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HECER EL ODIO

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EL CAPITAN TRES GUERRAS FUE A LA GUERRA

HACER EL ODIO

30 mayo, 2008

Támesis



Támesis y otros cuentos (Edulp, 2008), a pesar de lo que sugiera el título, no conforma una antología de relatos breves sino que son los senderos contenidos en esta nouvelle, enmarcados en la Bienvenida a un Parque Pereyra con familia Iraola y a los distintos caminos que la vida les abre a los cuatro amigos luego de concertar una cita. Aunque la cita es un año después, el encuentro en Parque Pereyra se impone por un nombre –"Támesis"-, apenas el indicio de un dibujo en un folleto. Una trama sutil, cinematográfica y atrapante, para una historia que sugiere –más allá de la propuesta, del premio por hallar un lugar y de Mirna- que la experiencia es una suma fortuita de nimiedades, imprevistos y desencuentros. Ese factor sin escalas que es la amistad, Cristian Vázquez lo desarrolla en el Tiempo de Escritura en que se conjuga esta historia de intriga y suspense. Y lo hace con elementos mínimos, limpiamente y en un lenguaje directo, de estricta concisión. El registro expresivo de Támesis y otros cuentos está guiado por elipsis; en lo que no se dice y en lo que no se encuentra está la clave. ¿Es esa cabañita la amistad? ¿O se trata de un engaño a la ilusión para recuperar el espíritu de aventura de cuatro amigos? Luego, ¿es la promesa de lo indescifrable, transcripción del Garabato, lo que nos impulsa a narrar? Un texto excelente de un singular narrador que nos remite al ancestral imperio de los sentidos alrededor de un fuego para volver a oír y contar (El Día).

28 mayo, 2008

Motor de búsqueda II


Ningún Infierno
fue
ubicarte. Motor de
búsqueda condal
puede
continuar y aportar más datos.

27 mayo, 2008

Una excursión a los indios argentos


Hace meses que se instaló en la aldea. Llegó, convulsionó a los medios, y desde su casona en Palermo impactó a todos con su aura de perfil bajo en el terzo mondo. “Apocalypse now”, “El padrino” y otros tantos films con alto costo de producción lo rodearon del halo necesario. El perfil crítico es redituable, da imagen. Lo cierto es que Francis Ford Coppola aterrizó en estos andurriales y, casi sin quererlo, de un día para otro, se vio repartiendo espejitos entre la tribu actoral de los argentos, espécimen boluda diría Copi. Ni siquiera tuvo que ofrecerlos: se los pidieron. Así fue como en este cuentito netamente nacional los aborígenes de la escena se entregaron arrobados, seducidos. En lo que va de un abrir y cerrar de piernas sucumbieron estrellitas progre y transgresoras; divas amatambradas y butirosas del país vacuno; actores de segunda alimentados a bolos de purina únicamente. Él, Francis Ford Coppola, cobijó a todos bajo su estola de Papá Grande. O sea: productor, realizador, guionista, vitivinicultor en el Napa Valley y dueño de una cadena de pastas orgánicas y de un trust hotelero en Guatemala y Belice, eso sin contar sus restaurantes estratégicos. O su modesto castillo. Hombre de la izquierda liberal el hombre. La corte tilinga se rindió a su encanto capitalista, cuasi antropológico. El coro entonó sumisión y pleitesías a poco de llegar: “Es un grande, un maestro, un genio”. Así repitieron los aspirantes al Hollywood grasa. La parábola del gordo Coppola no es fábula. Es tan vieja y obvia como el sol. Colón hizo otro tanto en el Billiken: les mostró a los indiecitos sus vituallas y éstos sucumbieron bajo su encanto. Con una diferencia: no había Historia desde acá. Se estaba haciendo. La Europa occidental crecía incorporando los territorios de ultramar y los aborígenes virginales se entregaban, a veces no tan idiota y mansamente, a los regidores y adelantados colonialistas. Pero una cosa es la inocencia y otra muy otra la tilinguería. Los espejitos que debió exhibir Coppola a la comparsa actoral vernácula tienen un costo ínfimo: figurar en los créditos de una película suya es todo lo que piden. A cambio, nada. Mendicantes, la dignidad profesional es como los lienzos. “Se trata nada menos que de Coppola, cinco veces el Oscar”, repiten extasiados. Por suerte los gremios le pusieron un freno al hollywoodense del año sabático en las Indias orientales. Que pague como corresponde, lo emplazaron. Y si quiere filmar gratis en el país más barato del mundo (para los extranjeros), que su productora confeccione los correspondientes contratos. Que se ponga, como decía el genial Gila. Caso contrario, que se vaya. Que deje pataleando a las estrellitas de cabotaje transgresor con sus sueños de créditos internacionales y que vuelva a su mansión próxima a Rodeo Drive. Ellas, políticamente correctas, no son nada. O sí: bajo costo, muy bajo costo. Regaladas en un país de regalo. Quede claro que el chancho no tiene la culpa.

