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30 agosto, 2008

"Los chicos..." en La Plata y Rosario

En el marco de la muestra LA PLATA FILMA y en calidad de invitada se presenta en el 3º Festival de Artes Audiovisuales de La Plata “LOS CHICOS DESAPARECEN”, el largometraje de Marcos Rodríguez rodado el año anterior en esta ciudad. La cita es el miércoles 10 de setiembre a las 18 hs. en la Sala Microcine del Centro Cultural Islas Malvinas. La película también se presentará durante la decimoquinta edición del Festival Latinoamericano Rosarino de Cine en calidad de Invitada Especial, coincidente con la conmemoración de los 40 años de la creación de la Universidad Nacional de Rosario.

26 agosto, 2008

Ego

Ella era sabia: “Si pudieras matar el ego”, repetía. Después de la frase venía un largo suspiro. El suspiro era tan elocuente que quería decir algo más que matarlo: asesinarlo, exterminarlo, borrarlo de la faz de la tierra. Borrarlo de la faz de la tierra suponía borrarlo de la faz de la emoción. Distancia. Para muchos, la tierra es el higo de las emociones personales. Una tierra pequeña, absorta, inútil. No es fácil la matanza, sin embargo. El ego tiene sus recursos. Su ombligo. Se encubre, se mimetiza y solapadamente allá va. Y lo hace de tal manera que ni siquiera el yo puede percibirlo. El ego tiene en el yo a su formal hijo putativo, dominadito. Para matarlo y que no se reproduzca, hay que hacer carnicería: trozarlo, seccionarlo y –por último y artesanalmente- repartirlo. Carne picada. Ella decía: “Dame un pedazo, el resto va a los demás”. El ego. En bolsitas de plástico puede ir. Cada uno –si no siente asco- que le ponga precio. Tirarlo a la basura es más difícil.

22 agosto, 2008

Norman Briski premiado en Brasil por "Los chicos desaparecen"

El actor Norman Briski recibió el premio al “Mejor Actor” por su participación en el film “Los chicos desaparecen” en el reciente Festival Internacional de Cine Fantástico (FANTASPOA), llevado a cabo en Porto Alegre, Brasil. En el festival se exhibieron cerca de ciento cuarenta muestras de distinto género, pero el film de producción platense compitió como ópera prima junto a treinta y dos películas extranjeras. El largometraje de Marcos Rodríguez basado en la novela de Gabriel Báñez recibió también el mes pasado el Premio del Público en el Festival Nacional de Cine Tandil 08. En setiembre el film se exhibirá nuevamente en nuestra ciudad en el marco del Festival de Artes Audiovisuales. “Los chicos desaparecen" es una coproducción de Alcornoque Producciones, Instituto Cultural de la Provincia (IC), Cepa, Facultad de Bellas Artes y UNLP.

