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30 abril, 2007

Las "Historias verdaderas" de Gombrowicz II

¿Y Ferdydurke? ¿Y su homosexualidad?

(Fragmento de las Cartas del Estero)

Por Juan Carlos Gómez

¿Y Ferdydurke?, ¿y su homosexualidad? Asuntos de vital importancia para Gombrowicz, mucho más que la Argentina. En primer lugar debemos recordar que cuando Gombrowicz llegó a la Argentina, se encontraba en un estado de confusión lamentable y todavía no había digerido bien ese Ferdydurke, no sabía si quería ser joven o maduro. Estaba tan trastornado que se enamoró de su propia catástrofe personal como si fuera una ocasión para unirse a la inferioridad en las tinieblas, una liberación. "El tiempo pasaba. Me aproximaba a la treintena, y mi situación en el continente europeo se hacía cada día más penosa". Pero ¿por qué tanta sofocación, por qué esos vapores de la juventud lo mareaban tan intensamente? Yo creo que por la culpa y la vergüenza.
¿Cuánto tiempo más podía seguir en Polonia ocultándoles a su familia y a sus amigos que era homosexual, si ya su misma obra no lo sabía ocultar? La cuestión es que el joven Gombrowicz sintió su homosexualidad como un pecado, un escarnio del que los otros se podían burlar, una debilidad que todavía no había aprendido a convertir en fuerza, una situación penosa. ¿Unirse a la inferioridad en las tinieblas acaso no quería decir unirse a su homosexualidad en una Argentina en la que no lo miraba nadie? Desde que pisó la Argentina hasta que se murió, Gombrowicz estuvo buscándole un derecho de ciudadanía a su homosexualidad, sin mucho éxito. "Ernesto, lo más importante que yo podía hacer, y que ya no haré jamás, sería la narración de mi experiencia poética durante mis primeros años de Buenos Aires", le cuenta a Sábato en Vence, el 26 de noviembre de 1967.
Si bien la juventud se le había aparecido como un refugio para protegerse de la cultura, buscaba en este estadio de la vida algo más radical. Escribe: "Podría decir que buscaba al mismo tiempo la juventud propia y la ajena. La ajena, porque aquella juventud en uniforme de marinero o de soldado, la juventud de aquellos corrientísimos muchachos de Retiro, era inaccesible para mí; la identidad del sexo y la falta de atracción sexual excluían cualquier posibilidad de unión y posesión".
¿Detrás de qué andaba Gombrowicz? ¿Qué era eso de la falta de atracción sexual?, ¿por qué mentía? Gombrowicz nos dice que estaba repitiendo la historia de Polilla, que trataba de fraternizar con el peón. La fraternización con el peón tenía un carácter erótico más que poético, y su relación con los muchachos de Retiro era erótica y sexual; pagaba por esas relaciones y a veces era maltratado, como el Gonzalo de Transatlántico. Una relación erótica, amorosa más que erótica, no sexual, la tuvo con Flor de Quilombo: una relación en la que, según él mismo lo manifestó, tuvo que controlar su instinto. Gombrowicz sabía perfectamente bien que las explicaciones que daba para disfrazar su homosexualidad no convencían a nadie, pero seguía buscando caminos para ennoblecerla y convertir esa debilidad en fuerza.
Fue con Mastronardi, también homosexual, con quien mantuvo los diálogos más escabrosos sobre la sodomía, cada uno disfrazándose como podía en este juego prohibido. El factor atenuante en este diálogo era el infantilismo. A mi juicio Gombrowicz se manejaba mejor con la forma infantil que con la inmadura, porque la infancia, con las pulsiones sexuales en estado de nacimiento, es menos drástica que la juventud. Se volvía infantil frente al demonio de la inmadurez, es decir, el de su homosexualidad, al que no sabía dominar. Si había un terreno confuso era éste, y era en estos casos que el gran mago sacaba de la galera el principio de contradicción, la doble naturaleza, él es lo que no es y no es lo que es, embarraba la cancha, como dicen los futbolistas: "Pero ¿hasta qué punto yo sólo quería ser infantil y hasta qué punto era realmente infantil? ¿Hasta qué punto quería ser joven y hasta qué punto encarnaba de verdad una especie de juventud tardía? ¿Hasta qué punto todo esto era mío y hasta qué punto sólo era algo de lo que estaba enamorado?"