26 mayo, 2008

Motor de búsqueda






Lo tuyo,
en verdad,
es mío.

20 mayo, 2008

Callate y escribí

Un blog, o dos, para recomendar: callate-y-escribi.blogspot.com (Los muertos desentonan)
y laestupideznoesgratuita.blogspot.com (Un centro sin cultura). Son de Julieta. Valen sin penas.

Tren bala


Apoyando
el proyecto
de
unir
Buenos Aires-Rosario.

19 mayo, 2008

Don Satur


Bastó la noticia del arresto domiciliario de Ricardo Barreda para que Pochi entrara en el campito de bochas mediático del país. Todos quisieron arrimar: movileros en la Justicia, en el Servicio Penitenciario Bonaerense, con sus abogados, en la cárcel de Gorina y, fundamentalmente, en Belgrano. El beneficio trocó la historia de horror en sainete amoroso. Hasta los vecinos de la mujer debieron soportar el asedio periodístico: “¿Tienen miedo de tenerlo a Barreda como vecino? ¿Qué piensan de que Barreda venga a vivir al mismo edificio?”. En ese calado se movieron los movileros. Cuando por fin Pochi estuvo a tiro –lo que es una licencia, nada más-, se conocieron otros datos de la enamorada: tiene 71 años, es docente jubilada, soltera, sin hijos, buen pasar económico, nacida el 19 de enero de 1937, y con nombre propio: Berta Carolina André. Para otras precisiones: “Rubia, robusta, más bien gordita. Se caracteriza por su simpatía. Es súper sociable y coqueta. Ella lo conoció cuando fue a acompañar a una amiga que tenía un hijo preso, se lo presentaron y se enamoraron”. Gracias a la persistencia periodística, se pudo saber lo siguiente, además: “La comida que más le gusta a Ricardo es la tortilla de papas, pero ella todos los días va a comprar galletitas ‘Don Satur’. Lo que no sabemos es si serán para llevárselas a él”. La duda de las galletitas no es poca cosa, conviene seguirle la pista.
Para resolver el enigma ‘Don Satur’, debe entenderse que la marca es abreviación del nombre del empresario argentino Don Saturnino, quien fundó una pequeña panadería hace 36 años, pero terminó preso del éxito de sus bizcochitos de grasa, lo que lo obligó a industrializarse y a asumir nuevos compromisos en un mercado cada vez más exigente. La modesta panadería se transformó en ‘Don Satur SRL’, y luego en ‘Dulcypas’. Hoy la condena de Saturnino, extensiva a sus descendientes, está en hacer madalenas, no los originales bizcochitos de grasa, que son los que a él tanto le gustaban.
La pesquisa es crucial y fue confirmada por los dueños del minimercado de la esquina de Vidal al 2300: “La señora Berta viene diariamente a nuestro local y compra siempre los bizcochos de grasa ‘Don Satur’, son infaltables en su mesa”. Aclarado el misterio, y dado que Pochi visita la cárcel de Gorina los días miércoles o jueves cada quince días, es evidente que los bizcochitos nunca fueron para Barreda, sino para consumo personal. Esta circunstancia no invalida, por supuesto, que el detenido odontólogo recibiera algún paquete para el mate en horario de visitas –uno ya abierto acaso, o uno cerrado para compartir, detalle que se ignora- lo que tampoco determina decisivamente un gusto o una preferencia a la hora de la colación. Pueden existir otros.
