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18 mayo, 2008

Nazis en las sombras

La foja periodística de Alfredo Serra (Buenos Aires,1939) dice que fue corresponsal de guerra en Vietnam y El Líbano, premio Pléyade, enviado especial a numerosas partes del mundo y, desde 1960 para acá, autor de numerosas notas reproducidas luego por la prensa internacional. Sin embargo, quienes conocen a Serra saben que antes que nada el tipo es un perro de redacción con el olfato sensible a un tema en particular: los nazis que luego de la Segunda Guerra Mundial encubrieron su identidad y lograron llevar una vida aparentemente normal en otros países, sobre todo en Argentina. ¿Por qué? Acaso porque la inteligencia emocional del periodista guarda una imagen precisa de sus 7 años, cuando cursaba el desaparecido primer grado superior en la escuela O’Higgins del barrio de Núñez: “Un día de invierno llegaron a la escuela muchos chicos de piel muy blanca –cuenta a manera de prólogo en Nazis en las sombras-. Algunos, de pelo colorado. En realidad, el color del pelo era muy difícil de distinguir porque todos estaban rapados. `Por los piojos’, dijo la señorita en tono casual (…) Ellos no hablaban como nosotros, no eran como nosotros. Por eso, cuando llegaba la hora de religión, alguna temida autoridad de la escuela los invitaba a pasar a otro ámbito (el helado patio, casi siempre) con palabras inolvidables: Los judíos, afuera”. Convertida en memoria, la anécdota incitará la vocación reparadora del futuro periodista.
Nazis en las sombras, siete historias secretas (Editorial Atlántida, 2008) reedita algunas de las pesquisas de Serra a lo largo de varias décadas, convertidas posteriormente en reportajes. La primera: Walter Kutschmann, ex SS acusado de fusilar a miles de judíos, quien en nuestro país vivía bajo el apacible nombre de Pedro Ricardo Olmo y trabajaba como jefe de compras en la empresa Osram de Argentina. Por una misteriosa delación que costará 1 peso –y el correspondiente recibo- Serra ubica al criminal en Miramar y logra primicia e identificación. El segundo caso es célebre y el reportaje será editado mundialmente y reproducido en 1972, entre otros medios, por “Paris Match”: Serra logra entrevistar en Bolivia a Klaus “Barbie” Altman, ex capitán de las SS y acusado de ejecutar a veinte mil prisioneros y ciento quince mil deportaciones, además de torturas y del asesinato de Jean Moulin, héroe de la resistencia francesa. La famosa confesión de Altman, aun a varias décadas, conmueve: “Yo soy un nazi convencido. Admiro la disciplina nazi, estoy orgulloso de haber hecho lo que hice. Hitler era un genio”. El tercer caso periodístico es la historia de una frustración, ya que Serra le dedica varios meses al seguimiento del criminal Eduardo Roschmann, apodado el carnicero de Riga, y cuando logra dar con él en Asunción del Paraguay, debe reconocerlo ante la mesa de una morgue: Roschmann había muerto poco antes. El periodista lo identifica por los dedos mutilados de sus pies. Argentino naturalizado, tenía documentos a nombre de Federico Wegener. Un dato es singular de esta historia: el nombre y la casa de Edith Rademacher, en San Isidro, contacto del carnicero en caso de muerte.
El cuarto trabajo periodístico incluye una entrevista al desaparecido Simon Wiesenthal, cazador de nazis. Un párrafo para releer de ese encuentro: los deseos del fundador del Centro de Documentación Judía por encontrar al “criminal número uno”: José Franz Leo Schwammberger, quien vivió muchos años en nuestra ciudad, La Plata, trabajando en una compañía alemana y finalmente fue extraditado a Alemania y condenado. Tres historias más completan el libro: el caso de Domenico Sigismondi, el argentino naturalizado que fue soldado de Mussolini y prisionero de Hitler (este caso aportó fotografías reveladoras de las matanzas nazis, nunca antes expuestas en la prensa mundial) y las historias de León y Janka, así como el casual encuentro de Víctor y Hersz, más una frase final: “cada minuto en un campo de exterminio es un libro”.
La reedición de estos trabajos en formato libro le permite al autor rescatar sus entrevistas, reflexionar acerca de ellas y, en especial, hacer patente sus motivaciones más íntimas. Aunque se desliza un error (la nominación “carnicero de Riga” para Kutschmann, pag.38, siendo que fue Roschmann), el olfato de Serra sigue intacto. En particular al recordarnos al comienzo de estas crónicas un episodio negro de la Argentina cómplice, como fue el pogrom y la masacre de judíos llevados a cabo en los barrios de Once y Villa Crespo durante la Semana Trágica, documentados en “El grito olvidado”, el trabajo de Pablo Fishman. Sobre el antisemitismo en la Argentina no es la única nota, basta recordar las motivaciones políticas que llevaron a tantos criminales nazis a elegir nuestro país como refugio. Un apunte final: el libro de Serra es fruto de la casualidad, surge durante una comida y un encuentro institucional en AMIA. Alguien le recuerda al periodista estos reportajes y le dice: “Eso es un libro”. La sugerencia inicia el rescate. Pero hay, como éste, muchos otros textos que merecen ser rescatados y revisitados. La anécdota de todos modos sirve para remarcar lo obvio: la memoria activa es superadora siempre de cualquier comisión institucional de cultura.