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30 julio, 2008

Paidofilia

“Tratamos de parecer más jóvenes de lo que somos. Es difícil ser viejo. Como resultado de esa terrible tendencia del mundo moderno, las personas mayores se sienten tentadas a practicar el turismo sexual, con todo lo que ello implica”. Las palabras pertenecen al director teatral encargado de la puesta en escena de Plataforma, la novela de Michel Houellebecq que, entre otros escándalos, fue tachada de inmoral y de promover la pedofilia. Se sabe: Houellebecq es un autor de derechas que, para el escándalo promocional, sabe sacar partido de temas instalados en esta globalización: el capitalismo salvaje, la clonación, el turismo sexual, la pedofilia. Plataforma, una historia de amor moderno y generoso en la entrega sexual, tiene como protagonista a la primera persona de un gris funcionario que, a la muerte de su padre, decide visitar Tailandia y hacer turismo sexual. “Si pudiera volver atrás -asegura el autor-, situaría la trama en Cuba, ya que el Caribe está lleno de mujeres en busca de sexo y de oportunidades de todo tipo”. Al escritor, que se define como “típicamente antiamericano, sobre todo por los best-sellers que producen, que son una mierda”, le encantaría saber “qué opina Fidel Castro sobre el comercio del sexo en la isla”. Por el contrario, el turismo sexual en Tailandia no le sugiere ningún problema moral, todo lo contrario, ya que lo restringe a un “factor económico”. Raro. Algunas declaraciones del francés en torno al tema de la pedofilia le valieron no pocas críticas y acusaciones, en particular cuando aseguró que “la prostitución infantil no me parece ningún drama”. Contradictorio, provocador y ácido, en torno a este tema y al del Islam sus editores le aconsejaron no continuar con las declaraciones. Obediente para el marketing, Houellebecq restringió sus opiniones en torno a temas de alcance social (judicial, léase), pero no de su ámbito privado. Recientemente su madre lo acusó de “enfermo y psicópata” por las declaraciones que tiempo atrás hizo acerca de que la mujer estaba “muerta y bien enterrada”. La octogenaria contraatacó en la prensa francesa acusándolo de cualquier cosa menos de buen hijo.
La pedofilia en la literatura conoce escasos antecedentes. Uno de los más extendidos es el de Lewis Carroll, el creador de Alicia en el país de las maravillas, cuyo nombre verdadero era Charles Ludwidge Dodgson, un atildado diácono conservador y matemático de cierto renombre que ejercía el profesorado en la Universidad de Oxford. Según parece era un individuo aburrido, tremendamente puritano, cuyas debilidades iban de sentar a niñas en sus rodillas hasta sacarles fotos en paños probablemente también menores. Autor de veinticinco libros de lógica y matemática, obsesivo y acaso víctima de su propia represión, es más que probable que Lewis Carroll muriera sin conocer el amor carnal -como dicen algunos-, pese al montón de nínfulas que lo seguían gracias a su generosa disposición con ellas y al alcance de sus libros infantiles. Algunos investigadores han llegado a asegurar que bajo su apacible su figura se escondía el “pedófilo más recalcitrante de la historia de la literatura universal”. Puede ser como no, eso nunca se sabrá. Tampoco parece relevante a la hora de evaluar su obra genial.
Quien también se convirtió en paradigma a partir de un personaje fue Vladimir Nabokov, haciendo de la pasión de un hombre adulto por “Lolita” un modelo universal. Sin embargo, trasladar la ficción a la biografía de los autores es un grosero error. La pedofilia como recurso argumental es un tema como cualquier otro; en el terreno de las conductas individuales, ya es otra cosa. Houellebecq ha dicho: “Sólo el silencio es asesino, racista y obsceno; se calla, incluso en las familias, para mejor expoliar a los indefensos y matar a los ancianos. Es el viaje de los desconsolados en busca de consoladores: ¡el porvenir del mundo!... pero también la eutanasia de los países más prósperos”. La versión del francés sobreviene de su mirada crítica hacia la globalización. Países que someten a otros países, personas que someten a otras personas en condiciones de inferioridad. Las formas aberrantes del sometimiento moderno que, sin embargo, no tiene mucho de nuevo. “El poder posee un estilete que lo vuelve doblemente peligroso, el dinero”, ha dicho el novelista francés. Chocolate. El paso del francés por la Argentina fue bastante anodino.
La pedofilia en estos días ha entrado por la puerta grande del poder mediático de la Argentina a través del licenciado Jorge Corti, autor de por lo menos cinco libros centrales sobre la Violencia y abuso de menores. Acusado de liderar una banda de pedófilos, Corti sin embargo se ha excusado ante el juez de formular declaraciones. Al menos hasta la fecha. En relación al poder, en el texto “¿Por qué es más fácil creer al victimario que a la víctima?”, el especialista en Violencia Familiar sostiene que invariablemente “el perpetrador se muestra más confiable en función de su fachada de seguridad, racionalidad y aplomo” que la víctima, ya que las versiones entre unos y otros “son siempre opuestas, ya que el victimario está siempre en condiciones de utilizar argumentos que minimizan las consecuencias de su conducta, atribuyendo la responsabilidad y de los hechos a supuestas provocaciones de las víctimas, definiendo como exageraciones los cargos en su contra, y proporcionando explicaciones racionales de los hechos”. Probablemente el hombre no hable por boca de ganso. Probablemente. En un reportaje que le concede a Teresa Farnós de los Santos para la revista Debats (“Violencia: una lacra social a erradicar”), Corsi nos recuerda asimismo que “en toda la escala zoológica podemos hablar de la agresividad de las distintas especies, pero la especie que tiene el patrimonio exclusivo del uso de la violencia es la especie humana. La violencia es un modo cultural adquirido por la especie humana consistente en obtener el control y la dominación sobre otras personas”.
No parece necesario aclarar que entre el lenguaje de caracteres de la ficción y el denotativo del ensayo científico, hay un abismo. Corti formó generaciones de psicoanalistas y su tarea ha sido reconocida a nivel internacional, pero ese abismo tiene los límites del código penal de cada país. En el caso de la pedofilia -algunos consideran que tuvo sus inicios en la antigua Grecia, donde los efebos eran iniciados por los adultos en rituales ceremoniales para marcar el fin de la pubertad y adolescencia-, su práctica está penada en todo el mundo. La paidofilia o pedofilia (del griego páis-paidós, «muchacho» o «niño», y filía, «amistad») es la inclinación sexual por parte de adultos a sentir una atracción sexual primaria hacia niños o adolescentes. Etimológicamente, se considera que el término «paidofilia» es más correcto o preciso en su acepción que “pedofilia”, de uso extendido. La ironía del lenguaje en el caso Corsi surge del sello que publicó sus cinco libros: Paidós, precisamente. Días pasados, la prestigiosa editorial levantó la venta de los ejemplares de su autoría y pidió a las librerías de todo el país que “se abstengan de vender su obra”. Allegados a Paidós afirmaron que de comprobarse las acusaciones de pedofilia y abuso que obran en poder de la Justicia “existe la posibilidad de descatalogar toda la obra de Corsi”. Los libros de este profesional acusado de pedofilia, ya se sabe, van a valer el doble en el mercado negro. ¿Habrá que sacarlo de circulación o, por el contrario, su obra de investigación científica no debería ser juzgada por su conducta personal?