a los hombres de más de cuarenta. Son datos que circulan en todos los medios. Día tras día conviene el brócoli y día tras día debemos evitar el brócoli hervido en demasía. Lo mismo puede decirse del idioma gestual, de la vestimenta, del color de piel, de las bebidas, de hábito de comer carne, zanahorias, o morcilla vasca. La espinaca, que era buena para Popeye, ya carece de todo valor energético.
Los informes seudocientíficos saturan la red y han ganado presencia notoria en todos los medios. Avalados, claro está, por profesionales de la salud que más se interesan por su imagen en cámara y los cables sueltos de las redacciones que por el rigor académico de aquellos investigadores que, en silencio, con sueldos miserables, ignorados por la mayoría, y hasta despreciados incluso, se queman las pestañas en los laboratorios experimentando e intentando aislar virus, bacterias y males que ciertamente aquejan a la humanidad. Cada vez que leo que tal o cual centro de estudios ha probado que la berenjena optimiza los embarazos o es factor determinante para el color de ojos de los futuros bebés, me digo: de aquí en más voy a introducir berenjena en la dieta de mi perro macho. Ese es el valor que merecen ese tipo de informaciones, si es que uno, claro, valora su salud mental.
Lo concreto: esta desdeñable divulgación seudocientífica de carácter mediático ha irrumpido e irrumpe en todos los hogares con una impunidad de la que es difícil salir o ignorar. De todos modos, la prueba más concluyente de estos estudios al pedo dan cuenta de lo idiota que pueden ser tanto sus emisores como quienes dan fe concluyente de sus resultados. Y de quienes los propalan. La frivolidad parece haber devorado los genuinos objetivos de algunas universidades y centros de estudios, por llamarlas de alguna manera. Es patético. Unos recientes estudios llevados a cabo en Groenlandia afirman que quienes escriben crónicas periodísticas como “impresiones” carecen, en un ochenta por ciento, del llamado “sentido común”. Es tranquilizador. Como lector y apasionado de la verdadera divulgación científica –no de la trucha- leo los avances concretos que se hacen en la UNLP, en nuestra modesta y valiosa UNLP. Unos pocos ejemplos: alimentos libres de colesterol, productos para celíacos, leche sin impurezas, panes o alimentos sin conservantes, etc. Escribo esta crónica con un buen vaso de vino al lado. No por el corazón, sino por afición. Nada más higiénico y saludable que el deseo. Mi perro, Tango, me mira con sus ojos azules mientras devora su berenjena. Aunque comer gofio extendería nuestras vidas.

08 junio, 2009

Sin paracaídas



Desde la revista En marcha, Gabriel Báñez nos habla de su experiencia con extraterrestres, cuenta su tratamiento para perder el pelo y desarrolla la teoría de la mujer-tarta después de la invasión de EE.UU. a Irak:


REVISTA "EN MARCHA", n° 52, MAYO DE 2009

Por Soledad Franco

Quién es
Gabriel Báñez nació en La Plata en 1951. Es escritor, periodista y director de La Comuna Ediciones. En octubre de 2008 ganó con La cisura de Rolando el premio internacional Letra Sur y pese a que no era un escritor desconocido (había sido finalista del premio Juan Rulfo con El circo nunca muere, su novela Los chicos desaparecen ya era un film y Cultura (Mondadori, 2006) se vendía como pan caliente) su notoriedad creció. El jurado integrado por Martín Kohan, Claudia Piñeiro y Juan Sasturain, seleccionó su obra entre un total de 293 candidatas remitidas desde varias provincias y del exterior.

Desde hace tiempo dicta un taller que se ha
vuelto legendario, un poco por el prestigio
pero también a la manera de la leyenda del
oro: quienes lo experimentaron no saben dar
señas seguras al respecto y aquellos que han oído
el rumor lo rastrean hasta la oficina del primer
piso del Pasaje Dardo Rocha desde la que dirige la
editorial para averiguar si existe, si empieza y en
qué momento.
Lo sé porque trabajo allí y atiendo los llamados.
También porque fui a ese taller.
La posición desde la que le hago estas preguntas
me permite indagar en su pasado y traicionar
algunos de sus secretos y delirantes proyectos
futuros. Les presento aquí un Báñez en camiseta.

-Hay personas que se convierten en escritores
por caminos nada complicados.
Pongamos Borges, cuentan que a los seis
años le dijo a su padre que quería ser escritor
y, dado su entorno, es como si trazaras
una línea de un punto a otro con un lápiz y
una regla, ¿de dónde venís vos? Cuándo
decidiste que querías escribir, ¿imaginaste
algún camino?

- Vengo del barrio de La Loma, de una casa chorizo
de la calle 38 nº 1164, si mal no recuerdo,
entre 18 y 19. Ahí empiezan las historias, en el
encierro familiar de un orden laboral de cacofonías
llamado madre/padre y de un pibe de
pocas palabras que debía esperar a que la primera
llegara para que se abriera la puerta y él poder
salir a la inseguridad. Muchos trabajos, poca
plata. Nadie que cuidara al pibe. Entonces encierro
y libros: libros con dibujos, un diccionario con
dibujos, historias que se iban contando con más
dibujos. Los dibujos eran evidentes, las palabras
no tanto. Por lo que por esa falla, creo, yo las
inventaba. Había un dibujo con un planeador en
uno de esos diccionarios y yo le había adosado
una historia de un piloto que se lanzaba sin paracaídas
para caer justo en la plaza de La Loma.
Caía parado y tranquilo. Esa primera historia la
recuerdo. El piloto debía ser yo, obvio. El planeador
seguía su curso y se estrellaba contra la iglesia
del barrio. Siempre fui muy creyente. En esa
época, seamos rigurosos con la época, los jardines
de infantes con salitas multicolores casi no
existían, y había madres que pensaban –acaso
con buen criterio- que depositar chicos en esos
jardines era algo así como inhumano. Hoy existe
la palabra sociabilización que se adapta a las circunstancias
de las criaturas en edad de salita rosa,
digamos. Por eso: el camino nunca fue imaginado.
Empieza en el tranvía 7, imaginando historias
a través de las ventanillas. Lo mejor del aprendizaje
aparecía en los que tomábamos ese tranvía.
Porque el tranvía era la lentitud. La escuela a la
que me enviaban quedaba lejos y los transportes
escolares eran para los ricos, aunque no eran
transportes, eran autos cargados de chicos de
familias pudientes con choferes. La ansiedad
empieza por más.

-Dicen que empezaste a comentar libros
en Clarín a fuerza de calentar la silla de la
recepción del director del área, ¿es así?,
¿Podés contar esa historia?

-Sí, claro. Me fui metiendo de a poco.
Averiguando quién estaba a cargo de la sección,
montando guardia, esperando, intentando hablar
con él. Hasta que se dio la oportunidad, un libro,
dos para comentar, y así. Meses y meses. Nada del
otro mundo, ningún amiguismo. Terquedad,
insistencia. El jefe de la sección, que entonces se
llamaba Cultura y Nación, era Fernando Alonso.
Un tipo despótico, de a ratos entrañable, cargado
de amabilidad y temores, temores provenientes
de cierta ignorancia, creo. Muy odiado, muy querido,
muy olvidado. Un hombre gris que sin
embargo me abrió la posibilidad de entrar a
Clarín y luego la oportunidad de padecerlo. Pero
en Clarín conocí a grandes cronistas, firmas
importantes, tipos como Sábat, Sdrech, Gregorich
y otros. Había un tal Rocamora, un tal
Jorge Asís, que en esos años explotó de fama con
un libro no bien yo ingresaba, Flores robadas en
los jardines de Quilmes
. Yo había editado un primer
o segundo libro en De La Flor, por aquel
entonces, El capitán Tresguerras fue a la guerra.
Y Asís, cuando un día alguien me lo presentó en la
redacción, me dijo: “¿Así que vos eras el ecuatoriano?”.
“¿Por?”. “Yo vi ese librito por ahí, y como
Divinsky siempre edita latinoamericanos, pensé
que el autor era un ecuatoriano”, dijo. “Soy –le
dije-, nací en Quito”. No le gustó, creo.

- ¿Cómo fue tu experiencia en Crónica?
¿Aportó algo a tu literatura?, ¿Qué hay de
cierto en una habladuría que te pinta
haciendo una performance al estilo Fabio
Zerpa?

