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Cisura

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EL CURANDERO

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LOS CHICOS DESAPARECEN

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EL CIRCO NUNCA MUERE

EL CAPITAN TRES GUERRAS FUE A LA GUERRA

HACER EL ODIO

29 julio, 2007

Teoría de la relatividad artística

Los quince minutos de fama que vaticinó Andy Warhol son algunos más. Se equivocó el ninfo de las sopas Campbell si imaginaba que esos pocos minutos eran terminales, al contrario. Hoy por hoy funcionan iniciales, como el preámbulo de una vocación artística. Primero el escándalo seguido de la portada, luego días y semanas en los medios, y más tarde -con persistencia y otro poco de escándalo-, el ascenso y el reconocimiento a la carrera. Error de cálculo del personaje al considerar que Tiempo y Fama podían ser expresados bajo los mismos términos. Una cosa es el pop y otra muy distinta la filosofía.
Sin duda que esos quince minutos se han expandido. En los medios, tanto sea periodismo gráfico como oral o televisivo, esos fugaces novecientos segundos han trocado en Tiempo Permanente de Exposición (TPE) . Warhol no previó que la ansiedad por la fama -al menos en la bondadosa patria argentina, que es lo que uno conoce-, iría a ser infinitamente más subjetiva que el tiempo solar medio medido en Greenwich (GMT) o que el Tiempo Universal Coordinado (UTC), establecido por los átomos de cesio del reloj atómico. Aquí entre nosotros prevalece que la medida de la fama es una secuencia de orden relativo pero constante validada por el ráting. Son las mediciones de audiencia las que dictan la rotación sidérea para nuestro polvo de estrellas. La unidad astronómica de este fenómeno permanente es el llamado kulo, equivalente a una fuerza de atracción mutua que experimentan dos objetos con masa sentados adelante de un mismo televisor. La teoría de la relatividad no empaña esta enunciación, ya que no hay efecto geométrico de la materia sobre el espacio-tiempo. La ley del ráting establece además que un kulo en pantalla o en gráfica multiplica el índice de atracción del espectador. A esta acción de atracción se le llama "performance", y es la sumatoria de unidades k en "performance" la que evalúa los tiempos de una carrera artística hoy día. Eso y en cortar la oxidada manzana Moño Azul de Newton. Los datos de este fenómeno exponencial los recoge el periodismo del periodismo del espectáculo, ciencia dura si las hay.
Para probar que Warhol estaba equivocado hay que reconocer sin vueltas que la ecuación que involucra a la teleaudiencia -tomando siempre como caso testigo a dos con masa sentados ante un mismo televisor-, ha sido empíricamente demostrada. La que susurró el norteamericano, en cambio, ha caído en desuso. Puede uno cambiar de canal o hacer záping, no importa. Puede taparse los oídos o evitar los diarios y revistas, tampoco. Por algún resquicio se va a filtrar la dominante ley del Tiempo Permanente de Exposición (TPE), puesto que -es obvio- se rige bajo la norma de los índices de audiencia (IU). Imposible resistirse. Por lo demás y si uno se opone, ahí está la llamada Tendencia Global de Interés (TGI), que establece como axioma final que el público no se equivoca porque el público no se equivoca. Las leyes mandan, es irrefutable, y quince minutos medidos en términos estelares hoy son otra cosa, casi casi una eternidad. La vieja y dudosa razón moral del éxito también ha cambiado: al escándalo, agréguese cirugía. Para los que ya estamos viejos y obtusos, cuesta entender estas cuestiones. Dicen que son otros códigos, no creo: es la ciencia que avanza y nos abre al entendimiento. Como sea, no quisiera ser actor y menos vocacional. ¿Los genuinos? ¿Aquellos que tenían letra y brillaban con luz propia?. Es probable que subsistan, peleen y hasta que perseveren, claro, pero la verdad es que ni asoman la cara en los medios. O cumplen condena de ausencia o han sido confinados a salas de mala muerte en una agonía de bolos y cuarto de hora. A veces, cuando enciendo la tele, se me da por pensar que son pura leyenda, una versión malévola del pasado teñido de ignorancia y fantasía. Como cuando se creía que el mundo era cuadrado y no redondo. Un disparate. Hoy felizmente ha progresado: tiene pantalla plana y 42". Aunque uno, en su miserable tiempo terrestre, se haya vuelto prejuicioso y moralista.

22 julio, 2007

Disociado

Sabía que no era yo. Estaba casi seguro. Hace unos días Lisy me lo confirmó: todo fue obra de Jorge, Jorgito. "Volveré y seré alfajores", podría haber dicho. Pero no: se le dio por escribir una novelita. Asunto aclarado. Leer acá

