24 marzo, 2008
Navegamos a unas 35 millas náuticas de la costa. En esa posición, los sonares del barco marcan unos 364 pies de profundidad. En la plataforma del Mar Argentino hay distintos azules, cambiantes. No los determina la profundidad, sí las corrientes. El capitán informa que hay una brisa "moderada" y que el mar es también "moderado". A los dos días de navegar interpreto que para él todo es moderado. Por los altavoces va dando el parte de navegación, luego lo repiten traducido en español, francés, alemán. Con la gente de tripulación que uno hable es todo lo mismo. Sonríen y hacen gestos cordiales, entre ellos hablan en mil dialectos. La mayoría son de Manila, hay unos diez o doce malayos, casi todos asiáticos, otros negros de un negro impecable de las Antillas. Con uno que hablé me explicó que su trabajo estaba en cubierta, en atar con cabos todo lo de cubierta. "In storm", me aclara. Pero a las ocho de la noche inicia siempre su rutina, como si hubiera tormenta donde no la hay. Luego se apoya en el barandal de estribor y fuma pensativo. Se puede fumar en cubierta únicamente, luego apagar en los ash trash y verificar que no queden brasas. La cordialidad de la tripulación es impostada, pero no incomoda. Entre el capitán que afirma que todo es moderado y ellos que dicen "hello" con sonrisa de mart a toda hora, la convivencia es nula y relajante, casi perfecta. A los tres días dormir es todo un hábito también, los remezones suaves y muelles marcan en la oscuridad el estado del mar. Uno lo adivina. A veces aparecen sonidos nuevos y hay que interpretarlos. En el silencio de la noche el casco cruje de diferentes modos, puede ser con sonidos de gotas de agua cayendo sobre un papel, tac tac tac; puede con arañazos cortos y largos. Hay noches, sin embargo, en que dormirse con el bamboleo del mar es como volver allí donde uno ya estuvo. El mar es muy extraño lejos de la playa, hipnótico. Nunca es el mismo. Puede uno quedarse horas y horas admirándolo embelesado. En el barco, en popa, hay una zona llamada "wet view". Desde allí la estela de la nave va dejando una marca de arado en el agua. Cuando rompe, el azul esmeralda resplandece brillante, luego se acomoda y se torna negro azabache. Me tumbo a fumar cada tarde. Imagino que tengo un narguile y que esa llanura de agua hipnótica es un desierto. A la noche ceno siempre con café descafeinado, una tara que adopté de alguien a bordo. No sé de quién, el café descafeinado es infame. Pero no puedo dejar de tomarlo. Debo ser un poco Zelig. Al quinto día ya digo "hello" a todo el mundo y "good morning". Sonrío en filipino y pienso en antillano. Una travesía, al fin y al cabo, es para dejar de ser lo que se es por unos pocos días. Al quinto llegamos a Malvinas. A la madrugada, prudente y moderadamente, el capitán anuncia que ya se divisan las "Falklands o también llamadas Malvinas". Ningún manto de neblina, ninguna canción de fondo.
3 Comments:
Gabriel, el texto lo sentí muy moderado, como el ánimo del capitán.Debajo percibo una corriente espesa e incontenible, que pronto va a salir a la superficie.
Intuitiva, muy intuitiva Virginia, dale la orden nada más.
Virgina, gracias por la entrada. Moderado lo tomo como un elogio, en el país de los patológicos excesos, ninguna palabra me suena mejor que esa, más sana.
Anónimo, que la orden -ya que así la entendés y parece que la aceptás- te la de a vos.
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