Cabos sueltos
Encuentro Nacional de
Escritores (LP, 12/6/08). Mesa
con Juan Sasturain y
Horacio Preler.
Tema: “La escritura, única tierra firme del escritor”
Creo que va con signos de interrogación. No importa. Primera nota por asociación para el III Encuentro: “En la patria flotante”, título que dio nombre a una serie de notas publicadas sobre el viaje a Malvinas en marzo pasado. La relación con el título y la charla a raíz de una expresión: “andar por la línea de flotación de la escritura” o “espiar por el ojo de buey y escribir”. Esa frase la robé a uno de mis personajes que ve en otros “cierta línea de flotación de la nostalgia”. Nostalgia y escritura son determinativos, intercambiables. Sobre todo abstractos. Recordar sin embargo que línea de flotación de la nostalgia, a su vez, está tomado de Roberto Arlt, cuando en una de sus novelas, no recuerdo cuál, señala que a ese personaje se le veía una tristeza que le llegaba a la cintura. Una imagen grabada y el inmediato cálculo: ¿90 cm? ¿1,10? ¿Cuánto puede tener el calado de una tristeza? A su vez, el título de las notas del diario de viaje -“En la patria flotante”- está rapiñado de un personaje de la novela El curandero del cuarto oscuro, el teniente Mandarino, un tipo desaforado y autoritario que lo único que desea es construir “una patria flotante”, con eso sueña. Autoplagiarse es inmerecido. Lo digo porque con el tiempo uno se da cuenta de que la escritura resulta un plagio progresivo de uno mismo y sobre todo, de otros, si es que sabemos interpretar la estela. Páginas/estela/espuma. Sólo hay que seguirla. Pero, volviendo a la línea de flotación, se me ocurre que todos tenemos una. Quiero decir: cierto peso, alguna angustia, esas cosas. Una marca invisible en el cuerpo de cada uno de nosotros que nos dice esto somos. Boyamos con esto somos. No se ve la línea, sólo está. Hablo de estas cuestiones y sé cuál es mi marca o línea de flotación, el peso de frustraciones personales, emocionales, cisuras que pausan o animan la respiración de lo que escribimos. Intuyo también qué cosa representa la acción de escribir en esa línea: la posibilidad de achique. En marinería, la voz “achique”: quitar peso, agua, de la sentina del barco. Escribir: achicar el barco cuando hay rumbos, filtraciones. Volver a escribir, más reparaciones en el casco, tarea de tributarios y deudores. La presunción: el nombre robado de esta charla, el robo de la línea de flotación de la nostalgia, el robo a Roberto Arlt. Sensatamente nos vamos desmintiendo e imponiendo con lo mismo de otros a través de pequeñas y lícitas sustracciones. En lo personal, si voy un poco más atrás, otros préstamos aparecen. Muchos. De todos ellos, sin embargo, recuerdo uno, el primero, para mí con nombre de libro iniciático: La isla con hélice, de Julio Verne (en las traducciones es de hélice, fastidio preposicional que ignoro pero me suena injusto). Creo que la leí a los 11 o 12 años. Me impactó. Había leído cosas de Verne, pero nunca ninguna me atrapó tanto como ese libro. En el inventario de la memoria no hay allí vaticinios de máquinas submarinas, viajes a la Luna o aparatos con palas que vuelan como helicópteros. Nada de eso. La isla flota ausente por los mares del mundo con millonarios y gentiles a bordo, tiene de 9 a 6 km. de largo y de ancho esta fortaleza y está construida sobre enormes motores que le dan impulso. Hay avenidas, paseos, almendros que coronan las mansiones. Una vida ideal e irreal transcurre allí, con fiestas, placeres y una opulencia que sólo se ocupa de engañar el tedio. ¿Un símil? Se me ocurre ahora pensar en spas, ámbitos cerrados presuntamente ideales de la sociedad moderna, countries, en fin, esas virutas arquitectónicas que confiere la inseguridad. También en este terreno Verne fue un adelantado, pero como no hay aparatología a la vista, nadie o casi nadie reparó en