21 febrero, 2009
Cada vez que abro pongo su clave: la fecha de nacimiento. Error. Corrijo con la clave nueva y vuelta el dolor, el martillo idiota que repica y repica. Entonces la pregunta: ¿por qué el teléfono de ella sonaba tanto y el de ella nada, nada, nada? La respuesta es ordinaria, obscena. En miligramos llega, pero no me conforma. dios, esa vulgar leyenda química, debería ir con minúscula de celular. Ayer me llamó y me preguntó si la quería. “Más que a nada”, dije. Y me quedé en silencio, esperando la respuesta. Nunca llegó. Más que a nada, son los golpes que intentan. Después, a la mañana, retomar la realidad: listones, clavaderas, un par de mechas nuevas y cemento blanco. Es lo que necesito. Sobre todo el cemento blanco. En las ferreterías hay uno rápido, fulminante.
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