- En Crónica, muy rauda. Pero ambulé por montones de redacciones. La
música de aquellas Olivetti y Lexington me dio algo del
ritmo de la escritura. Hay una música que los viejos
perros de redacción ejecutaban y al oído de uno llegaba
el lenguaje. Es melodía invisible, pero queda flotando
como una historia de muchos, casi anónima, sin pertenencia
porque la composición es una historia. Los aportes del
periodismo a mi literatura deben ser desprendimiento
puro. Ninguna historia me pertenece. Uno es cronista
de lo que puede menos de sí mismo. Lo de la performance,
ja, está muy bien llamarla así, tiene todo de
cierto. Fui abducido en los
años ‘80, viajando en un

Citroën, en plena avenida 9 de Julio, frente al edificio
de Obras Públicas. Eso fue un año antes de la
Guerra de las Malvinas. Atravesé una neblina en
plena avenida y de golpe aparecí, con auto y todo,
en medio de un panorama desolador, una ciudad
semi destruida, conocida pero extraña a la vez.
Raro. Sin tránsito, sin gente. Luego reaparecí en
medio del caos y con el auto girando en el
Obelisco. Miro la hora y habían pasado dos horas.
En blanco, cuando fue una experiencia de segundos.
No estaba solo. Mi mujer, a mi lado, pasó por
lo mismo. Días después hice una experiencia con
Tu –Sam (padre), quien me hipnotizó. Y alcancé
a percibir en una especie de ensoñación a unos
seres extraños que me rodeaban y me implantaban
un chip en el brazo derecho. Aún lo tengo,
incluso guardo un par de placas radiográficas en
donde se lo puede identificar con nitidez. Pasé por
tantas redacciones que, como ya te dije, siempre
fui muy creyente. Supongo que me monitorean.

- Tu primera novela apareció De la Flor,
¿De qué manera conseguiste su publicación?

- Logré editarla gracias a que me la rechazaron.
Cuando me dieron el no, dije: ‘pero claro, cómo
no me la iban a rechazar si les presenté el original
equivocado, éste no es’. La encargada en ese
entonces –Divinsky estaba exiliado en Venezuela,
creo-, me miró sin entender. Antes de que dijera
algo, le aclaré que en media hora le alcanzaba el
original correcto, que estaba en otra editorial. En
ese entonces De La Flor quedaba en la calle
Uruguay. Así que bajé, compré una carpeta de
otro color, y a la media hora entregué el mismo
original pero encarpetado en azul, digamos. Y lo
aprobaron, a los tres meses me llamaron y firmé
contrato. No es lo mismo un tono que otro, no
hubo error ni desidia en la lectura.

- ¿Cómo es la relación con tus editores? ¿Y
cómo editor? ¿Qué criterios usás para
decidir que un texto alcance la forma de
libro y otro no?

- Muy buena, soy amigo de mis editores. No tengo
un criterio, no podría tenerlo. Algo me gusta, me
parece bueno, y luego lo entrego para lectura de
otros. Una persona en quien confío, tanto como
que es mi alter ego intelectual, es Soledad Franco.
Ella puede leer en verde, pongamos, yo en azul.
De pibe veía árboles con la copa azul. La lectura
crítica es una motosierra.

-¿Cuántas “carreras” universitarias empezaste,
por qué las elegiste y qué te llevó a
dejarlas?

- Empecé cuatro carreras y todas me abandonaron.
Estoy en receso universitario desde hace
mucho. Es una omisión. Letras, Historia,
Filosofía y Cinematografía. En la que más duré
fue en Cinematografía, en Bellas Artes. Tres años.
Pero lo único que me interesaba era guión cinematográfico
como materia. Tuve que dejarlas
para trabajar, hacer de taxista, oficial de pastas y
hasta artesanía con cadenas a las que soldaba y
hacía lámparas, pies de percheros, apliques, ceniceros,
esas cosas. Soldadura de punto hacía, con
electrodos. Me había armado un pequeño tallercito
pero un día una chispa lo quemó. Perdí todo.
Siempre son los detalles los que hacen chispa y
alientan el incendio. Perder es eso: hacer chispa.

- ¿Qué otros oficios desempeñaste antes o
en forma paralela a poder vivir de la escritura
y de los libros? Si no hubieras sido
escritor, ¿qué es lo que más te hubiera gustado
hacer?

- Fui pintor también, pero de casas. Crié árboles
enanos un tiempo y anduve metido en una granja
para criar pollos. Nada me hubiera gustado
hacer, ninguna frustración. O sí: sacerdote o
psicólogo. Algún día voy a instalar un consultorio,
algo escueto, más bien frío con algunas miniaturas
africanas y una mesa lacaniana. Pero no es
una frustración, es algo que a lo mejor logro.
Atendería por Ioma, un bono en tono violáceo, los
tonos son importantes. Como psicólogo falso
sería muy verdadero, eficaz, quiero decir.

- En "El curandero del cuarto oscuro" y en
"La Cisura de Rolando", (por nombrar dos títulos alejados en el tiempo) aparecen madres que se dedican a la costura y al esoterismo y
padres bohemios; en casi todas tus novelas
se califica a alguno de los personajes
principales como “disfuncional” o “bipolar”,
¿qué hay de tu vida en tu obra?

- Yo soy un disociado, no a la manera balzaciana,
sino en un sentido Báñez. Y lo que escribe Báñez,
me dicta mi yo, es costura, hilvanes, pespunteado.
Coso para afuera como mi madre escribía para
afuera también. Mi homenaje de costurero es:
todo lo hago chingado, como ella decía cuando
estaba activa. Mi vida en obra es una manga ranglan
que no cae bien, una solapa defectuosa.
Recibí de joven shocks insulínicos para hacerme
entrar en razón, y de aquellas amables y tibias
sesiones retengo la bipolaridad, no como una
patología sino como una sensación agámica:
Báñez ve a Báñez paseando por un jardín en día
de visitas mientras se asoma por la ventana de su
habitación 8, recuerdo el número. Luego la mermelada
de ciruela para subir el azúcar. El té recargado,
Robertito arrancándose el pelo con una
pinza y las voces en gemido de otros, la de Farías,
que decía que estaba allí adentro por “un error
infame de la sangre de Cristo”. Farías daba misas
instantáneas, a toda hora. Una enfermera me
explicó que era esquizofrénico. Pero yo me arrodillaba
y rezaba cuando Farías hacía la señal de la
cruz. Más que creyente, como creo haber dicho y
repetido, soy devoto.

-En varios de los reportajes que diste últimamente
sostenés que “Madre es lenguaje
y padre es escritura”, ¿podés explicar esa
frase?

- Sí: llegué al mundo y estaba madre esperándome,
con forma de palabras, con estilo de lenguaje.
Luego padre nos abandonó y me puse a escribirlo.

- Casi todos los escritores suelen tener
consejos o recetas; algunos como Quiroga,
Pynchon o Cheevert, los comparten con
sus lectores: ¿Cuál sería tu decálogo para
quienes quieren ejercer el oficio?

- No hay decálogo. Sí una frase robada a
Montherlant que dice que hay que escribir como
si uno estuviera muerto y otra escamoteada a
Báñez que aconseja nunca hacer buena letra.
Somos todos perdedores, eso. Saberlo desde el
vamos.

- Sé que tenés entre manos dos nuevos
proyectos de escritura, una nueva novela y
un libro en colaboración sobre la relación
mujer-tarta, me gustaría que te explayes
al respecto.

- El libro cuenta en proyecto cómo Hitler llegó a
nuestro país. Y cómo cientos, miles, lo veneraron
sin saberlo. No es ficción del todo. Es parte del
trabajo de información de un espía que trabajó
con un contacto femenino en Bariloche. Pero
no es Bariloche una ciudad confiable. Los contactos
menos. El otro proyecto se podría llamar
Tarta de mujer, ya que hay una relación cosmogónica
y ontológica entre la mujer y las tartas.
La vamos a escribir con Luis Chitarroni, él entiende
y yo asumo que si Estados Unidos invade como
invadió Irak, algo de eso puede explicarse y
remediarse con una tarta de puerros. Hay
muchas variedades que explican el origen de las
cosas, de acelga y jamón y huevo, por ejemplo. La
tarta es recipiendaria, admite la teoría vulgar del
jamón y queso tanto como la ansiedad en las
sociedades modernas. Pero es la mujer quien únicamente
tiene el saber, la noción tarteril de cómo
es el mundo y hacia donde vamos. Cebolla y
queso, por ejemplo, es una de las pocas aceptadas
por los hombres. Nuestra ignorancia con respecto
al conocimiento adquirido por la mujer en
milenios de humanidad es colosal, hay que ver
nomás los rebordes, la circularidad de ese saber
esencial.