Pero lo que sí es casi seguro y al periodismo se le ha pasado por alto es que de aquí en más el infausto odontólogo y asesino múltiple va a tener que aficionarse a los bizcochitos ‘Don Satur’, sean de su agrado o no. Y no a los ‘Don Satur’ tan sólo. También muy probablemente deba adaptarse a otros gustos de su curadora, sean en materia gastronómica como de limpieza o normas en el hogar. En el Manual Hogareño del Hombre Sometido figuran algunas imposiciones, todo el mundo las conoce: dónde apoyar el jabón después del baño, cómo doblar la ropa en los cajones, por qué no hacer migas en la cama, cuáles son los pasos a seguir para encontrar la manteca en la heladera, etc. Son factores determinantes en la convivencia diaria. Hay más, cientos.
Bajo estas circunstancias, debe considerarse que de aquí en más Barreda va a tener que convivir en un hogar extraño con una persona con hábitos arraigados en soledad durante décadas y con más de 70 años, desconocida para él en muchos aspectos también. Ex docente, para mayores datos, lo que nos exime de otros comentarios. Nadie cambia a ninguna edad, menos pasados los 70, eso es sabido. A ella le va a ocurrir lo mismo, por supuesto, pero en condiciones de localía, lo que significa que puede entrar y salir las veces que se le ocurran, puede dictaminar qué comer y qué no, puede imponer quién entra y quién no a esa casa, en fin, puede dominar cada movimiento y decisión de ese nuevo hogar a gusto y piacere. Práctica y legalmente confinado, el hombre va a estar sujeto como un cordero a las decisiones últimas de Pochi, a su buena voluntad o no. ¿Un símil? Exagero, por supuesto, pero pienso en “Misery”, puro terror psicológico.
El periodismo movilero no ha pensado en esta congruente posibilidad, pero uno, como buen sojuzgado y sometido que es, tiene la obligación moral de no pasarla por alto. Quién sabe qué. ¿Y si de aquí en más comienza el verdadero suplicio para Barreda? ¿Y si lo que todos imaginan un beneficio no es otra cosa que un calvario, un castigo y una burla de la justicia divina? ¿Quién puede asegurar que bajo la dulce convivencia con la amable Pochi no estén latentes, al fin y al cabo, las mismas iniquidades cotidianas por las que un día tronó el espanto? Nunca se sabe. En la casa de Belgrano no hay parral, es una ventaja. Pero sorpresas te da la vida: el camino del infierno está sembrado de buenas intenciones.

