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01 abril, 2008

Diario de a bordo V

Dejamos las Malvinas para poner proa rumbo al Sur. El capitán dice algo sobre la ubicación y la profundidad: 180 metros, muy poca, lo que sugiere que tanto la Malvina del Este como la del Oeste están asentadas sobre la plataforma continental. Tomo algunas notas, me queda una libra Falkland (FKP), la edición local de la libra británica. La arrojo por la borda. ¿Y si fueran francesas Lies Malouines? Un miembro de la tripulación me descubre el gesto y con señas amables me indica que no arroje nada por el barandal. Pienso en las islas como en una porción del territorio filipino. Son filipinas, ninguna duda. Al rato el capitán anuncia "un mar moderado", pero esta vez agrega: "nada grave". Lo que da que pensar. Reviso el cuaderno de notas y leo: "Gipsy Cove está plagado de minas, los únicos que circulan por el lugar son los pinguinos. Son tan livianos que pueden caminar sobre las minas sin activarlas". Me doy cuenta de que pasé por Malvinas sin visitar los museos, sin leer ninguno de los dos memoriales y sin preguntarle a los pobladores por la territorialidad o sus sentimientos de pertenencia. Mejor. Estando tan lejos de Inglaterra, el sentimiento de inferioridad los hace mostrarse más ingleses que los mismos ingleses.
En mar abierto el barco marcha a una velocidad de 15 nudos. "Brisa fuerte", dice el altavoz. A la noche el mar queda súbitamente planchado y sobre la inmensidad oceánica se divisan decenas de lucesitas quietas. Nadie parece advertirlas. Son un espectáculo aparte. Un tripulante malayo me aclara en un inglés más perturbado que el mío que son japoneses. Pronuncia japoneses con asco. Me explica que son pescadores que se ubican en la línea del límite territorial océanico para depredar. "Japankut", pronuncia con desprecio. Cada tanto y sincronizadamente incursionan en aguas no internacionales para acercarse a los bancos. "Kill ballenas", y se lleva la mano a la boca. El malayo odia a los japoneses. Pero no por asuntos ecológicos. Cuando termina con el gesto en la boca, dice: "eat ballenas, good ballenas, good". Un día después estamos arribando al temible Cabo de Hornos, allí donde se juntan el océano Atlantico, el Pacífico y el mar Antártico. Hay una placa en el barco con un poema mediocre en tierra, pero que en alta mar funciona bastante bien como poema: "I am the albatros that waits for you/ At the bottom of the Earth/ I am the forgotten soul of the dead sailors/ Who crossed Cape Horn/ From all the seas of the world/ but they did not die in the furious waves./ Today they fly in my wings to eternity/ In the last trough of the antartics winds". El Cabo de Hornos fue visto por vez primera el 29 de enero de 1615, en un viaje patrocinado por la compañía Holandesa de las Indias Orientales. El capitán de ese barco llamado "Unity" era William Schouten, y buscaba precisamente un paso hacia el Pacífico. Desde entonces, se ha convertido en lo que los navegantes llaman "La tumba de Hornos". Tiene un historial mítico y "doblar el Cabo de Hornos" es una de las ceremonias más tradicionales de la marinería. Por allí han pasado navegantes célebres: Byron, Wallis, Carteret, Bouganville. La literatura mundial ha hablado demasiado de este cruce en donde lo que prevalece son los vientos del Oeste y las marejadas con olas de hasta 12 y 14 metros. A la media tarde, luego de rozar la Isla de los Estados, lo divisamos.