- Si te estuvieras autoentrevistando, ¿qué
te preguntarías?

- Si me estuviera entrevistando, ¿qué me preguntaría?


28 mayo, 2009

Algo no alcanzó a salir en la foto

Afortunadamente, este retazo nunca fue premiado. Pura casualidad: nunca tampoco lo envié a concurso. Precisamente. Lo escribí al día siguiente del suicidio de mi amigo, JCP. Ayer lo encontré. O al revés. Los suicidas son gente cordial, cercana. Hay unas palabras a mano para mi ausente hermano y amigo, las repito al oído, como una letanía, durante los días soledados y tristes. Sontag insistía: "la mayoría de los narradores de hoy le teme a la emoción". No le temo. Tampoco a las nuevas dedicatorias. Agrego hoy, ignoro el motivo, una, dos más: a Miguel Ángel Muñoz y a Maguila. No los conozco y reitero el adverbio: precisamente.


En el encuadre somos cuatro sonrisas al frente y la basílica por detrás, partes desnudas de árboles, gente al fondo, un nublado. No sabía que vivía esta foto, no la recordaba. Uno nunca puede saber las cosas que existen, son tantas. Pero ahí estábamos y ahí seguimos estando, los cuatro: él, yo, mi madre y mi padre. Tenemos un gesto fotogénico, hace familia y frío. Más de treinta años. La escena existió, se hizo para este blanco y negro, para esta mirada de treinta años después. Nos tengo en la mano. Muevo la foto y todos nos movemos, estamos unidos en la rigidez. Ahora seguimos unidos en el recuerdo que nos conoce. Estas cosas las entiendo, seguro. Hace frío en el papel brillante, tenemos sobretodos y Jorge tiene una bufanda verde y lo que antes se llamaba un paletó, cruzado, hasta un poco más arriba de las rodillas. Por sobre mi cabeza sube la curva final de la cúpula y un poco más arriba debe estar la cruz. Veo esa curva, pero en la foto no existe, la basílica es de líneas rectas. Será que uno se empecina en las cosas que no son. Lo pienso ahora, con la foto en la mano. Pero sigo sin entender, son tantas las cosas que existen por arriba de la mirada de uno. La felicidad nunca pudo hacer feliz a nadie, ¿no, Jorge? Eso le hubiera dicho. Pero no pude, llegué tarde.
Siempre estamos tarde de todas las cosas, del mismo mundo estamos tarde. Como cuando descubrí esta foto que no sabía que existiera. Es raro, yo la descubrí y él se suicidaba al otro día. Me dijeron que se sentó en un banco de la plaza central de la ciudad y que se mandó un tiro en la cabeza. Un tirito tendrían que haber dicho, pero el diminutivo lo pusieron al final: fue a la nochecita. Así dijeron. Yo pensé: por eso lloraba. Es que en el momento en que descubrí la foto me puse a llorar. Un llanto tranquilo, suave, como si una memoria se pusiera a llorar.
Ahora me empecino con la foto: la muevo, nos movemos; la giro y giramos. Pero el llanto no aparece. Tendría que venir esa apariencia. ¿Llovió aquella mañana en la foto? No me acuerdo. Las personas somos moscas: hoy estamos y mañana también. Pero no las mismas, otras. Lo que pasa que las moscas vivimos tan idénticas, tan poco. Nos tengo en la mano y nos ponemos cabeza abajo. Las baldosas que rodean la basílica son el cielo. Nada sirve la pena. ¿Por qué fui a buscar esta foto y él se mataba al otro día? Marlene cree que puedo adelantarme a los hechos. A lo mejor. Pero no es adelantarse, es quedarse quieto y dejar que los hechos vengan a uno.
Los hechos: una foto, un gesto, un sonido, una sensación, un color, un banco, a la nochecita. Las más cercanas son las sobrenaturales. Esto hay que entenderlo. Ahora lo miro cabeza abajo y me doy cuenta. Está mirando rápido a la cámara, es una sonrisa de arcada, un pudor justo en el clic. Siempre estaba apurado. Nos veíamos cada seis o siete meses, por oírnos, por buscarnos. Creo que así sabíamos que estábamos vivos. Tomábamos una ginebra y nos acordábamos de nosotros. Nos traíamos del barrio, de la infancia. ¿Te acordás? Siempre la misma pregunta. ¿Te acordás? Nos traíamos pero era para volvernos. Nunca más aquella ignorancia. Él me miraba desde el fondo del vaso y me mentía. Yo también. Nos contábamos mentiras para poder charlar un rato. Después se iba rápido, como con vergüenza, pero la vergüenza era mía: me sentía prófugo. Una tarde me lo dijo. Con esas palabras. Yo le puse más palabras, para calmarlo. Es ridículo criar palabras. A él no le sobraban y se suicidó. Tenía unas pocas que yo recuerde. Pero no las voy a decir, son sagradas: él las mató. Fue un crimen a la nochecita, los suicidas tienen esas burlas.
La foto crece. A la basílica le salieron dos torres: en cada una hay un reloj. Son las tres y cuarto de la tarde. En punto. Es la hora que nos pusimos para mirarnos. Los dos relojes tienen la misma devota exactitud. Un milagro el tiempo. ¿A qué habíamos ido a la basílica? A agradecer. No es una ironía decir que la Virgen logró un milagro, que pudo concretarlo, que efectivizó un milagro. Los milagros son lugares comunes y objeto de culto. En las calles y en las palabras hay santeros, olores, gritos y el venerable escándalo de la fe. La capilla de Jorge era la militancia política. El biombo. La jerga le subía a los labios cuando menos lo pensaba. La jerga era para no pensar, para no estar triste. A mí no me engañaba: pensaba no y decía sí. Digo pensar: una palabra de fe. El pensamiento es un altarcito. La religión política no basta. ¿Te acordás, Jorge? Toda la vida te esforzaste por ser ateo. No se puede. Uno ve la foto y cree. Yo mismo, escucho a Marlene y creo. No hay salida con la fe. Tantos años de amistad y un solo comprobante: esta fotito de mierda, estos cuatro de mierda casi abrazados.
A veces me pregunto cómo será la vida desde otro cuerpo, si será la misma. Un poco más arriba de los relojes la foto termina. Hay aire, pero está extenuada. Yo veo dos agujas que tienen que existir, es forzoso que existan. Un poco más atrás de la foto ya estábamos en este momento. Marlene es intelecto puro y odias las fotos. No tiene ninguna de cuando era más Marlene. Marlene: repito el nombre y se diluye, se va perdiendo. Los nombres hacen a las personas: las personas se van acostumbrando a sus raíces y desinencias, al significado arbitrario de cada letra y sonido. Hay nombres que terminan agotando a sus portadores. La cama es la letra de Marlene.
Con la mirada es al revés: se cansa pero no termina. Cuanto más mira, más está. La mirada es un fervor. Y el fervor es lo que hace verdaderas a las cosas. Vos lo decís siempre, Marlene. Los cuatro que somos en la foto me miran en la emulsión. Yo mismo me miro desde allí. El espacio se pierde, no es necesario bajar los párpados.
Fue así: estás casi doblado, en el banco. Al lado hay un bolso azul. En el bolso veo cosas para la mirada de los demás: un jaboncito de hotel, una toalla rosa con una línea de pespunte rojo, un peine marrón, un revólver 22 corto. Lo que no veo es la bufanda verde, parecida a la que tenías treinta años atrás en la foto. Es raro, tiene que estar. También hay balas sueltas, balitas para pasar la noche y un documento. La desesperación son esas migas, pero si pasaran un aviso dirían que se trata de un kit de supervivencia. No te rías. Ahora viene cuando te apuntás la bala. No hay ensayo. El banco no tiene respaldo. El bolso va al suelo. Sí, es un tirito. No sé de qué te reís treinta años después.
La foto da pudor. Tengo que agregar algunas palomas en la toma, dos o tres, picoteando por el piso. Las palomas son otra prueba de fe, pero turística. Los lugares sagrados se hacen así. No es ciega la fe, son ojos que siempre crecen. Pero hay algo más. Algunos hablan de intuición, otros de conciencia. Yo no: el aire del encuadre aparece por milagro. Y un temblor. Antes de que las cosas sean siempre hay un temblor de las cosas. Eso lo sé.
El temblor fue un viernes. Me cuesta explicarlo, fue tan natural. Me veo sentado, revolviendo compulsivamente en el viejo cofre de madera tallada. Ese no era yo, pero estaba ahí, en el borde, las manos rápidas entre papeles y alhajas familiares. La familia: Marlene, la madre de Marlene, la abuela de Marlene. El culto de la sangre pervive en un broche, en un camafeo, en tres o cuatro perlas de un collar que vino de Bélgica y se guarda para olvidar en un cofre. La familia es una vagina que no se rinde. No hay nada más peligroso que una familia. Prendedores, memoria que estalla en prendedores.
Así me pasó en la noche, en la superficie de la cómoda, junto al cofre de madera tallada. Fue algo que me llamó a encontrar la foto, no sé qué, y enseguida esa sensación de apartarme. Me alejé, me parece. Fui a la cama. Marlene dormía, era como que intentaba salirse de esa vez. Miré el reloj: doce menos veinte. Entonces fue cuando empezó a llorarme la memoria sin ninguna explicación, por su cuenta, y yo empecé a ver, justo al lado del cofre, la figura de una familia que no se rendía. Intenté darme vuelta, no pude: allí estaba, un espacio transparente de silueta buscando mirarme. No se trataba de un sueño, era eso junto a la cómoda y al cofre. Como un contorno de pie. ¿Te acordás, Jorge? El tiempo en un calco, un Simulcop. Así me calcaba la imagen, desde el Simulcop que él me había prestado y que yo había roto. Sí, claro, cómo no te vas a acordar. Te lo debo, aún hoy. Y siento parto o pérdida por la pérdida porque son palabras que no tengo.
La familia que no se rinde me sigue mirando desde la claridad de aquellos días. Me gustaría volver a tenerlos, parados sobre una sonrisa. Sacudí a Marlene y la escena avanzó. Por un instante pude ver el adentro. Repito: lo que vi fue un suicido en versión diminutivo. En ese momento Marlene tiró de las sábanas y murmuró algo que no alcanzó a salir en la foto.
Por eso la guardo.

