Bastó la noticia del arresto domiciliario de Ricardo Barreda para que Pochi entrara en el campito de bochas mediático del país. Todos quisieron arrimar: movileros en la Justicia, en el Servicio Penitenciario Bonaerense, con sus abogados, en la cárcel de Gorina y, fundamentalmente, en Belgrano. El beneficio trocó la historia de horror en sainete amoroso. Hasta los vecinos de la mujer debieron soportar el asedio periodístico: “¿Tienen miedo de tenerlo a Barreda como vecino? ¿Qué piensan de que Barreda venga a vivir al mismo edificio?”. En ese calado se movieron los movileros. Cuando por fin Pochi estuvo a tiro –lo que es una licencia, nada más-, se conocieron otros datos de la enamorada: tiene 71 años, es docente jubilada, soltera, sin hijos, buen pasar económico, nacida el 19 de enero de 1937, y con nombre propio: Berta Carolina André. Para otras precisiones: “Rubia, robusta, más bien gordita. Se caracteriza por su simpatía. Es súper sociable y coqueta. Ella lo conoció cuando fue a acompañar a una amiga que tenía un hijo preso, se lo presentaron y se enamoraron”. Gracias a la persistencia periodística, se pudo saber lo siguiente, además: “La comida que más le gusta a Ricardo es la tortilla de papas, pero ella todos los días va a comprar galletitas ‘Don Satur’. Lo que no sabemos es si serán para llevárselas a él”. La duda de las galletitas no es poca cosa, conviene seguirle la pista.
Para resolver el enigma ‘Don Satur’, debe entenderse que la marca es abreviación del nombre del empresario argentino Don Saturnino, quien fundó una pequeña panadería hace 36 años, pero terminó preso del éxito de sus bizcochitos de grasa, lo que lo obligó a industrializarse y a asumir nuevos compromisos en un mercado cada vez más exigente. La modesta panadería se transformó en ‘Don Satur SRL’, y luego en ‘Dulcypas’. Hoy la condena de Saturnino, extensiva a sus descendientes, está en hacer madalenas, no los originales bizcochitos de grasa, que son los que a él tanto le gustaban.
La pesquisa es crucial y fue confirmada por los dueños del minimercado de la esquina de Vidal al 2300: “La señora Berta viene diariamente a nuestro local y compra siempre los bizcochos de grasa ‘Don Satur’, son infaltables en su mesa”. Aclarado el misterio, y dado que Pochi visita la cárcel de Gorina los días miércoles o jueves cada quince días, es evidente que los bizcochitos nunca fueron para Barreda, sino para consumo personal. Esta circunstancia no invalida, por supuesto, que el detenido odontólogo recibiera algún paquete para el mate en horario de visitas –uno ya abierto acaso, o uno cerrado para compartir, detalle que se ignora- lo que tampoco determina decisivamente un gusto o una preferencia a la hora de la colación. Pueden existir otros.
Pero lo que sí es casi seguro y al periodismo se le ha pasado por alto es que de aquí en más el infausto odontólogo y asesino múltiple va a tener que aficionarse a los bizcochitos ‘Don Satur’, sean de su agrado o no. Y no a los ‘Don Satur’ tan sólo. También muy probablemente deba adaptarse a otros gustos de su curadora, sean en materia gastronómica como de limpieza o normas en el hogar. En el
Manual Hogareño del Hombre Sometido figuran algunas imposiciones, todo el mundo las conoce: dónde apoyar el jabón después del baño, cómo doblar la ropa en los cajones, por qué no hacer migas en la cama, cuáles son los pasos a seguir para encontrar la manteca en la heladera, etc. Son factores determinantes en la convivencia diaria. Hay más, cientos.
Bajo estas circunstancias, debe considerarse que de aquí en más Barreda va a tener que convivir en un hogar extraño con una persona con hábitos arraigados en soledad durante décadas y con más de 70 años, desconocida para él en muchos aspectos también. Ex docente, para mayores datos, lo que nos exime de otros comentarios. Nadie cambia a ninguna edad, menos pasados los 70, eso es sabido. A ella le va a ocurrir lo mismo, por supuesto, pero en condiciones de localía, lo que significa que puede entrar y salir las veces que se le ocurran, puede dictaminar qué comer y qué no, puede imponer quién entra y quién no a esa casa, en fin, puede dominar cada movimiento y decisión de ese nuevo hogar a gusto y piacere. Práctica y legalmente confinado, el hombre va a estar sujeto como un cordero a las decisiones últimas de Pochi, a su buena voluntad o no. ¿Un símil? Exagero, por supuesto, pero pienso en
“Misery”, puro terror psicológico.
El periodismo movilero no ha pensado en esta congruente posibilidad, pero uno, como buen sojuzgado y sometido que es, tiene la obligación moral de no pasarla por alto. Quién sabe qué. ¿Y si de aquí en más comienza el verdadero suplicio para Barreda? ¿Y si lo que todos imaginan un beneficio no es otra cosa que un calvario, un castigo y una burla de la justicia divina? ¿Quién puede asegurar que bajo la dulce convivencia con la amable Pochi no estén latentes, al fin y al cabo, las mismas iniquidades cotidianas por las que un día tronó el espanto? Nunca se sabe. En la casa de Belgrano no hay parral, es una ventaja. Pero sorpresas te da la vida: el camino del infierno está sembrado de buenas intenciones.