En La Falda, una localidad de la provincia de Córdoba, en el año 1944, a los cuarenta años, sintió que su permanencia ilícita en la juventud llegaba a su fin: unas arrugas furtivas empezaban a delatarlo, se sintió contaminado, repulsivo, adulto, comenzó a tratarse de una manera cruel. Y otra vez un birlibirloque para abrirle la puerta a su homosexualidad: "La mujer no podía salvarme, la mujer podía salvarme en tanto que hombre, pero yo era también simplemente un ser vivo, sin más". Ferdydurke era para Gombrowicz la imagen de alguien que, enamorado de su inmadurez, lucha por su propia madurez. Su naturaleza encadenada a la inferioridad se revolvía contra la forma, contra esa literatura que estaba irrumpiendo otra vez en su vida y que de a poco terminaría por domesticarlo.
¿Su relación con la juventud era un acontecimiento trivial? Y si no lo era, ¿cómo introducir este vínculo vergonzoso en la cultura? El Joven está al servicio del Adulto, el Adulto adora al Joven, el Adulto maltrata al Joven para no caer de rodillas ante él. Con este simple programa erótico, y con sus cuatro tesis tardías -la Juventud es Inferioridad, la Juventud es Belleza, la Belleza es Inferioridad, el hombre está suspendido entre Dios y la Juventud-, Gombrowicz intenta dar un paso más en el camino hacia la madurez, pero el hombre no puede ser más fuerte de lo que es, y la piedra, como a Sísifo, se le siguió viniendo encima. "Para evitarlo tenía que encontrar una posición diferente, fuera del hombre y la mujer, una posición extrasexual desde la cual pudiera ventilar esas regiones sofocantes y contaminadas por el sexo. No ser hombre por encima de todo, ser un ser humano que sólo en segundo lugar es hombre; no identificarse con la virilidad, no quererla... Sólo cuando con decisión y abiertamente me liberara de la virilidad, su juicio sobre mí perdería virulencia y podría entonces decir muchas cosas que de otra manera no se pueden decir."... ¡Chapeau!
Pero ese canto a la homosexualidad no lo escribió nunca, no lo podía escribir; la edad que en verdad tenía y su idea de la belleza se lo impidieron. Gombrowicz era terriblemente impiadoso con la fealdad del cuerpo, con la del suyo y con la de los demás también. Cuando algún joven despistado se le presentaba como admirador de Neruda y de sus Veinte poemas de amor y una canción desesperada, Gombrowicz se retorcía en la silla, no podía soportar la presencia del cuerpo viejo y corrompido de Neruda al lado de ese canto al amor. En la carta sobre la homosexualidad que me mandó desde Berlín el 21 de julio de 1963, me dice: "Todavía quiero hacerle observar desde el punto de vista estético que la belleza del amor depende ÚNICAMENTE de las personas que lo hacen. Imagínese al maestro Frydman encamado con Frau Schultze y observe si esto no es INMUNDICIA, aunque fuera santificado aún por el Santo Matrimonio. Ud. Goma no sabe nada de nada". Y en Piriápolis jamás se puso un traje de baño para ir a la playa, porque no quería exhibir a la luz del día la corrupción de las várices de sus piernas.
Así que, por lo menos después del episodio de La Falda, Gombrowicz quedó forfait: episodios homosexuales entre jóvenes, no más de veinticinco, y si no son feos, bueno, se les puede cantar, pero entre un maduro y un joven, ¡jamás!, sólo saldría un graznido. Todo esto, claro está, siguiendo la dura lógica gombrowicziana. Tal como nosotros perdemos el tiempo hablando de nuestra historia, Gombrowicz perdió mucho tiempo ocupándose de su homosexualidad. Ahora bien, la utilizó de una manera magistral en toda su obra, menos en el Diario.
"Iba tranquilo... Porque hacía ya bastante tiempo que había abandonado aquellos paseos por Retiro y Leandro Alem, y ahora, en Santiago, de nuevo volvía inesperadamente a esa situación, la más profunda, la más esencial y la más dolorosa de todas las mías: yo siguiendo a un chico de pueblo." Interrogué esta frase de Gombrowicz, busqué en su obra la aparición de ese archidolor nacido de su archivergüenza, pero no encontré este dolor. Lo encontré en un perro y en una pequeña mujer. Las agonías de Step, el perro de Dus, y de la hijita pequeña de Simón son para mí las más altas cumbres que ha alcanzado Gombrowicz en su aproximación literaria al dolor.
El lirismo erótico de Gombrowicz es un terreno escabroso, difícil de manejar. Es un campo fértil para el psicologismo, pero el psicologismo tiene una pequeña dificultad: si bien es cierto que ordena los objetos psíquicos y los subsume en el marco de una teoría, perturba lo que observa, y funciona como el principio de indeterminación de Heisenberg. Puesto en este trance, me parece mejor presentar a Gombrowicz en crudo. La repugnancia que sentía Gombrowicz por la fealdad corporal es un rasgo suyo que me resulta incomprensible, a menos que se lo analice exclusivamente bajo la óptica de su homosexualidad y se lo entienda como una consecuencia. En la vida corriente Gombrowicz tenía una actitud benevolente con las miserias humanas, especialmente con aquellas por las que una persona sufre, pero aquí, ¡mi Dios!, no queda títere con cabeza.