25 mayo, 2009

Un cuñado muy menor

Es curioso cómo el mundo de las máscaras puede incomodar a ciertas personas del mundo político, del campo político, del ambiente político, del círculo ¿virtuoso? de la política. Máscara significa persona y entre una y otra no media distancia. O sí: el tenue recorrido que puede establecerse entre imagen y eso controvertido llamado tan realidad. Aunque en rigor no la hay: hoy la realidad es imagen. Nada que diferenciar, menos que escindir. La “trama del ocultamiento” ha dejado de ser en los medios, ni siquiera cuenta.
¿Por qué, entonces, la incomodidad? En el pueril Gran Cuñado que ha reflotado Marcelo Tinelli, un brillante gerenciador de la popularidad como lugar común, aparecen algunos personajes del, llamémosle, espectro político del país. Eso: un espectro. Y el fantasma mediático de la representación lo expone con la fuerza del imago en las pantallas. Es lo que hay, diría la voz directa de la calle. El burlesque, caricatura mediante, desnuda a los personajes con giros, frases, recursos gestuales que reiteran hasta el hartazgo lo conocido, lo evidente. Pero la evidencia no es mostrar, obvio, sino exagerar. El trazo grueso, la nota recursiva hasta el hartazgo. De esa pobrísima representación, casi un jam de la banalidad, nada, muy poco para destacar. Tan sólo el maquillaje. Y algo de baile.
¿Qué puede incomodar entonces? ¿Y quién o quiénes se incomodan? Parece incomprensible. Farsa que ni siquiera distorsiona, la escolar galería de Gran Cuñado resulta sin embargo una prueba de tolerancia para algunos. Difícil de digerir. No se entiende. Máscaras que son personas, la caricatura –diría el maestro Menchi Sábat- es arte del silencio. También del trazo fino, sutil, irónico. De lo que carece este débil Gran Cuñado. Mejor callar, ponerse una venda en los labios. O en los ojos, saberse nominado. Porque siempre, conviene recordar, la imagen es anterior a los votos.

17 mayo, 2009

En los 7 de "La Pulseada"

En el 7º aniversario de "La Pulseada", felicitaciones y gracias. A la obra que continúa del querido Padre Cajade, a Fanjul, a Juan Manuel Mannarino, a todos y a cada uno de sus integrantes. Sí, "sobredosis de afecto para los chicos". Y sobredosis inmerecida para el costurero. Leer acá.

09 mayo, 2009

Esto amerita una encuesta

Cinzcéu ha hecho un aporte, encuesta que viene circulando de boca en boca sin barbijo, y ya es hora de subirla para evitar males mayores:



Escuché (en Radio Continental) que según proyecciones de la OMS un tercio de la humanidad podría infectarse con el virus. Esto amerita una típica encuesta de D'Alessio- Irol para Clarín: ¿Usted cree que sufrirá el virus chancho? 1) No, porque me compré un barbijo de triple filtro. 2) No, porque soy sano y creo en Nuestro Señor. 3) Quién sabe, al fin de cuentas de algo se muere. 4) Sí, porque me pego cualquier pandemia. 5) No tengo la menor idea acerca de nada. 6) No sé, pero como no miento estoy a salvo de unos virus peores.

05 mayo, 2009

Barbijos

¿Y si fueran los políticos quienes, por ley, estuvieran obligados a usar barbijos? Me puse a pensar en este absurdo por su ley idéntica, la del nonsense, y ante la demanda inusual de barbijos por parte de la población. En las farmacias ya no quedan. La psicosis ante la amenaza de la gripe porcina agotó stocks. ¿Pero qué pasaría si fueran los políticos quienes debieran emplearlos? No todos, por supuesto, pero sí una ingente mayoría. ¿No sería una forma de preservarnos del virus de la mentira, de los dobles discursos, de las promesas incumplidas? Si algunos políticos usaran barbijo, supongo, estaríamos menos contaminados de lenguaje vacío. Para empezar, evitaríamos recibir frases hechas, del tipo "estamos trabajando en ese sentido". O: "vamos a llegar hasta las últimas consecuencias". Nos libraríamos de los discursos que mencionan "con las manos limpias". O de los casetes que repiten: "este gobierno es de todos y para todos". Si ciertos políticos emplearan el barbijo antes de hablar, el aire estaría menos enviciado, menos saturado de lugares comunes, de artificios retóricos de una elocuencia basada en la palabrería hueca. Pero, claro, los políticos deben hablar. Deben convencer. Deben generar promesas y adhesiones. Y para eso, nada mejor que hablar diciendo mucho sin decir nada.Si los políticos usaran barbijo, estimo, estarían menos dedicados al lenguaje travestido, incluso, y más obligados a las acciones. Hablar menos, hacer más. Funcionarios que funcionen, no que hablen, comenten o emitan meras descripciones de una realidad por todos conocida. Con políticos con barbijo habría menos violencia verbal, menos ataques y desmentidas. Menos simulación discursiva y, acaso, más obras. Lo concreto, no la palabra. Así de sencillo. Es una idea absurda, por supuesto, y un tanto tendenciosa de mi parte. Es fácil achacarles a ciertos políticos el monopolio del engaño. Muchos de nosotros, ciudadanos comunes, también deberíamos emplear el barbijo antes de hablar. Porque la mentira, como virus social que es, circula en todos los ámbitos y niveles. Es patrimonio de todos. Lo bueno y aleccionador de este virus es que resulta, tarde o temprano, letal. Termina matando a sus portadores. Son los primeros que caen. Con o sin barbijo. Para la mentira no hay antiviral que valga.

