Diario de a bordo
"El Río de la Plata tiene muchos riesgos, los bancos de arena se mueven constantemente y donde hoy la carta de navegación marca un banco, al rato ese mismo banco ya se ha desplazado", dice el capitán Haavard con acento típicamente yanqui. Haavard ha navegado casi todos los mares, pero recuerda un incidente con uno de los motores en Alaska, un principio de incendio. "Felizmente, pudimos sofocarlo, fue uno de los más serios que tuve". Al capitán, sin embargo, las aguas mansas del río no lo conforman. "Hay corrientes por debajo, son fuertes, el Río de la Plata es siempre una trampa, muchas zonas difíciles por donde la quilla del barco apenas pasa a metro o metro y medio del lecho". Para confirmar las palabras de Haavard, esa noche nos alcanzan dos trombas a la salida de Montevideo. En las imágenes satelitales que llegan al buque se advierten dos tornados. "God's finger", dice un tripulante filipino, mientras las observa en pantalla. Un compañero lo corrige. Ambos sonríen y hacen burlas a la imagen. Son formaciones envolventes, técnicamente trombas, verticales, parecidas al temido "Dedo de Dios" pero sin su capacidad destructora. A medianoche el buque de casi doscientos metros de eslora se remece con golpes secos sobre la quilla, es como si alguien estuviera martillando rítmicamente. El oleaje a la salida del río es fuerte. Dos horas después, en mar abierto y con proa rumbo a Las Malvinas, las aguas están en calma. En cubierta la tormenta se divisa sobre la popa como un oscuro acantilado. Mirando sobre proa, en cambio, el cielo está límpido y las estrellas llenan el cielo. Hay luna. Uno de los pasajeros, norteamericano, pregunta por estribor y babor. Lleva un mapa en la mano y marca concienzudamente la ruta del barco. En el deck 7 están los botes salvavidas, pertrechados con agua y comida para varios días. Cada uno tiene dos motores y una capacidad para decenas de pasajeros. El norteamericano los mira desde abajo, dibuja siluetas de barcos en su cuaderno de anotaciones. Señala uno. "Mío", dice. Antes de zarpar a cada uno de los pasajeros nos instruyen con un simulacro de emergencia. Siete llamados cortos y un llamado largo significa abandonar la nave y tomar posiciones. El chaleco salvavidas se ajusta con dos correas -una a la cintura, la otra sobre el pecho- y un pasador encintado que toma la entrepierna y sube abrochándose en la espalda. Cada chaleco salvavidas tiene luz y un pito que marca la posición en caso de niebla. Babor siempre es izquierda si uno mira hacia proa. El norteamericano me sonríe y dice "Falklands", indicando que Las Malvinas van a aparecer por babor. Tiene la cara picada por viruela y una expresión de asombro, pero triste. Me lo imagino en medio de un naufragio, haciendo sonar el pito y con la lucesita del salvavidas encendida. Ridículo. "La lucesita es para que los tiburones te identifiquen a la hora de zamparte", pienso. El norteamericano sería una buena carnada. Pero en esta inmensidad oceánica nadie es mucho, nadie es nada. Al día siguiente estamos estamos a 220 millas náuticas de Montevideo, a casi 490 de Puerto Madryn y a unas 380 de Malvinas. El mar es de un azul nítido. Por momentos el viento sopla arrachado y estar en cubierta es toda una proeza. Un alemán lleva binoculares y un gorro de colla que le cubre las orejas. Con los binoculares me hace ver la línea del horizonte. "Tankechen", le farfullo, pero no veo ni medio. Él sonríe y me dice que sí, que ve algo. Me insiste. Vuelvo a mirar y nada. "Sí, sí", le digo, para conformarlo. Queda satisfecho. Saca una petaca y la empina. La guarda. No sé qué cosa dice. Tiene los pómulos enrojecidos y la nariz cincelada como a golpes de escoplo. Parece mareado. En un muy rudimentario inglés le digo que para no marearse mire la línea del horizonte. Línea del horizonte se lo digo con el dedo, señalando. Se sonríe. Tiene whisky, no mareo.
3 Comments:
marinero de luces, con alma de fuego y espalda morena. se quedó tu velero perdido en los mares, varado en la arena. olvidaste que yo gaviota de luna te estaba esperando. Isabel
Escribir o no escribir, ésa es la cuestión. Aquí, a babor, tripulante a la espera de Nota II. Abrazo.
Ese estribillo me es conocido, Isabel. El estilo también. Gracias por mantener la letra invicta, ja.
Cinzcéu, va pronto y a babor la dos, el abrazo de siempre.
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