20 julio, 2007

Belleza americana


15 julio, 2007

Viudas

En Originales de "peso" en Finca Vigía anotaba que la sobrevaloración desmedida a un autor puede dar cabida a actitudes absurdas, delirantes incluso. Luego recordé que ciertas formas de la idolatría exceden esas actitudes y se transforman en otra cosa. Aunque la regla generacional dicte que son los jóvenes quienes más y mejor asumen la tarea de fanatizarse detrás de una idea, una persona o una creencia, no siempre son tan jóvenes los fans. Para nada. En los dominios de la Literatura con mayúsculas se da el curioso caso de los fans de escritores que adoptan la condición de tal una vez que la fuente de sus auspicios ha desaparecido físicamente. Tienen un nombre: viudas. Pero representan la viudez intelectual de ese nombre no tanto por la admiración -quien más quien menos admira como lector a algún escritor-, sino por su activismo militante. A algunos les sonará despectivo el apodo, a mí me inspira ternura. Aunque jamás se asumen como tales, las viudas forman clubes unánimes y hacen de la obra del finado una causa eficiente, primero para mantener despierta la llama del venerado, luego -quizá- para la redención de sus propias existencias. Hay algo de abnegado en todas ellas, tanto por la fidelidad incondicional como por la entrega, pues convierten al elegido en la razón última de sus íntimos desvelos. Entre la mitificación y el fetichismo patrimonial, es cierto que a veces pasan a ocupar zonas que en vida acaso no ocupó el escritor idolatrado, ¿pero no es ese el precio de toda resignificación verdadera? Más que un canon funerario, la rotundidad de la presencia de las viudas restituye la palabra de aquellos que ya no están y la transforma en materia sensible, relectura para las futuras generaciones. Es en este sentido que son enternecedoras. Ex libris, uno de los clubes más notorios y entrañables de viudas en nuestro país es el dedicado a Manuel Puig, con miembros académicos que purgan las culpas generacionales de un autor que, en vida, fue despreciado y ninguneado por la intelectualidad. Las viudas culposas de Puig llevan algo así como una marca en el orillo o, para ser precisos, una nota a pie de página. Su tarea redentora, lo que es loable, consiste en revisionarlo tanto teórica como críticamente, a la luz de cuanto registro se pueda coloquializar. Y tan lejos han llegado en sus desvelos que hasta en el propio terruño natal del escritor -General Villegas, provincia de Bs.As.-, alguna vez han participado de una puesta en escena pop de las ficciones del Toto, recreando personajes y celebrando pesebres vivientes con su rezago novelístico. Ingenua y pasional, la actitud de entrega de estas viudas por supuesto emociona. Otro club meritorio y más reciente es el constituido detrás de Bolaño, con conspicuos adherentes que pagan el precio del buen salvaje en el exilio a merced del frío sin estufa y de su proteica actitud creadora. Los deudos dilectos de Bolaño se iluminan en el candil de una creatividad irredenta, siempre activa, susceptible de innúmeras lecturas. Cada día descubren una nueva versión en ráfagas de su talento. La muerte joven de Bolaño es inspiradora y los descendientes condales y no condales de Bolaño inspiran aun más, reactualizándolo con rigor y lucidez. El culto admirativo se nutre en la mitificación de otros nombres, sin duda valiosos. Uno de los clubes de viudas más sofisticados es el que desarrolló Gombrowicz hace ya algunos años, con adherentes que tanto podían provenir del marxismo estructuralista como del psicoanálisis de asociación. El inmoderado reaccionarismo del polaco jamás desanimó a sus adeptos para reintepretarlo; la forma se degrada, el lenguaje se renueva. Tomado al pie de la letra, Gombrowicz fue reciclado formalmente de sus cenizas inmaduras. Hoy por hoy, salvo honrosas y alguna que otra verborreica y patética excepción, su club ha mermado. Lo que es una pena. Roberto Arlt también ha tenido y tiene sus viudas lúmpenes, todas con acceso a diferentes cátedras. Algunas, muy fervientes, lo redireccionan en seminarios de fuerte contenido social. ¿Nadie ha visto la cabeza de Arlt en alguno de los locker de una universidad yanqui? Seguro que sí, pero es espejismo en gouache teórica. Con Borges, amadísimo vivomuerto de la patria intangible del enroque literario, ha ocurrido algo curioso, sin duda laberíntico: no ha generado clubes de viudas (salvo la Kodama, su jurídica viuda verdadera y por lo mismo odiada) pero sí una infatigable legión de epígonos en todas las latitudes. Más dispersos que en clanes, los hijos en azogue del gentilicio Georgy han demostrado una escasa capacidad para el parricidio intelectual -Pater inalcanzable-, lo que los inhibe para el reclamo de la herencia. Las viudas lampiñas de Cortázar, en cambio, son de otra costilla: jamás han establecido núcleos permanentes; errátiles y volátiles, jóvenes y lúdicas, más bien se han diseminado en cofradías literarias llenas de encanto y belleza; tardías dilettantes de las rayuelas verbales de los sesenta, el cronopio lábil de su fervor las enaltece. Estas nobles viudas cortazarianas, pese al cruce de juventud eterna, sin embargo están envejeciendo ellas también. Es nostalgia todo lo que va al paraíso. Hay más núcleos de viudas, cada uno de ellos ponderable a su manera. Pienso ahora en Pizarnik y en sus huestes líricas de tiempo completo, también en Bioy y en sus amantes viudas verdaderas. Lo cierto que entre afinidades y demandas sucesorias finalmente hay que admitir que la literatura no tiene un carácter transitivo. Y si lo tiene, es tanto angustia como placer de pertenencia. Al fin y al cabo, de allí nace la serena convicción de su altruismo incondicional. Hasta que la muerte, dulce matrimonio del cielo y el infierno, los reencuentre.

07 julio, 2007

Cuento infantil

El ratón Mickey Mouse versión palestina acaba de morir en la pantalla chica a manos de un agente israelí luego de un "hábil interrogatorio". Leer la noticia acá