01 mayo, 2009

La peste

Cólera, dengue, gripe porcina, gripe aviar, paludismo, fiebre amarilla, évola…Los nombres de la peste pueden ser varios, pueden incluso mutar y, sobre todo, hacerse cada vez más resistentes a las respuestas de la ciencia para frenar su avance. Pero no todo pertenece al orden de la ciencia.
Cuando Albert Camus publica La peste (1947), lo hace siguiendo los dictados de una concepción moral, humanista, que reivindique los valores solidarios que en condiciones extremas pueden aflorar. Y los expone. Pero también expone su opuesto: en Cottard, uno de los personajes que habitan la Orán de 1940, azotada por la epidemia, se manifiestan los rasgos de un miserable que aprovecha la tragedia para librarse de la persecución de la justicia. Quien cuenta la historia, lo sabemos al final de la novela, es el médico, Bernard Rieux. Entre Cottard y Rieux ambula un personaje cargado de sentido: Paneloux, el cura, quien deposita en la fe cristiana su moderado optimismo. Toda peste guarda un sentido bíblico en su predominio, más fuerte que el viral incluso. Pero no es apelando a Dios como nos podemos librarnos de ella.
El sentido alegórico de la peste de Orán, sin embargo, podría traducirse numéricamente: las primeras ratas muertas permiten ser contadas, luego, a medida que éstas aumentan, resultan incontables. Pero, al revés que algunas cifras oficiales, son confiables. Cuando leí por vez primera la novela imaginé que aquellas ratas primeras representaban algo así como los pecados del hombre, el costado simbólico con que el escritor argelino designaba los males y desvíos en esta Tierra. Hoy no estoy tan seguro. Probablemente las ratas del libro tengan una razón diferente, superior incluso, a la de mi primera y entusiasta lectura. Que las ratas sean ratas y nada más que eso, ratas. Y que los huéspedes del mundo animal, al fin y al cabo, seamos nosotros. Únicamente nosotros, virus al que llaman hombre.

21 abril, 2009

Entrevista aparecida en "El liberal"

Diálogo a solas con Gabriel Báñez
Por Augusto Munaro / Especial para Viceversa

“El humor es mi pobre recurso ante la desesperación”

Viceversa le ofrece en la edición de hoy una entrevista exclusiva al autor de la novela “La Cisura de Rolando”, recientemente ganadora del concurso literario “Premio Internacional de Novela Letra Sur”.

El escritor y periodista Gabriel Báñez (La Plata, 1951), es quién ganó recientemente el concurso literario “Premio Internacional de Novela Letra Sur”, organizado por el Grupo Jornada de la provincia de Chubut y la editorial El Ateneo, con el libro “La Cisura de Rolando”. El jurado integrado por Martín Kohan, Claudia Piñeiro y Juan Sasturain, seleccionó su obra entre un total de 293 candidatas remitidas desde varias provincias y del exterior, otorgándole además de su correspondiente publicación, la suma de 50 mil pesos.
“La cisura de Rolando”, es un término médico para localizar la región del cerebro que separa el lóbulo frontal del parietal, y asimismo, se trata del nombre del protagonista de la novela. Dividida en dos partes, la primera aborda la singular infancia y adolescencia del personaje, que estando imposibilitado del habla, aprende taquigrafía para poder comunicarse. La segunda y última parte de la historia, retoma las vicisitudes de Rolando, ya adulto e ingeniero, tras acudir a una terapia lacaniana, cuyos desopilantes resultados convierten el libro en una sátira de incuestionable valor. Autor de una docena de novelas, Báñez es además columnista de "El Día" y está a cargo de la sección literaria del diario. Dueño de un estilo parco, su escritura se presta a una plasticidad expresiva muy particular. Por momentos sobria y por otros cínica, la novela logra representar mucho más que las funambulescas peripecias de un afásico. Hay en Báñez ecos de Swift, de Arturo Cancela; de Bernardo Jobson. Un humor corrosivo que hace su escritura profundamente humana, porque pone al desnudo sus defectos sin fines estrictamente didácticos. El libro ofrece, a su vez, el panorama de toda una sociedad y una época histórica; la Argentina actual, para legarnos por sobre todo, un sutil homenaje al lenguaje.
- ¿Qué lo llevó a escribir “La cisura de Rolando” en primera persona y con un protagonista que pierde el habla?
- La primera persona de Rolando es la tara. Tengamos en cuenta que una perspectiva, narrativamente, no es una cuestión técnica si no de conciencia: dónde me ubico con relación a lo que voy a contar, cuánto de mí está involucrado, qué distante estoy o cómo me afecta, etc.
- ¿El silencio de Rolando, el trastorno del lenguaje que padece, es simbólico en más de un sentido?
- Todo es simbólico, el lenguaje en sí mismo es grafía y símbolo designativo. El lenguaje trópico o traslaticio también va adquiriendo nuevas designaciones referenciales. Palabras vulgares que designan cosas y luego mutan: bala, pensemos. Pero si alguien dice “ese tipo es bala o balín”, bueno, la cosa cambia. Ahora bien: en Rolando el presunto trastorno adquiere connotación negativa en quienes lo rodean. El personaje, al revés, lo supera a partir de otros lenguajes.
-Llama la atención la solvencia con que aborda conceptos de electricidad, taquigrafía y neurología. ¿Hizo algún trabajo de investigación para ello?
- No, ni idea. Palabra: no tengo la menor idea de qué es un electrón o una celda electromagnética. Ese nulo saber lo aplico a la idiosincrasia femenina porque nadie tampoco sabe qué es una mujer. Y cuando lo sabemos, ya es tarde. Los hombres siempre estamos tarde de todas las cosas.
- En su particular humor, rasgo característico de su escritura, ¿cuál es exactamente la cuota de cinismo?
- La cuota de cinismo, me han dicho, me torna insoportable. Yo, sin embargo, logro prorratearla y llevarla en cómodas cuotas diarias, mensuales a veces. Depende. Eso la hace soportable. Sin embargo, es parte de mi vulnerabilidad, del tipo enormemente precario que soy. El humor es mi pobre recurso ante la desesperación.
- ¿Báñez, es Rolando un resentido, un paranoico; es posible describir su personalidad?
- Rolando es un personaje fatalmente ingenuo, las notas de resentimiento que se le pueden advertir son patadas a ciertos lugares comunes: modelos o actrices que adoptan niños en Nairobi. La burla, el Rolando de la segunda parte, la traslado a nuestra frontera con Bolivia. Me asquea la gente que se conmueve de a ratos ante la miseria. Como la paranoia: Rolando es “de a ratos paranoico”. En esencia, no obstante, yo diría que es un ingenuo.
- En un pasaje de la novela, el protagonista dice “uno jamás escribe lo que quiere decir ni dice lo que verdaderamente siente”. ¿Comparte usted esa afirmación?
- Sí, la comparto de a ratos. No siempre uno dice lo que dice ni tampoco lo que siente. Cree estar diciéndolo. Ese convencimiento o noción es la mayor trampa del lenguaje. Somos víctimas del lenguaje, él nos construye así como nos retiene. Nos moldea y nos hace creyentes. La mejor trampa del lenguaje es idéntica a la del diablo. Pero convivimos con él, y más: madre es lenguaje, padre es escritura.
- En una oportunidad usted dijo que con la redacción de “La cisura de Rolando”, aprendió discretamente a dudar de su yo referencial. ¿Por qué?
- Discretamente he aprendido a dudar del yo referencial porque no hay nada más mentiroso que el yo. Las ficciones acaso más puras en el estricto sentido lato del término son las autobiografías. Uno dice o escribe yo y ya deja la marca iniciática de la mentira, del lenguaje. La escritura, la máscara.
- ¿Haber ganado este premio, condicionaría de alguna forma, su modo de escribir futuras obras?, ¿por qué?
- No, no creo: siempre escribo dándole vueltas y vueltas a la disfuncionalidad. No creo que el premio me torne funcional, para nada. Luego, uno escribe lo que puede. Envidio a quienes pueden escribir sobre cualquier cosa. Esos son escritores verdaderos. Yo soy apenas un apuntador del disociado que me dicta, Gabriel Báñez, pongamos. Aunque los nombres terminan agotando a sus portadores.
- Cuando usted escribió el libro, ¿cuáles fueron las prioridades que consideró indispensables conservar y explorar?
- Las fallas de la escritura, ciertas fisuras que intuía y dejé intactas durante el proceso de corrección. Conversando con José Donoso, me decía: “Hay fallas geológicas que aparecen en la escritura y esas son verdaderas, hay que dejarlas intactas”. Lo creo. Por esas zonas respira el texto, lo más orgánico, fallido y anárquico de la novela, en este caso. Por eso admiro tanto a un escritor menor como John Fante: él deja sus fallas a la vista, las costuras, los hilvanes. Digamos que soy un hijo bobo de Fante.
- ¿La novela lo ayudó a matizar su postura hacia la terapia lacaniana?
- La novela es un matiz. No tengo postura ante la terapia lacaniana. Me parece, sí, una admirable literatura. Pero no hay cinismo en esta afirmación, al contrario. Hay admiración. El rigor de Lacan nace de haber encontrado fisuras, fallas geológicas en el lenguaje. Para mí, funcionan. Y funcionan admirablemente porque lo hacen en vulgata, de su yerno para acá, de la literatura oral y fascinantemente epigonal para acá.
- En un reportaje usted dijo que sus novelas tenían que ver con la disfunción que yace en toda la cultura. ¿Podría explicar por qué?
- Porque la cultura es la enfermedad.