La enjuta, mísera, nerviosa, contrahecha, legañosa fealdad de Cortés en Tandil; la gordinflona, repugnante, lúbrica, mugrienta, vulgar, grasosa, rancia fealdad de Balzac; la monstruosidad de Sócrates; y el bruto, arrepollado, nalgón, mofletudo, dedón, tripudo, corpachón, sanguíneo y revolcado; los bañistas desvestidos pero no desnudos con su asquerosidad corporal. Hay más ejemplos, pero detengámonos aquí. No queda claro, ni ahora ni después, si es el asco que le produce la fealdad o el amor por la belleza lo que divide las aguas, pero las aguas quedan divididas, ¡y de qué manera!
"¡Oh! ¡Estoy mortalmente enamorado de la carne! La carne es para mí casi decisiva. Ningún espíritu podrá resarcir a nadie de la fealdad corporal, y el hombre no atractivo físicamente siempre pertenecerá para mí a la raza de los monstruos (...) ¡Ah, cómo necesito esta consagración a través del cuerpo! La humanidad se divide para mí en dos partes: una, corpóreamente atractiva, y la otra, repugnante, y la frontera entre ellas es tan clara que no dejo de asombrarme (...) y me vanaglorio más de ser sensual que de ser un entendido en los asuntos del Espíritu; y mi pasión, mis pecados, mi lado tenebroso son para mí más preciosos que mis luces (...) ¡Porque ser artista significa estar mortal, incurable, apasionadamente enamorado, pero también salvaje e ilegítimamente...!" Estos son pasajes violentos donde su erotismo y su sexualidad están en estado de ebullición, no admiten ninguna réplica, así que, vamos a mantener nuestra actitud inicial, vamos a dejar que Gombrowicz se controle a sí mismo, abriéndoles paso a sus accesos de vergüenza y a su sentido moral. "Mis fuentes brotan en un jardín en cuya puerta hay un ángel con una espada flamígera. No puedo entrar allí. Nunca penetraré en su interior. Estoy condenado a dar vueltas eternamente alrededor del lugar donde se celebra mi más verdadero embelesamiento. No me está permitido, porque... de esas fuentes brota la vergüenza como de un surtidor. Sin embargo, una voz interior me ordena: ¡acércate lo más posible a la fuente de tu vergüenza! Tengo que apelar a toda mi razón, mi conciencia, mi disciplina, a todos los elementos de la forma y del estilo, a toda la técnica de la que soy capaz, para conseguir aproximarme a la misteriosa puerta de ese jardín donde florece mi vergüenza. ¿Qué es, entonces, mi madurez, si no un medio auxiliar, una cuestión secundaria? ¡Siempre lo mismo! ¡Vestir un abrigo suntuoso para poder bajar a un tabernucho portuario! ¡Utilizar la sabiduría, la madurez y la virtud, para acercarse a algo totalmente opuesto!" Vamos a observar ahora cómo Gombrowicz realiza una gran maniobra con su vida para transformar su sexualidad en erotismo y atenuar su vergüenza. Esta mutación es real, se refiere a las relaciones que tuvo con Flor de Quilombo.
"Y, por otra parte, para sopesar toda la generosa magnificencia de semejante disposición de la naturaleza, hay que comprender que nadie decide sobre su propio atractivo, que esto es exclusivamente una cuestión del paladar ajeno. De modo que si yo era atractivo para él, pues lo era y basta... lo era porque poseía la técnica, un estilo, un nivel, unos horizontes, un género en los que él, con sus años, no podía ni soñar, porque había escrito obras que lo habían deslumbrado, porque con cada acento, mueca, broma, juego, lo introducía en una superioridad hasta entonces jamás vista ni oída por él. (...) yo adoraba en él la frescura y la naturalidad, y é1 en mí lo que yo había hecho de mí, lo que había llegado a ser en el camino de mi desarrollo; y, cuanto más cerca estaba yo de la muerte, tanto más é1 me adoraba (...)" Y aquí Gombrowicz, como tantas otras veces, echa mano a sus inagotables dotes de alquimista: le vende el alma al diablo para volverse joven, organiza un trueque entre la existencia del adulto y la vida del joven y encuentra el elixir de la juventud, transmuta un adulto en joven, transmuta un joven en adulto, de lo que saca la siguiente conclusión: existen dos clases distintas de existencia humana, y ambas se desean mutuamente. Reemplacé joven por Flor, y adulto por Gombrowicz, y para no ser menos que él yo también saqué mi propia conclusión: todos los trueques y mutaciones entre ellos tuvieron lugar en la región del erotismo poético, sin sexo.