11 agosto, 2008

Kafka al padre


A propósito de Kafka en la orilla, de Haruki Murakami.
“El día de mi decimoquinto cumpleaños me escapé de casa, me marché a una ciudad desconocida y empecé a vivir en un rincón de una pequeña biblioteca. Quizá parezca un cuento de hadas. Pero no lo es”. Quien así habla es Kafka Tamura, el protagonista de Kafka en la orilla (Tusquets editores), una de las últimas obras traducidas entre nosotros de Haruki Murakami (Tokio, 1949), autor de “Tokio blues” (Norwegian wood) y “Crónicas del pájaro que da cuerda al mundo”, entre otros títulos. Es en Takamatsu, a casi 700 km. de Tokio, donde Kafka finalmente recalará para sumergirse en los textos de la Biblioteca Conmemorativa Kômura, solventada por una rica y tradicional familia japonesa y especializada en textos tanka y haiku. Algo de la novela de aprendizaje se filtra en la mochila de Kafka, y aunque su aventura en menor medida es interior, agrega lo necesario para salir al mundo: un discman MD de Sony, pilas recargables, compactos, anteojos negros, el teléfono móvil del padre, dinero, poca ropa pues no va al frío. Kafka tiene quince, aunque parece de diecisiete. La decisión de irse de la casa no es fortuita u ocasional, se ha preparado largamente, hasta en lo físico. Su incursión en el mundo adulto supone alejarse primeramente del padre –vínculo kafkiano, no burócrata pero sí escultor que entiende que su hijo repetirá la tragedia clásica del Edipo- y en parte emular los pasos de su madre y hermana, quienes también se marcharon cuando él era muy joven. Al modo clásico, su amigo Cuervo, guía y protector, lo prepara en esto de cruzar el Aqueronte para salir al mundo.
Un lenguaje terso, demorado y apaciblemente poético, acompaña las jornadas de Kafka Tamura, en tanto nos va dando cuenta de la profecía paterna que, entre sueños, parece cernirse sobre él: “La profecía siempre está allí, como las aguas de un negro secreto. Por lo general, se ocultan silenciosas en profundidades desconocidas. Pero a veces se desbordan sin palabras y empapan, heladas, cada una de tus células (…) Cuando buscas el silencio, sólo encuentras una voz que te va repitiendo incesablemente la profecía”. La paradoja del mundo moderno atisbada por Kafka (esa zarza inextricable), tiene en Tamura un contendiente dócil. En la fábula, salir al mundo es comenzar a recrear sentidos dormidos, subyacentes. O perderlos para que otros, desconocidos, surjan.
Es lo que le ocurre –en la otra orilla- a Satoru Nakata, de quien sabemos primero a través de informes confidenciales desclasificados en 1986, por el ministerio de Defensa de EE.UU. Intercalados a la historia de Kafka, Murakami expone las grabaciones de testigos del caso Satoru Nakata en estos informes, quien en 1944, y siendo un niño, sufre junto a otros escolares un raro incidente en medio del bosque luego de presenciar colectivamente “una luz de extraña belleza en el cielo”. Los escolares se desvanecen –salvo la tutora Setsuko, ella no-, pero, al cabo de varios minutos, se recobran sin ningún problema o secuela. Satoru no, él permanece en un “extraño olvido de sí”, ajeno por completo a los intereses del mundo. Luego del fulgor (Hiroshima es un hongo, crece bajo los árboles de la memoria) Satoru ya nunca será la misma persona: junto al olvido de sí que impone la pérdida, ha obtenido el extraño e inquietante don de comunicarse con los gatos. Muchos años después de este incidente, su vida –como la de Kafka- también confluye en la Biblioteca Conmemorativa Kômura. Y allí se encuentran el joven de quince y el hombre de sesenta. Entre ambos, un personaje misterioso: la Señora Saeki, encargada de la biblioteca, intermediaria de mundos afectivos.
Cargada de lirismo, la novela es un largo y sensual derrotero en pos del tiempo perdido. “A mí –dice Kafka-, desde que era pequeño me han ido robando muchas cosas, muchas cosas valiosas. Y ahora tengo que recuperarlas, aunque sólo sea una parte de ellas”. Pero la Señora Saeki es algo más para el joven Kafka, y ese vínculo premonitorio de los sueños, sino trágico y clásico alentado por el padre, tendrá otra lectura en la biblioteca de Takamatsu. Lo que pueden percibir los gatos no se da en palabras; lo que puede intuir un hijo, tampoco. Kafka en la orilla es una visión y una magistral parábola acerca del conocimiento y el instinto, un cuadro que el joven Kafka guardará por siempre a su regreso a Tokio. Volverá a la escuela, pero es más lo que ha aprendido en su viaje y en sus ambulaciones oníricas. Entre los sueños y por los sueños, precisamente, la Señora Saeki le dice al joven: “Quiero que tu te acuerdes de mí. Si tu me recuerdas, no me importará que el resto del mundo se olvide de mí”. Una fábula que nos cuenta que las pérdidas no siempre son irreparables –aunque lo sean-, si mantenemos abiertos los sentidos y comenzamos a percibir un poco más allá de nuestras orillas. Sin sensibilidad no hay aprendizaje posible.
En el año 2005, esta monumental obra del artesano Murakami fue proclamada por el New York Times como la mejor novela del año. Tres años después, como vaticinio, no es muy aventurado afirmar que lo seguirá siendo por algunos más.

07 agosto, 2008

"Los chicos desaparecen" en Brasil

En el marco del 4º Festival Internacional de Cine Fantástico de Porto Alegre, Brasil, se presentó en segunda función el largometraje "Los chicos desaparecen", ópera prima de Marcos Rodríguez sobre la novela de Gabriel Báñez. El film fue co-producido entre el INCAA, CEPA, la Facultad de Bellas Artes de la UNLP y el Instituto Cultural de la Provincia de Bs. As. En el último Festival de Cine de Tandil la película protagonizada por Norman Brisky obtuvo el Premio del Público, y actualmente, en el creciente festival de cine carioca, se encuentra en Competencia Internacional.

06 agosto, 2008

Desmemoria de la esperanza


“Desmemoria de la esperanza” es el título del libro de recuperación fotográfica que el documentalista e investigador Xavier Kriscautzky editó recientemente con material obtenido en el Museo de Ciencias Naturales de nuestra ciudad. La crudeza de las imágenes conmueve y algunas, tomadas a comienzos del siglo pasado bajo el justificativo de “investigaciones antropométricas”, repugnan. Fueron logradas cien años atrás bajo el pretexto de una investigación científica de estudios antropométricos. La misma cantidad de años después, Kriscautzky visitó la zona donde se obtuvieron esas fotos y documentó casi los mismos rostros. En setiembre el libro va a ser presentado en La Plata, “por la memoria y para que la desmemoria se convierta en esperanza”, como afirma el autor.