14 abril, 2009

"Los chicos desaparecen" en Nueva York

VIDEOTECA DEL SUR en New York
1989 – 2009
20 Aniversario
MILLENNIUM FILM WORKSHOP 66 East 4th Street
Entre Bowery y 2nd Ave., Bajo Manhattan
Tren F to 2nd Ave. o #6 to Blecker St.

PROGRAMA
Abril - Junio 2009
Cada martes a las 7:30 pm



Abril 7
LA CIUDAD DE LOS FOTÓGRAFOS
Dir.: Sebastián Moreno / CHILE / 2006 / 80’ Durante la dictadura de Pinochet, un grupo de chilenos fotografió las protestas y la sociedad del país en sus más variadas facetas. En la calle, al ritmo de las protestas, estos fotógrafos se formaron y crearon un lenguaje político.



Abril 14
TRIBUTO AL MAESTRO CUBANO HUMBERTO SOLÁS
UN HOMBRE DE ÉXITO
Dir.: Humberto Solás / CUBA / 1986 / 116’ Con: César Evora, Daysi Granados, Jorge Trinchet, Raquel Revuelta.Javier se enfrenta a su hermano, a su familia, a su amante con un sólo un objetivo en su vida, el éxito que está más allá de cualquier lealtad.



Abril 21
BURUNDANGA BORICUA
Dir.: Poli Marichal / PUERTO RICO / 1983 /18’ Corto experimental que cuestiona la realidad histórica y social puertorriqueña. Filmado en cine 8mm y transferido a 16mm.
EL CANDOR DE LOS NICARAGÜENSES
Dir.: Kazuko Nishikawa / NICARAGUA / 2005 / 65’ La invasión española, la intervención norteamericana e inglesa, la dictadura de los Somoza y la Revolución Sandinista muestran cómo la dolorosa y problemática historia de Nicaragua ha afectado a la niñez, la educación y la formación espiritual de sus habitantes.



Abril 28
LOS CHICOS DESAPARECEN
Dir.: Marcos Rodríguez / ARGENTINA / 2007 / Con: Norman Briski, Lorenzo Qunteros, Ricardo Ibarlin, Umbra Colombo. Macias Möll, dueño de una relojería del barrio, pasa sus días rodeado de relojes y envuelto en cálculos sobre el tiempo. Guiado por un profundo deseo, todas las tardes, a las seis en punto intenta obstinadamente bajar tiempos y se lanza por las rampas de la plaza en su silla de ruedas. Así es feliz. Rodeado de niños que lo vitorean.
Programa completo acá

13 abril, 2009

La cisura en "Le Monde Diplomatique"

En el último número de abril de "Le Monde Diplomatique" Osvaldo Gallone firma la crítica de La cisura de Rolando. La reproduzco:


Durante la primera parte de la novela, Rolando escribe porque no puede hablar (una extraña afasia lo ha dejado mudo); en la segunda parte, habla para traducir en el registro de la escritura una oralidad desopilante (las alternativas de la terapia del personaje con el licenciado Danilo Moran). Si se acepta que los libros dialogan entre sí (un intercambio inevitable que ninguna relación reconoce con la influencia deliberada o la académica intertextualidad), esta novela de Báñez mantiene un diálogo fecundo y fluido con los mejores cuentos de Isidoro Blaisten y los momentos más felices de su única novela (Voces en la noche). La cisura de Rolando demuestra cabalmente –por si alguna falta hiciera- que la novela es una operación eminentemente lingüística donde la explicación manifiesta perjudica y la insinuación suscita un efecto benéfico y multiplicador. En la primera parte, al autor no le hace falta delimitar un marco epocal; basta para ello rememorar algunas palabras propias de su infancia: “engañapichanga”, “corso”, “saraca”. La segunda parte está atravesada por las variantes de la jerga psicoanalítica y su impecable parodia. La novela de Báñez es un grotesco notable que no abreva en la jerga sino que la instrumenta para neutralizarla, que hace gala de una prosa límpida y que, fundamentalmente, construye un personaje encarnado y verosímil: Rolando. No sería justo dejar de mencionar que algunas escenas jugadas entre Rolando y su terapeuta en la segunda parte del libro resultan memorables, teniendo en cuenta que Rolando es un paciente crédulo y sumiso, y que su terapeuta se define como integrante de la corriente “lacaniano-peronista”.

11 abril, 2009

The favorite game

En diminutivo: entonces te me sentabas enfrente. Imaginabas, creías, que estabas observándome, estudiándome. Sí, es posible. Pero qué cosa: yo también hacía lo propio. Pasa que resultaste muy fácil, como la tabla del dos. No te enojes, es mi manera, un poco solapada, gato, como dicen. Si hicieras memoria, ir un poco –bastante-, más atrás: mayo del 2008, ¿te gusta? Es noche de viernes, tu marioneta de ojos saltones se puso a bisbisear al oído. Bisbisear, ¿sabés qué cosa es bisbisear y luego un cólico hepático? ¿No? Deberías haber aprendido a razonar a estas alturas. Sí, ya sé, aprendiste trotando, pero con un poco de retraso, me parece. Un poquito. Para ayudarte: ñata noche, digamos. Je je. Tiempo después, decía, te me sentabas enfrente. Error, esas cosas no se hacen con un gato. Pobre, gozabas con lo que creías una ventaja. Una pueril ventaja. No la había, nunca la hubo. Lo que son las cosas. Cómo cambian. Ahora yo estoy atrás, sentadito y sereno. Besándote también. Pero en la nuca. O para decirlo con más propiedad: jugando con las negras. Con los trebejos negros. Y ni siquiera empecé.

08 abril, 2009

Mejor decir las cosas en silencio

Texto de Juan Becerra para la presentación de La cisura en El Ateneo de La Plata

Lo único que tiene sentido es lo que no funciona, lo que falla, lo incompleto, lo que no se entiende. Es un principio bañeciano que sostiene una idea general sobre la literatura: la literatura es imperfección. Se hace con la imperfección y su horizonte –no importa dónde esté-, es lo imperfecto. La cisura de Rolando es la prueba de este principio. Pero aquí la falla es biológica. Hay una cisura en Rolando, una rotura de la perfección funcional (una abertura imperceptible que en los hechos se manifiesta como un abismo) a la que Gabriel Báñez le da u tratamiento artístico
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Pequeño diario de viaje durante la lectura de La Cisura

Texto de Miguel Russo para la presentación de La Cisura en El Ateneo de La Plata

Como si fuera otra cisura de Gabriel, podría arrancar diciendo “escribo porque no puedo hablar”. Pero sería absolutamente deshonesto. Debería decir, escribir, quiero empezar una novela con esa frase y este tipo me ganó de mano. A partir de este momento, del momento de la lectura, sólo me queda remedar la frase, adoptar poses académicas y hablar de palimpsestos o dejar de escribir. Mientras me decido por alguno de los tres caminos, sigo la lectura.
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04 abril, 2009

Los chicos desaparecen en Mardel

OBRAS SELECCIONADAS PARA INTEGRAR LA SECCIÓN
“DANZA CON LOS SUEÑOS”, MEDIOS Y LARGOMETRAJES NACIONALES.
MARFICI 2009

“Básicamente un pozo”, Grupo Humus.
“De cerca nadie es normal”, de Marcelo Mosenson
“Los chicos desaparecen”, de Marcos Rodríguez.
“Belville (depósito de sujetos perdidos)”, de Magdalena Pardo.
“El bosque”, de Pablo Siciliano y Eugenio Laserre.
“La América aislada”, de Gwenn Joyaux
“Fraternalmente”, de Javier Gorleri.
“Como dos extraños”, de Fabián Bianco
“Celo”, de Fabián Forte.
“La trayectoria del silencio”, de Mercedes Falkemberg y Jorge Zanzio.
“Villa”, de Ezio Massa.
“Tus ojos cuando llueven”, de Diego Rodríguez Caligaris
“El sueño del perro”, de Paulo Pécora.


www.loschicosdesaparecen.blogspot.com
www.lchd.com.ar

30 marzo, 2009

La cisura de Rolando en La Plata




Va a estar abierto
por
refacciones,
los espero a todos.
La gente de
"El Ateneo" pidió
puntualidad. Gracias,
el abrazo a todos.