18 mayo, 2008

Nazis en las sombras

La foja periodística de Alfredo Serra (Buenos Aires,1939) dice que fue corresponsal de guerra en Vietnam y El Líbano, premio Pléyade, enviado especial a numerosas partes del mundo y, desde 1960 para acá, autor de numerosas notas reproducidas luego por la prensa internacional. Sin embargo, quienes conocen a Serra saben que antes que nada el tipo es un perro de redacción con el olfato sensible a un tema en particular: los nazis que luego de la Segunda Guerra Mundial encubrieron su identidad y lograron llevar una vida aparentemente normal en otros países, sobre todo en Argentina. ¿Por qué? Acaso porque la inteligencia emocional del periodista guarda una imagen precisa de sus 7 años, cuando cursaba el desaparecido primer grado superior en la escuela O’Higgins del barrio de Núñez: “Un día de invierno llegaron a la escuela muchos chicos de piel muy blanca –cuenta a manera de prólogo en Nazis en las sombras-. Algunos, de pelo colorado. En realidad, el color del pelo era muy difícil de distinguir porque todos estaban rapados. `Por los piojos’, dijo la señorita en tono casual (…) Ellos no hablaban como nosotros, no eran como nosotros. Por eso, cuando llegaba la hora de religión, alguna temida autoridad de la escuela los invitaba a pasar a otro ámbito (el helado patio, casi siempre) con palabras inolvidables: Los judíos, afuera”. Convertida en memoria, la anécdota incitará la vocación reparadora del futuro periodista.
Nazis en las sombras, siete historias secretas (Editorial Atlántida, 2008) reedita algunas de las pesquisas de Serra a lo largo de varias décadas, convertidas posteriormente en reportajes. La primera: Walter Kutschmann, ex SS acusado de fusilar a miles de judíos, quien en nuestro país vivía bajo el apacible nombre de Pedro Ricardo Olmo y trabajaba como jefe de compras en la empresa Osram de Argentina. Por una misteriosa delación que costará 1 peso –y el correspondiente recibo- Serra ubica al criminal en Miramar y logra primicia e identificación. El segundo caso es célebre y el reportaje será editado mundialmente y reproducido en 1972, entre otros medios, por “Paris Match”: Serra logra entrevistar en Bolivia a Klaus “Barbie” Altman, ex capitán de las SS y acusado de ejecutar a veinte mil prisioneros y ciento quince mil deportaciones, además de torturas y del asesinato de Jean Moulin, héroe de la resistencia francesa. La famosa confesión de Altman, aun a varias décadas, conmueve: “Yo soy un nazi convencido. Admiro la disciplina nazi, estoy orgulloso de haber hecho lo que hice. Hitler era un genio”. El tercer caso periodístico es la historia de una frustración, ya que Serra le dedica varios meses al seguimiento del criminal Eduardo Roschmann, apodado el carnicero de Riga, y cuando logra dar con él en Asunción del Paraguay, debe reconocerlo ante la mesa de una morgue: Roschmann había muerto poco antes. El periodista lo identifica por los dedos mutilados de sus pies. Argentino naturalizado, tenía documentos a nombre de Federico Wegener. Un dato es singular de esta historia: el nombre y la casa de Edith Rademacher, en San Isidro, contacto del carnicero en caso de muerte.
El cuarto trabajo periodístico incluye una entrevista al desaparecido Simon Wiesenthal, cazador de nazis. Un párrafo para releer de ese encuentro: los deseos del fundador del Centro de Documentación Judía por encontrar al “criminal número uno”: José Franz Leo Schwammberger, quien vivió muchos años en nuestra ciudad, La Plata, trabajando en una compañía alemana y finalmente fue extraditado a Alemania y condenado. Tres historias más completan el libro: el caso de Domenico Sigismondi, el argentino naturalizado que fue soldado de Mussolini y prisionero de Hitler (este caso aportó fotografías reveladoras de las matanzas nazis, nunca antes expuestas en la prensa mundial) y las historias de León y Janka, así como el casual encuentro de Víctor y Hersz, más una frase final: “cada minuto en un campo de exterminio es un libro”.
La reedición de estos trabajos en formato libro le permite al autor rescatar sus entrevistas, reflexionar acerca de ellas y, en especial, hacer patente sus motivaciones más íntimas. Aunque se desliza un error (la nominación “carnicero de Riga” para Kutschmann, pag.38, siendo que fue Roschmann), el olfato de Serra sigue intacto. En particular al recordarnos al comienzo de estas crónicas un episodio negro de la Argentina cómplice, como fue el pogrom y la masacre de judíos llevados a cabo en los barrios de Once y Villa Crespo durante la Semana Trágica, documentados en “El grito olvidado”, el trabajo de Pablo Fishman. Sobre el antisemitismo en la Argentina no es la única nota, basta recordar las motivaciones políticas que llevaron a tantos criminales nazis a elegir nuestro país como refugio. Un apunte final: el libro de Serra es fruto de la casualidad, surge durante una comida y un encuentro institucional en AMIA. Alguien le recuerda al periodista estos reportajes y le dice: “Eso es un libro”. La sugerencia inicia el rescate. Pero hay, como éste, muchos otros textos que merecen ser rescatados y revisitados. La anécdota de todos modos sirve para remarcar lo obvio: la memoria activa es superadora siempre de cualquier comisión institucional de cultura.

06 mayo, 2008

Ejercicio de Incertidumbre

El viernes a las 21 hs., en el Stand del Instituto Cultural de la Feria del Libro, se presentará Ejercicio de Incertidumbre, libro de textos críticos del narrador y editor Luis Chitarroni. El libro fue editado por La Comuna Ediciones. Hablarán el autor y el director del sello editor.