29 abril, 2007

Las "Historias verdaderas" de Gombrowicz

A raíz del post anterior (Carta de Witoldo), Juan Carlos "Goma" Gómez, tomó contacto con el Costurero Disociado y le envió vía mail parte de su voluminoso archivo Gombrowicz. "Goma", el fiel amigo del escritor, publicó y escribió, entre otros títulos, "Gombrowicz, este hombre me causa problemas" (Interzona, 2004), "Cartas a un amigo argentino" (Emecé, 1999), "Gombrowicz, y todo lo demás" (www.pmdq.com.ar, 2006) y "Las cartas" (El hilo de Ariadna, 2006), eso sin contar las más de 460 "Historias verdaderas" que confeccionó sobre el gran polaco y las notas y textos que guarda en su archivo, donde está la correspondencia que WG le envió tanto a él como a Mariano "Flor de Quilombo" Betelú. Sin embargo, más allá de toda consideración bibliográfica o archivística, lo que más atesora "Goma" de Witoldo es su memoria y una amistad recalcitrante que aún perdura y se extiende en el tiempo, sea por la consagración a la obra del autor de "Cosmos" y "Ferdydurke", sea por la vigencia que mantiene con los muchos miembros del "Club de Gombrowiczidas". En este nutrido club de connotados cada miembro tiene su apodo y cada apodo una sugestiva carga, a veces peyorativa, por lo general afectiva. Hace falta un glosario (o no) para desenmascarar a cada uno de los personajes que pueblan las "Historias verdaderas". Pero desenmascarar es palabra que guarda las Formas, así que Corte y confección va a ir publicando periódicamente algunas de estas historias sobre WG, buena parte de ellas inéditas. La mayoría contiene cartas o fragmentos de cartas de WG, glosadas por JCG. Por ahora, la que sigue:

LOS DOS CHOCHOS

Por Juan Carlos Gómez

Los hombres eminentes cuando pasan los cincuenta suelen ir poniéndose chochos. Sartre, pongamos por caso, que durante gran parte de su vida aspiraba al reconocimiento de la posteridad, llegando a los sesenta nos dice que se había engañado hasta los huesos, que había dudado de todo, pero no había dudado de haber sido el elegido de la duda, por lo que se había convertido en un dogmático, y que se había transformado en una máquina de hacer libros.
"Todos los rasgos del niño, desgastados, borrados, humillados, arrinconados, dejados en silencio, han quedado en el quincuagenario. La mayor parte del tiempo se achatan en la sombra, acechan; en el primer instante de inatención levantan la cabeza y entran en la luz del día con cualquier disfraz"
Cuando Gombrowicz se entera de que Sartre se había manifestado de esta manera en "Les Mots", me hace algunos comentarios.
"¿Acaso sabe que en su libro último "Les Mots" ese asno ha confesado que todo su existencialismo es una asnada? Ya ve, Goma: su situación está arruinada, su prestigio intelectual aniquilado, todos se ríen y dicen: –¡Qué gomadas dice el pobre Goma!"
Ya sabemos que la chochera es una pérdida del juicio, un debilitamiento de las facultades mentales, un estado que regresa al hombre al tiempo de su niñez, y también sabemos que el amor hace chochear con frecuencia a las personas mayores.
Pues bien, en esta historia verdadera el otro chocho es, no podía ser de otra manera, el mismísimo Gombrowicz.
En los escritos de Gombrowicz hay tres cosas que nunca faltan: la sexualidad, el humor y los sueños. Estos componentes pesan de una manera diferente en cada una de sus obras, los sueños y la sexualidad, por ejemplo, tiene poca importancia en Ivona porque Gombrowicz aún no había definido con fuerza su combate con la forma, batalla que libra en todos los frentes en su obra siguiente, "Fedydurke". Podemos afirmar que entre su primera y su última obra la sexualidad sigue una línea ascendente, el humor una descendente y los sueños una constante. Esta configuración de los componentes nos inclina a pensar que Gombrowicz se fue convirtiendo poco a poco en un viejo verde.
La chochera de Gombrowicz tiene , sin embargo, unas manifestaciones más conspicuas que las de Sartre. Sin ir más lejos, en "Yo y mi doble", relata unos sueños de vejete que había tenido con su bienamada de la juventud. Cuando miraba al presente, en cambio, contabilizaba unas mejillas sin frescura, un vejete antipoético y rígido que no podía inspirar poemas y al que ya nadie admiraría. La nostalgia de su propia belleza desvanecida lo agitaba cada vez más.
Le quedaba el trabajo, sí, un buen puesto para meterle miedo a las muchachas que ya no languidecían por él. O tener un hijo y vivir por y en él una vida plena repitiendo el canto eterno de la juventud, de la felicidad y de la belleza. O sacrificar la vida por un ideal para adquirir una segunda belleza y convertirse de nuevo en objeto de nostalgia. Su cabeza hervía, se aparecía ante sí mismo con el aspecto de un egocéntrico y de un narciso sucio, sintió que la juventud se burlaba de él y lo despreciaba como a un miserable egoísta y que las alumnas del liceo ya no verían nunca en él ningún atractivo sexual.
Pero también en la vida real a Gombrowicz le gustaba representar el papel de viejo verde reblandecido persiguiendo a las muchachas como un fauno detrás de las campesinas en el bosque. Unas pocas semanas antes de partir para Berlín nos escribe desde Piriápolis:
"Nada de ascensores, ahora viejo, hay una Lolita de nueve años que me tiene loco, ni te puedes imaginar, ando así que casi estallo, hay que ver cómo me persigue, se enamoró locamente, ya te voy a contar. Fuera de eso no sé si me aburro o no"
En el año 1955 Vladimir Nabokov había actualizado la atracción malsana que ejercen las nínfulas sobre los hombres maduros con su "Lolita".
En la época que apareció la "Lolita" de Vladimir Gombrowicz escribía en los diarios:
"Marisa, quince años, distinguida y romántica (...) se sumerge continuamente en las luminosas brumas de la belleza, el amor y el arte (...) Andrea, doce años, una chiquilla avispada, brillante y perspicaz, me gusta reír con ella, se ha especializado en robarme la pipa. Lena, catorce años. Con ella he iniciado un ligero flirteo que consiste en intercambiar miradas (...) Rubias. ¡Qué bellas son! (...) y miento, miento, porque es lo que me exige su imaginación, estoy impregnado de mentira hasta la médula. Les cuento mis batallas en la última guerra"
Dos de estas lolitas eran las hijas de su amigo Dus Jankowski, el estanciero de Necochea.
Hay dos lolitas de Gombrowicz que se hicieron famosas, la lolita Crisamor de Tandil, y la lolita Lolaluca de Buenos Aires. Gombrowicz le pedía a Flor de Quilombo que le mostrara las cartas de las novias para hacer estudios psicológicos sobre el estilo y la forma, se detenía especialmente en las de Crisamor: –Pero, ¿no te das cuenta que son cartas de amor?, está mortalmente enamorada de vos. Es muy joven. Sé responsable. Presta atención, puede suicidarse.
La madre de Crisamor lo veía a Quilombo con desconfianza pero su hija no le obedecía. Un día Gombrowicz se decide y le escribe una carta a Crismaor: –Crisamor de mi corazón... La madre descubrió la carta, se lo cuenta a un hermano y el tío de Crisamor le dice al padre de Mariano: –¿Quién es ese hombre tan raro que trastorna la cabeza de tu hijo y molesta a mi sobrina? Se estaba haciendo la fama de un corruptor de la juventud. Para colmo, un polaco de Tandil había leído "Transatlántico": –¿No sabés con qué degenerado anda tu hijo?
Crisamor parecía salida de "Ferdydurke", le escribía a Gombrowicz cartas alocadas y magníficas. Su humor de prima donna, con gorjeos auténticos, pescaba al vuelo el tono de las idas y vueltas de los jóvenes comediantes de Tandil.
La otra lolita, Lolaluca, lo veía a Gombrowicz en el Querandí: –Sos un viejo vanidoso, además muy egoísta y también egocéntrico... Esta lolita se hizo famosa por una foto que aparece en todos los libros de testimonios en la que Gombrowicz se arroja sobre ella en un sofá con la actitud de un viejo verde violador.
En su último aliento argentino también chochea, aunque con cierta dignidad.
"Un día salgo a las siete y media de la mañana para hacer once gestiones urgentes y veo en la escalera a una chica, una belleza de dieciocho años, novia de uno de mis estudiantes (Flor de Quilombo), llamada por él La Valija porque, como decía, se caminaba con ella como con una valija. La Valija solloza, le caen las lágrimas, me declara su amor: –No sólo yo –dice–, todas mis amigas han estado o están enamoradas de ti, Witoldo, ¡ninguna se ha salvado!
De modo que una semana antes de partir me enteraba de todos esos enamoramientos candorosos. Resultaba divertido, pero tampoco tanto como pudiera parecer; ese ridículo triunfo en el momento de la despedida me produjo un temblor frío: ¿esas chiquillas también estaban dispuestas, pues, a colaborar conmigo en mi drama? En cuántas ocasiones me ha sorprendido y atemorizado la reacción extremadamente violenta de la juventud ante mis sufrimientos relacionados con ella; es algo que yo percibo como una generosidad dolorosa e impotente, como una mano tendida amistosamente, pero que ya no puede alcanzarme..."