22 marzo, 2009

La cisura de Rolando en "Noticias"

El escritor Elvio E. Gandolfo publicó en la última edición de la revista "Noticias" la crítica de La cisura... bajo el título "Crónica de un silencio". Leer acá.

15 marzo, 2009

Vidas pasadas

Mucha gente toma con ironía o escepticismo la técnica de regresión por hipnosis a vidas pasadas. Está en su derecho. Sin embargo, como recurso terapéutico, deberíamos admitir que en ocasiones ha dado óptimos resultados, por no decir asombrosos, y que una cada vez mayor cantidad de terapeutas y médicos recurren a esta técnica para la sanación del paciente. Brian Weiss ha descrito con suficiente autoridad su experiencia en este terreno. Sus libros son best-seller en casi todo el mundo y sus lectores fanáticos a ultranza. Por supuesto, nada es unánime y siempre quedan detractores. Yo, debo confesar, era uno de ellos. Cada vez que me hablaban de someterme a una sesión de vidas pasadas, me reía. Eso hasta que recientemente, a raíz de una serie de pesadillas atroces, decidí probar. En las pesadillas nocturnas me veía escribiendo poemas de amor colegial y enviándoselos a mis ex compañeritas de la primaria. Pathetic. Hice la debida consulta: “Un caso típico de regresión conductual emocional”, dijo el terapeuta. Y luego preguntó: “¿A qué escuela iba?”. Dudé. Me habían echado de tres. Pero elegí la primera, el viejo St. Michael School, el que daba a la calle 57, cerca del Bosque. “Regresión conductual bilingüe, una desgracia”, dijo el terapeuta con una mueca de asco.
La primera sesión fue linda: volví al viejo tranvía 7, con gomina y jopito. La segunda, no tanto. Era el negrito Falucho, estaba en el año 1824, y me fusilaban sin asco. Mis últimas palabras, recuerdo, fueron las siguientes: “Muero relativamente contento y hasta en positivo, hemos vatido al enemigo”. Batido, en el sueño, iba con v corta. La tercera regresión resultó la más traumática de todas: era Nerón, quería incendiar Roma, el Liceo Víctor Mercante, y no tenía fósforos ni encendedor ni nada. Para colmo, las estaciones de servicio de paro. Fue entonces cuando se me acerca mi lugarteniente, el poetiso Cayo Jorginho Petronio, y me dice: “Perón, Perón, qué ídolo sos”. En ese punto de la regresión el terapeuta me deshipnotizó en seco: “O usted es un idiota o tiene graves problemas históricos”. “No entiendo”, dije. “M’hijo, confunde fechas, cambia nombres, un desastre, encima la ortografía…”. “¿Y?”. “Y nada, tiene que volver a las pesadillas de la primaria”. Luego se quedó un rato pensando, con una expresión adusta, hasta que reaccionó: “¿Cómo me dijo que escribía los poemitas para sus ex compañeritas de la primaria?”. “En power-point, los envío por e-mail y en documento adjunto”. Se frotó la barbilla, vencido: “¡Dios mío –exclamó-, regresión grasa, para eso no hay cura que valga!”.

12 marzo, 2009

Bilocación

Luego, en el sudor del amasijo que los separa –es textual-, hay que considerar que Pike afirma poseer la infrecuente capacidad de bilocación. Dice que puede estar en dos lugares a la vez. O que no estando en uno, tampoco puede estar en otro. Difícil de entender, ya sé. Pero él afirma que tiene pruebas y que las pruebas son concluyentes. Pone cara de pócker cuando lo dice. No sé si es joda o no. Habrá que ver. Capablanca decía que prefería las negras para jugar. Pike ni sabe mover una pieza, pero actúa igual que el gran maestro cubano: deja hacer. Se pasa las horas mirando cómo trabaja el resto de sus compañeros. Lo raro es que nadie le dice nada.

El viaje en micro

Después llegó Nuni, como a las cinco. Me lo presentaron. Flaco, alto, huesudo y con mirada desconfiada. Juntaron algunas herramientas, las guardaron bajo techo y Nuni me dijo: “Nos vamos a esperar el micro”. “Los acerco”, dije. “No, nos gusta el micro. Vamos lejos pero bajamos antes. El viaje en micro –aclaró- nos conviene, se nos hace más corto”.

11 marzo, 2009

En obra II

Ayer, a pesar de la lluvia, fue un día luminoso: empezamos el encofrado. Llenamos las bases con hormigón y concreto. Morsa escribió en el cemento fresco algo, no leí qué, con lo que parecía un lápiz o un delineador. Lo trajo del auto, del piso de su viejo Peugeot destartalado. Yo tiré tres o cuatro monedas de diez centavos y Pike preguntó por Nuni. “¿Qué Nuni?”, pregunté. Se rió, burlón. Al mediodía abrieron dos tetra y esperaron al Maestro Mayor de Obra. Cuando llegó habló con Pike, dos o tres minutos, a solas. Pike hacía gestos. Después el Maestro Mayor de Obra se acercó a Morsa y le dijo: “Vuelvan a cargar, hay que dejarlo que tire, despacio”. Cargaron hasta llenar los pilotines y se fueron. Lo dicho: fue un día luminoso. Del colibrí ni noticias. Me hubiera gustado volver a verlo, rondando, dibujando círculos perfectos. Pero no. Cuando menos se lo espere, mejor.

10 marzo, 2009

La ley de la tristeza

La ley de la tristeza es como la ley de la gravedad: sólo la rompen los picaflores. Ayer volvió el que venía cada tarde, puntual, a las seis. Semanas que no andaba por aquí. Pero hizo algo extraño esta vez: se detuvo, me dio dos vueltas alrededor, y a un metro de distancia, en el paréntesis del aire, se quedó mirándome fijo, a los ojos. Varios segundos estuvo así. Nos observamos como dos viejas siluetas conocidas. Luego se alejó. Y nada, pasa que a veces deliro. O le hablo. O creo escuchar sonidos en el dormitorio, en la cocina. La ley de gravedad deja en suspenso a los picaflores. Si se lo explico al Maestro Mayor de Obra, me mata. Y con razón, por pelotudo. Él lo único que pide es piedra y cemento; piedra, cemento y cal.

09 marzo, 2009

Hay gente

Hay gente que no sabe interpretar signos, señales mucho menos. Por caso, si uno pronuncia una palabra en septiembre del 2008 y esa palabra queda grabada como un “error involuntario”, no hay vuelta: imaginan un error involuntario. Aunque rebobinen cientos de veces. Creen que detonó de casualidad, ciegamente lo creen. Pero quizá no, quién sabe. A lo mejor –es una posibilidad, no hay que descartarla- uno ya estaba en obra, limpiando el terreno, acotando, midiendo y señalizando, digamos. Un mes después, en octubre del mismo año, llega la burla: “je je”. Así, seca, socarrona y tan menor: “Je je”, tal cual, entre comillas. La burla pisoteando el comienzo de la rasante demolición. Muy bien, no tengo más remedio. La acepto con resignación, con infinita tristeza incluso. Una vez más la altanería, el tono y la mueca sobradora. Pienso: envidia, medianía, fracaso, resentimiento, faltas de ortografía groseras y falta de iniciativa personal. Mucho más pienso, pero nunca en power point. Son verdaderas las que tengo que podar, limpiar, fumigar. Sin embargo, en medio de tanta regresión preadolescente y vulgar, una duda me queda. Una sola: ¿Yo "tu ídolo"? ¿Si?

06 marzo, 2009

Los chicos desaparecen 4 x 4

En el Segundo Festival Internacional de Cine de Gualeguachú, Entre Ríos, El largometraje “Los chicos desaparecen”, de Marcos Rodríguez, obtuvo el Premio a la Mejor Dirección “por los excelentes recursos expresivos puestos en un film que roza lo fantástico”. Es el cuarto festival en el que interviene el film y en el que obtiene, consecutivamente, cuatro premios. Dos otorgados por el público, el otro a la mejor actuación (Norman Brisky) y ahora por su dirección. “La peli –dice Marcos- es un cuatro por cuatro, y vamos por más”.

