Diario de a bordo III
Desde el barco puede divisarse Mount Logdon y los numerosos cerros que rodean a Port Stanley o Puerto Argentino. Se distingue el que creo es el cerro Las Dos Hermanas. Mount Pleasant está más atrás, en la zona del aeropuerto. A tierra hay que llegar en lanchas. Por momentos el viento es tan fuerte que demora las maniobras de amarre. El lanchón intenta tres o cuatro veces. A la quinta lo logra. En el puerto casi no hay demoras, las entregas de pasaporte fueron previas, en el barco, y el chequeo se hizo un día antes, vía satelital. Las autoridades locales exigen pasaporte. Jode. Un par de argentinos se queda en el barco sin poder descender. Uno de ellos parece compungido, el otro recrimina algo a los gritos. En la distancia es una silueta muda. En el puerto hay un espigón nuevo y a un costado el clásico "Wellcome to Falklands". No lo digiero. Estamos a 840 km. al nordeste de Cabo de Hornos y a 300 millas náuticas de la costa patagónica. Casi con seguridad que el capitán John Davis, en 1592, tuvo la misma visión que nosotros cuando las divisó por primera vez: un remanso montañoso en medio del inclemente Atlántico Sur. El nombre primero de las islas fue Davis, en honor a este marino inglés que las descubrió por casualidad luego de separarse de la expedición de Thomas Cavendish. Cavendish exploraba el estrecho de Magallanes e intentaba elaborar una carta de navegación confiable. Davies se separó de él por una tormenta feroz en Cabo de Hornos. Los vientos y las corrientes lo arrastraron hasta el archipiélago. Cuentan que a poco de desembarcar, dijo: "Land of peace". La historia se encargó de desmentirlo.
Saliendo del puerto y tomando por Philemon St., uno debe ascender tres o cuatro cuadras hasta llegar a la lomada. Desde allí se tiene una visión franca del caserío. La visión colorida y exótica se pierde. Las casas son algunas modestas, descuidadas, muchas a medio pintar o descascaradas. Casas obreras en conjunto. Pero en cada vivienda se estaciona una poderosa cuatro por cuatro inglesa, volante a la derecha, range rover la mayoría. En algunas viviendas el abandono contrasta con los vehículos. Se tiene la sensación de estar en un villorio de Inglaterra, marginal. Hay tránsito. Es domingo, pero la llegada del barco pone en marcha los modestos emprendimientos turísticos de la isla: ver pinguinos zonzos, caminar a lo zonzo también pero en circuito ecoturístico. Otras opciones: mostrar los cuadros vivos de algunas zonas de combate, Mount Logdon en particular. El cementerio Argentino está muy alejado, pero a Monte Longdon, lugar de una de las batallas más feroces, se llega caminando. Yacen cantimploras, alpargatas de pibes argentinos, jirones de ropa, platos, cascos de proyectiles. Es un santuario de la mierda de la guerra a cielo abierto. Me vuelvo.
2 Comments:
La crónica -timoneada con pericia marinera- se presta más para disfrutarla que para comentarla, pero comento porque es el modo de hacer saber que la leo. Y la disfruto. Abrazo.
cinzcéu, gracias, como siempre, y el renovado abrazo.
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