26 abril, 2007

Carta de Witoldo


Por razones de voluptuosidad y Forma, Filifor llamó la atención de Alvaro Loayza y éste lo subió a su blog. El confrontado personaje venía de la mano de Witold Gombrowicz en uno de los capítulos de Ferdydurke y la confrontación -no cabía otra- se extendió virtualmente. Recordé entonces algunas cuestiones que el gran polaco le dictara por carta a su amigo Juan Carlos Gómez ("Goma"), allá por los sesenta, después de haber zarpado del puerto de Bueno Saires (así decía la voz Witoldiana) rumbo a Europa. Witoldo había dejado la Argentina después de 24 años de convivir entre nosotros y "Goma", desde aquí y con extrema paciencia, le contaba las novedades porteñas del Fragata y mantenía los vínculos. Los vínculos amistosos de Gombrowicz, ninguneado por el cenáculo literario sureño, eran escasos pero firmes. Aparte de "Goma" estaban el dibujante Mariano Betelú ("Flor de Quilombo", con quien el escritor planeaba vivir en una casa que alquilarían en La Plata a su regreso de Europa, cosa que, como se sabe, jamás se produjo pues el escritor murió en Vence en 1963), Jorge Vilela ("Marlon"), Jorde "Dipi" Di Paola ("El Asno", fallecido hace un par de días atrás y autor, entre otras plasticidades, de la novela La revolución es un tigre de papel; homenaje a él, entonces, y el recuerdo de aquel bifacho devorado a un costado del hipódromo de La Plata mientras, azorados, veíamos a Omar Sharif cruzar la calle 1; era Omar Sharif), Roberto Cebrelli, Jorge Franquet, Matías Straub ("Galimatías"), Enrique Wendt ("El Alemán") y otros, pocos pero esenciales. La carta que recordé está en Cartas a un amigo argentino (Emecé, 1999), con "fechadas" de WG a "Goma" y una última de éste además de un bellísimo Epílogo ("Gombrowicz está entre nosotros"). El libro tiene también un escueto prólogo de Arnesto Sabato, con A. ¿Por qué recordé estas cartas? Acaso porque si hay algo que estamos forzados a representar artificialmente son nuestras propias vidas, las que a veces, en el escenario del mundo, se nos imponen bajo la tiranía seductora de una máscara. Pero esto es Forma tan sólo y de su tensión y degradación surgirán la mueca, la parodia, el morbo, la exaltación de la belleza, el infantilismo, la perversión, la voluptuosidad, el erotismo, los equívocos. Mejor escuchar la voz en carne viva de Gombrowicz:

Berlín, 21 de julio de 1963

Mi estimado Goma:
Su última me procuró cierto disgusto. Primero lo de la HOMOSEXUALIDAD y de la INMUNDICIA. Qué homosexualidad y qué inmundicia! Sépalo, yo no soy ni nunca he sido HOMOSEXUAL, sino que de vez en cuando suelo hacerlo cuando se me da la gana.
Soy persona sencilla y, sobre todo en materia erótica, mi maestro es el pueblo que muy felizmente desconoce totalmente la terrible HOMOSEXUALIDAD Y SE ACUESTA CON QUIEN puede y como puede. Me gustaría que Vds., manga de degenerados, fuesen la mitad tan sanos como esos inocentes y encantadores niños del Ejército o de la Marina. Sus vociferaciones de INMUNDICIA me suenan archiburguesas. Vds. En general son unos pitucos y también, creo yo, unos reprimidos e hipócritas y les aconsejaría a todos que, en vez de dedicarse a interminables discusiones acerca de mi HOMO ( el tema les interesa, según parece) se acostasen entre sí un día de estos para ver cómo es esto. Qué triste país, tan puto y tan torcido, donde nadie se atreve a darse el gusto. Le aconsejo a Vd. Goma y a todos: si notasen que algún instinto reprimido les hace aborrecer a los HOMO, no se olviden acostarse enseguida con un macho, pues no hay cosa peor que no obedecer a los santos mandatos del cuerpo.
En cuanto a Flor, ya se sabe que no estaba del todo enemistado con esta idea cierto día en el café del León de Francia. Que no me venga, pues, ahora haciendo muecas de asco y de abominación. Qué pavo! En general me imagino el pánico que cunde entre Vds,., conejos, después del Eco y de las revelaciones de la Vieja Puta Atorranta. Aprendan a ser valientes y libres y no se dejen asustar por palabras. Esto es ser macho – y lo demás es pura convención.
Todavía quiero hacerle observar desde el punto de vista estético que la belleza del amor depende ÚNICAMENTE de las personas que lo hacen. Imagínese al maestro Frydman (1) encamado con Frau Schultze y observe si esto no es INMUNDICIA, aunque fuera santificado aun por el Santo Matrimonio. Vd. Goma no sabe nada de nada.
Otra cosa que me disgustó es que Vd. es poco discreto...y poco caballero con las DAMAS. Una dama es una dama y hay que saber dónde termina el conventillo. Cuídese un poco en ese sentido. (...)
Todavía le quiero significar que si yo trataba esos asuntos con cierta discreción, no es seguramente por miedo sino porque en las condiciones de nuestra convivencia era imposible expresarlos sin exponerse a toda clase de guaranguerías e imbecilidades. Ahora es necesaria una inteligencia tan poderosa como la suya para no darse cuenta en cinco minutos, después de leer p. e. Mi diario de Retiro (2), de qué se trata. Vds. nacieron boludos.
Goma, no es imprescindible que me notifique sus ascos por CERTIFICADA EXPRES, tuve que ir al correo, trate de mandarme sólo la correspondencia por certificada. Flor es imbécil y Vds. una manga de farsantes. Cordialmente suyo

W.G.

(1) Paulino Frydman: Director de la sala de ajedrez en la confitería Rex, un amigo íntimo de Gombrowicz.
(2) El Diario de Retiro: incluído como un capítulo del Diario Argentino
.

Todos somos provincianos

Entrevista de Pablo Giordano acá

23 abril, 2007

Promoción de la lectura

Uno de los stands más visitados el domingo último en la Feria del Libro de Buenos Aires fue el del Banco Central. En lugar de mundos dedicados a la imaginación los organizadores montaron para los más chicos un símil financiero, con operaciones de depósitos, extracciones, resúmenes de cuentas y otras transacciones económicas. Las colas para acercarse al mundo adulto de las operaciones bancarias llamaron la atención de muchos. Además del exchange, a los pibes se les enseñaba cómo detectar billetes falsos, cómo agilizar las tramitaciones, las diferencias entre tarjetas de crédito y de débito y cómo manejarse con la cuentas de ahorro y las chequeras. La promoción de la lectura, es de suponer, estaba en las imágenes de los próceres. En el reverso de algunos papeles moneda se consignaba quién había sido Mitre, cuándo su presidencia, etc. La pedagogía historiográfica con valor financiero daba a los más pequeños la posibilidad de acercarse a la vida y obra de los autores. Hubo muchas firmas de lectores. Billetes falsos no se detectaron.