04 marzo, 2009

Hacer el odio en "La Biblioteca Ideal" de Perfil

El texto lo escribió Sonia Budassi para "La Biblioteca Ideal" del diario Perfil. Apareció el domingo pasado y el rescate de Sonia tiene una misma índole: afecto y azar.


Las ciudades pueden ser, con perdón de la obviedad, territorios geográficos o mapas simbólicos. Es posible imaginar, desde luego, el sonido y los olores de cada centro, de cada barrio, de cada pueblo o metrópolis y también las convenciones y saberes que los trascienden.¿Qué pasa con los libros y su disposición, en qué lugar colocan los lectores, los escritores y la crítica a sus librerías? Un periodista peruano pregunta a un escritor y a un crítico dónde puede comprar libros. El crítico responde “en la zona de Palermo”. Declaración que enciende el debate con el otro, que considera casi un acto de irreverencia aquella recomendación.
El nada for export Parque Rivadavia, epicentro caótico y riquísimo de compra y venta está, por ejemplo, sobrevalorado. O no: Parque Centenario está subestimado. Sin expectativas, bajo la influencia de los fanáticos de Parque Rivadavia, recorro los puestos del Centenario esperando ver libros de texto, recetarios de cocina, a lo sumo algún manual del tipo “hágalo usted mismo”. Pero descubro, prejuicios inútiles, varios libros de narrativa en esas oscuras y prolijas cajas de exhibición. Impecable a pesar de sus más de 20 años, compro Hacer el odio, novela del platense Gabriel Bañez (que acaba de ganar el premio de Novela Letra Sur con La cisura de Rolando) que se publicó en 1984. Entre la sordidez, la inteligencia y el morbo, el personaje atenta contra casi todo sentido común en sus relaciones y se aleja de cualquier atisbo bien pensante o políticamente correcto (en tópicos vueltos lugares comunes como el de los desaparecidos o el nazismo); es difícil imaginar el efecto de lectura que generó en el contexto de su publicación, uno de los tantos elementos que convierten al libro en un necesario objeto de rescate. Los desplazamientos por La Plata, al mismo tiempo, contruyen un mapa arborescente (¿diagonal?) de sentido sobre el texto, que señala los pasos sobre los que hay que desconfiar.“Me reí, esos rasgos de urbanidad siempre me parecieron risibles. La violencia contenida, esa forma decorosa de sobrellevarla, de encubrirla, también es un producto urbanístico muy argentino”.

03 marzo, 2009

Chess

Es extraño cómo la subestimación puede derivar –como hija boba de la soberbia que es; como nieta de la ignorancia que también es- en actitudes tan pueriles como síntomáticas de su debilidad congénita: una respuesta burlona, un tono socarrón, una respuesta cargada de impotencia, al fin y al cabo. El gran ajedrecista Kasparov cuenta en sus memorias que durantes sus muchas partidas internacionales, tuvo ocasiones de enfrentarse con contrincantes de este tipo. Si bien el ajedrez es un juego ciencia –en donde la inteligencia se concentra en un campo de batalla simbólico reducido pero casi infinito en sus múltiples variantes-, Kasparov recuerda que sus partidas más complicadas y difíciles las debió llevar adelante con jugadores que lejos estaban de quienes, previo al encuentro y con actitudes declamativas, se mostraban “autosuficientes, altaneros, soberbios”. Al contrario, Kasparov ponía enorme atención y empeño en quienes solía definir los “discretos y pacientes adversarios”. Nombra en un caso al genial Bobby Fischer, y dice “intuitivo, imprevisible, racional, inclasificable”. Y aclara un rasgo nada menor. “Fischer tenía una doble cualidad: podía ser tan egocéntrico durante las partidas como humilde y reservado antes de los encuentros. Pero su inteligencia decisiva radicaba en una sola posición: él, mejor que nadie, comenzaba sus partidas previamente, semanas y meses, incluso; cuando sus oponentes, en cambio, apenas se estaban acomodando ante el tablero”. En cierta ocasión -recuerda el gran ajedrecista ruso- le preguntaron a Fischer por un encuentro internacional a disputarse en Nueva York durante el mes de mayo. Faltaban cinco meses, y Fischer respondió: "¿Mayo?, yo ya estoy moviendo".

24 febrero, 2009

Llévame bailando hasta el final del amor

Dance me to your beauty with a burning violin
Dance me through the panic 'til I'm gathered safely in
Lift me like an olive branch and be my homeward dove
Dance me to the end of love
Dance me to the end of love
Oh let me see your beauty when the witnesses are gone
Let me feel you moving like they do in Babylon
Show me slowly what I only know the limits of
Dance me to the end of love
Dance me to the end of love

Dance me to the wedding now, dance me on and on
Dance me very tenderly and dance me very long
We're both of us beneath our love, we're both of us above
Dance me to the end of love
Dance me to the end of love

Dance me to the children who are asking to be born
Dance me through the curtains that our kisses have outworn
Raise a tent of shelter now, though every thread is torn
Dance me to the end of love

Dance me to your beauty with a burning violin
Dance me through the panic till I'm gathered safely in
Touch me with your naked hand or touch me with your glove
Dance me to the end of love
Dance me to the end of love
Dance me to the end of love
L.C

23 febrero, 2009

Termitas

Las termitas llegan. Tarde o temprano, llegan. La mayoría de las veces lo hacen por asalto, sin que uno las advierta, filtrándose y haciendo nido en los rincones, debajo de las paredes, donde encuentren un resquicio para depositar sus huevos y luego reproducirse, acosar. En otras ocasiones, las menos, es uno quien –directa o indirectamente- las invita, les abre las puertas de su casa, llena sus vasos y colma sus platos. No se trata de una misma variedad, son dos de la misma especie. Para la segunda, no hay mejor veneno que observarlas libres, estudiarlas en su comportamiento social y luego –calculada y fríamente- sacar las debidas conclusiones. Paciencia infinita hay que tener. Que crean. Que se muevan a su entero antojo. Es entonces cuando uno debe aplicar el veneno. El modo de empleo es bien simple. En las instrucciones dice: “Tomar nota de hábitos y modos de actuar”. Esta segunda variedad es mucho más voraz y destructiva que la primera. Pero debe considerarse también que tiene un punto débil, demasiado débil: subestima a ciertos moradores ¿Modo de empleo del veneno? “Lenta, gradualmente”, puede leerse en el prospecto. Y agrega: “es de efecto prolongado”.

21 febrero, 2009

Una sátira desobediente

Así titula "La Nación" la crítica aparecida hoy en ADN Cultura con la firma de Armando Capalbo. Leer acá.

Victoria

Cada vez que abro pongo su clave: la fecha de nacimiento. Error. Corrijo con la clave nueva y vuelta el dolor, el martillo idiota que repica y repica. Entonces la pregunta: ¿por qué el teléfono de ella sonaba tanto y el de ella nada, nada, nada? La respuesta es ordinaria, obscena. En miligramos llega, pero no me conforma. dios, esa vulgar leyenda química, debería ir con minúscula de celular. Ayer me llamó y me preguntó si la quería. “Más que a nada”, dije. Y me quedé en silencio, esperando la respuesta. Nunca llegó. Más que a nada, son los golpes que intentan. Después, a la mañana, retomar la realidad: listones, clavaderas, un par de mechas nuevas y cemento blanco. Es lo que necesito. Sobre todo el cemento blanco. En las ferreterías hay uno rápido, fulminante.

20 febrero, 2009

Abierto por refacciones

Sigo en reparaciones. Pensé poner un cartel que dijera “Cerrado por refacciones”, pero no. En el cuarto que fue de cada uno de los chicos, por debajo de las tablas del piso, llegaron los sonidos: eran ellos en pisadas. El antes de los mismos que a veces empecinadamente escucho. Y fue entonces cuando asomó el Aleluya roto, quebrado, en la voz de Rufus y tuve que dejar de reparar, de alzar el ridículo martillito para que la letra de L. Cohen me repitiera, una y otra vez, ese before y before de haber estado aquí. Música extraña la que persiste. Pasa que es un piso entarugado, de incienso, y alguna tabla a veces se curva, se pandea, se vuelve triste. Las coloqué yo, una por una, hace ya tanto que no podría repetir la melodía. En la voz de Rufus vuelve y vuelve, una y otra vez. Es angustiante y bello el trabajo con la madera.