En 1906, el entonces jefe de Antropología del Museo de Ciencias Naturales de La Plata, el alemán Robert Lehmann-Nitsche, viajaba al ingenio azucarero “La esperanza”, en Jujuy, encabezando una expedición “científica” a fin de estudiar las características somáticas y antropométricas de los numerosos grupos de indígenas chaqueños que trabajaban en la zafra. Claro que trabajar es un verbo generoso en la expresión: los grupos de chiriguanos, chorotes, matacos, tobas y otros debían soportar por aquellos años, además de la explotación a la que estaban sometidos, todo tipo de vejámenes e iniquidades. La tarea “científica” de Lehmann-Nitsche estuvo reforzada en ese entonces por las imágenes que obtuvo el fotógrafo alemán Carlos Bruch, llegado a estas tierras por invitación del Perito Moreno, lo mismo que el antropólogo. Cien años después, los negativos en vidrio de las más de 100 fotografías obtenidas por Bruch en su cacería científica permanecían en los sótanos del Museo de nuestra ciudad, olvidados, presos de la humedad y, por cierto, de la indiferencia. El rescate de ese valioso material llevó tiempo y cuidados especiales. Muy pacientemente, Xavier Kriscautzky -investigador del Conicet y fotógrafo científico con vasta experiencia en el campo documental y testimonial-, se ocupó de esa tarea. Y la concretó luego de varios meses. Pero también fue un poco más allá -o más acá del rescate documental-, y en el 2006 volvió sobre los pasos del antropólogo alemán y su fotógrafo a fin de visitar el ingenio “La esperanza” –ingenioso nombre para la ironía histórica- con el objeto de documentar fotográficamente a los obreros actuales, en gran parte descendientes de los pueblos originarios que habían “posado” en 1906.
Síntesis de ese trabajo es este libro excepcional, “Desmemoria de la esperanza”, editado por el Ministerio de Educación, Ciencia y Tecnología de la Nación. ¿Muchas diferencias al cabo de un siglo después? Por lo pronto, habría que señalar que la mirada en abismo histórico con el hoy sigue siendo tan dolorosa y despiadada como la de antaño. “La gran diferencia entre las imágenes del pasado y las del presente es la posición que asumen los protagonistas de las fotos. Fotógrafo y fotografiado. A principio del siglo pasado, los hombres y mujeres eran obligados a posar frente a la cámara; en las del presente son cómplices”, señala el autor. Los testimonios obtenidos por Kriscautzky en el 2006, son orales también: “Para nosotros el futuro está atrás, todo lo que nos va a pasar esta signado por lo ya vivido. Entendemos el presente como el resultado y no especulamos con el mañana, por eso es tan importante encontrarnos con nuestro pasado, no contado por los que cuentan la historia desde la visión de la cultura que somete, ni por las descripciones de los antropólogos que nos llaman con nombres despectivos, ni por los historiadores que reivindican los prohombres que nos diezmaban. La historia la queremos contar desde la visión de nuestros abuelos…”, dice un cacique de la comunidad Aba Guaraní.
En la versión opuesta por la identificación en espejo de cien años después, hay una raíz común: luego de salvar más de 300 negativos de los hongos y del avanzado proceso de oxidación, Kriscautzky expuso las fotos del Museo de La Plata en el mismo ingenio jujeño donde un siglo atrás sólo podían entrar sus dueños ingleses y otros pocos invitados. La respuesta fue inmediata: “Los visitantes encontraban que las fotos allí expuestas se parecían a sus abuelos, a sus hijos, a sus parientes y a ellos mismos”, señala Kriscautzky. En el corazón de las tinieblas, el autor de esta sobrecogedora y magnífica recuperación se pregunta: “¿Cómo pudieron fotografiar, describir, observar esta gente sin ver seres humanos frente a ellos, sin sentir el sufrimiento, la humillación, la injusticia que se cometía? ¿Cómo durante un siglo estas fotos fueron consultadas por hombres y mujeres de la ciencia sin que pudieran reconocer que lo importante no es saber a qué grupo étnico pertenecían sino cuánto nos parecemos?”.
La respuesta podría estar en las anotaciones de Lehmann-Nitsche que acompañan algunas fotos del libro ahora editado: “Esta gente representa sin duda un elemento importante en la explotación de la riqueza del país y en la época en que se necesitan brazos constituyen un cuerpo de obreros sumamente barato y sin pretensiones”. Con todo, los testimonios en imágenes son bastante más contundentes que cualquier palabra. Expresan lo inexpresable. Detrás del dolor, en el reflejo de esos rostros cargados de impotencia y humillación ante la exposición, hay una profundidad de campo que no es técnica sino ideológica. La lente puede cambiar, la gente es casi la misma.