26 agosto, 2008
Ella era sabia: “Si pudieras matar el ego”, repetía. Después de la frase venía un largo suspiro. El suspiro era tan elocuente que quería decir algo más que matarlo: asesinarlo, exterminarlo, borrarlo de la faz de la tierra. Borrarlo de la faz de la tierra suponía borrarlo de la faz de la emoción. Distancia. Para muchos, la tierra es el higo de las emociones personales. Una tierra pequeña, absorta, inútil. No es fácil la matanza, sin embargo. El ego tiene sus recursos. Su ombligo. Se encubre, se mimetiza y solapadamente allá va. Y lo hace de tal manera que ni siquiera el yo puede percibirlo. El ego tiene en el yo a su formal hijo putativo, dominadito. Para matarlo y que no se reproduzca, hay que hacer carnicería: trozarlo, seccionarlo y –por último y artesanalmente- repartirlo. Carne picada. Ella decía: “Dame un pedazo, el resto va a los demás”. El ego. En bolsitas de plástico puede ir. Cada uno –si no siente asco- que le ponga precio. Tirarlo a la basura es más difícil.
5 Comments:
Un ego repartido entmuchos se vuelve solidario. Abrazo
Bárbara
Todo muy difícil, ¿no? "Si pudieras", efectivamente. Si se pudiera.
Bárbara, creo que sí. Algo de eso. Pero si lo hacemos carne picada me parece que reparte más. El abrazo, gracias.
Sebastián. Difícil, sí. Pero el intento -antes que los resultados- es lo que nos va mejorando. Te mando un abrazo, gracias por la entrada.
Hola, priemer pase por el blog. Me gustó mucho.
Ego, reclamar que muera en el otro no es acto egoista también? no sé, me atrajo esa idea de que el ego tiene su ombligo.
Saludos Gabriel !!
Leticia, gracias por la entrada. Sí, es probable. Pero bueno, yo le desconfío hasta en tercera persona. Un abrazo.
Publicar un comentario
<< Home