la profecía. El casco ya hacía agua. Raro: debe ser el vaticinio del autor de Cinco semanas en globo más formidable y terrible. ¿Qué ocurre en esta isla flotante a hélice? Algo sencillo y extraño: carece de música en vivo, sólo hay arte subsidiado, si mal no recuerdo, por gramófonos o instalaciones similares. Para poder tenerlo, los bogavantes millonarios, llamémoslos así, recurren a un viejo y elemental procedimiento hoy de moda: llevar por la fuerza a un cuarteto de cuerdas parisino. La moda es la fuerza, no las cuerdas. No bien los cuatro músicos llegan, los alistan para tocar en ocasión de una gran celebración, uno de los bogavantes festeja algo. No recuerdo qué. Llegado el momento de tocar melodías orientales para que un grupo de odaliscas baile, los ejecutantes no logran hacerlo. Apenas pueden promover otro tipo de música: Haydn, Mozart, Beethoven. Pero de danza del vientre, nada. De resultas, gran revuelo y decepción. Un caos, mal final para los sueños y el ensueño de la sociedad perfecta. Siempre me quedó grabada esta novela, acaso la más desestimada de Verne, la menos leída, por la sencilla razón de su lectura elemental (en la época de la que hablo la intertextualidad no era un bien preciado, ni siquiera ganancial). Lo concreto: la sociedad perfecta es imposible. Todo paraíso artificial, parodiándolo a Boido, es artificial porque es artificial. No podía ser de otra manera: todos formamos parte de todos y ninguna sociedad es una ínsula. Dependemos unos de otros y estamos, nos guste o no, comprometidos solidariamente. Ningún proyecto tendrá sentido si se desestima este principio básico: somos los otros.
Con la escritura ocurre algo similar. Aunque es una actividad formalmente solitaria, corporal incluso, la llevamos a cabo a través del lenguaje que es pertenencia de todos. Somos, creo, lenguaje, y a él pertenecemos. Acaso no sepamos muy bien hacia dónde zarpamos cuando soltamos la letra para internarnos en ese mar del lenguaje, pero una cosa es cierta: vamos al otro. ¿Conocemos a ese otro? Por supuesto que no. Y aunque vamos al garete, vamos. Es en esta afirmación de incertidumbre donde cobra sentido el esfuerzo individual como proyecto de comunicación con los demás. A veces la línea marca ego y sobrepeso, puede ser; una orientación incorrecta, es probable. Son datos que carecen de valor porque la tierra firme no existe. En la incitación de esa escritura fallida surge lo único más o menos cierto: la convicción de lo pequeños y fallidos que son nuestros garabatos. Cuestión de conciencia, no de perspectiva técnica, menos estilística. Mejor que todo lo que pueda agregar, está el poema. Es un verso intenso, por supuesto robado, y pertenece a ese poeta mayor que es Jorge Boccanera: “ningún cuerpo es tierra firme”. Será por eso que lo intentamos.
6 Comments:
Sea en términos de costura o de marinería, tus alegorías siempre dejan pensando nuevos sentidos de la práctica escritural... y de la vida. Me recordaste aquel "Navigare necesse; vivere non est necesse" atribuido a Pompeu que, por supuesto, conocí como "Navegar é preciso; viver não é preciso", no por Pessoa sino vía Veloso.
Abrazo.
Cinzcéu, lo primero que debo agradecer es el calado de tu comentario. Que me desasnes es cosa buena, erudición y talento tanto mejor. Gracias por vía doble. Ni vía Veloso (y eso que lo he escuchado tantísimo) lo tenía presente. Un fiel lector. Abrazo.
Gabriel: hoy volví a navegar. me encantó el post. Un beso y un abrazo
BÁRBARA
Bárbara, gracias y el abrazo.
Una confesión y un comentario lateral: cada vez que releo el título de la entrada, no puedo dejar de asociar con suboficiales de mínimo rango beneficiados por la obediencia debida y la masiva impunidad.
Mierda, tenés razón. Lo veo ahora. En mérito a tu observación: nunca nada es lateral. Puntada que duele.
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