18 abril, 2007

Kurt Vonnegut se escapó

Alguna vez mató a un personaje en un capítulo y en el siguiente el personaje aparecía hablando y modificando la trama. No era ciencia ficción ni resucitación formal. En todo caso, creación pura. Kurt Vonnegut (1922-2007) supo borrar las fronteras de la ficción con cruces que también obliteraban cualquier trazo preceptista: antropología, ciencia, historia, periodismo, literatura y lo que fuera. Los dogmas eran olímpicamente centrifugados en el laboratorio de escritura. Tanto, que algunos de sus textos parecen el producto de un ensamblaje desprolijo. Contaba para la alquimia con un fabuloso aliado: el humor, la burla corrosiva, la ironía consecuente. En uno de sus procesos de depresión -el último que lo llevó a intentar matarse- llegó a admitir que su obra era "superficial". Usó ese término en referencia elíptica a una crítica que empleaba el vocablo para la enmienda. Pero se trataba de una burla: tenía la sabia y entrenada costumbre de reírse de sí mismo. El cronista no lo entendió. Mejor, "superficial" fue palabra usada para referirse a la carambola de su Pasado 7 en Dresden. Matadero 5 lo releva de toda ingenuidad: él había sido uno de los 7 soldados que se salvó del bombardeo aliado en la ciudad. Leí que en una cámara frigorífica. Será, porque las reses del pensamiento van a parar al matadero. Cada tanto volvía a esas escenas absurdas, cada tanto las esquivaba en miligramos. El azar también es chiste y puntería autobiográfica. Claro que "superficial" y sus implicancias suena a palabra simple, ¿cómica?. Cómica. Con frecuencia la utilizan quienes se han adocenado tras las bambalinas de la seriedad para proclamar la literatura desde el pie de página. Por ese mismo descrédito alguno de sus libros fue quemado en ceremonia auditada. Por eso y por obsceno. Tenían razón los que encendieron la hoguera: obsceno es estar fuera de escena, y Vonnegut lo estaba siempre. El episodio parece sacado de Madre noche. ¿Qué tenía de virulento el hombre? Nada. O mucho: la cuota negra de una irreverencia sin límites. Allí donde posaba su pluma, allí quedaban los restos de su humor cáustico, insolente. Son de simples sus libros. Es tan superficial el encierro del mundo, da risa. Hoy su sitio oficial está vacío. Uno puede entrar a la jaula que se ve en http://www.vonnegut.com/ y comprobar que el hombre ha volado. Ha partido hacia las Galápagos quizá, en pos de una cruzada extraña e infantil sin duda, siguiendo los pasos de ese que murió y volvió para dictarnos las 8 reglas de oro de la escritura. Los que hacemos garabatos deberíamos recordarlas, creo.

11 abril, 2007

Sangre de utilería

A propósito de modas, raros y "tuttologos"

(para Yiye Di Carlo y Miguel Angel Muñoz)
Cuando a Italo Calvino le preguntaron qué autores él celebraba con más fervor, no dio una lista muy grande, ni siquiera dio una lista, apenas mencionó una categoría: "aquellos escritores irregulares", dijo. Para Calvino, "irregulares" significaba fuera del canon, inclasificables o raros, escritores que estaban al margen de las corrientes y las modas. Luego mencionó como inclasificable o raro a un autor rioplatense: Felisberto Hernández. Seguir leyendo acá

06 abril, 2007

"La sangre clama venganza"



Ediciones del Dock reeditó Vida del Chacho, un texto desconocido de José Hernández

Vida del Chacho, de José Hernández (1834-1886), forma parte de la producción periodística de juventud de José Hernández, tiene la estructura del folleto político y la impronta vital, furibunda por tramos, del periodista que toma partido por una causa decisiva. Para José Hernández la muerte de Angel Vicente "Chacho" Peñaloza (1789-1863), con la saña y su perversa exposición posterior, representó no sólo un acto de barbarie sino una clara señal de alarma sobre el destino que la política unitaria le imponía a sus acciones. Desde su diario "El Argentino" de Paraná se impuso entonces la tarea de denunciar el crimen del general riojano, de exaltar su figura y de acometer contra aquellos que lo inspiraron. La causa de Hernández no admitía medias tintas: "La sangre de Peñaloza clama venganza, y la venganza será cumplida", escribe. Así también arremete contra el partido unitario, contra su lógica de sangre y "su maldita presencia". Lleno de ira y pasión le advierte a Urquiza sobre los halagos falsos: "No se haga ilusiones el General Urquiza: su cabeza está en ofrenda para el sangriento festín (...) No se haga ilusión el General Urquiza con las amorosas palabras del General Mitre (...)".
Posteriormente, en 1875, Hernández volvió a editar el folleto con algunas variantes, evitando el partidismo y los recursos hiperbólicos de su fogoso estilo inicial. Lo atenuó estilísticamente, cambió palabras y puso lítotes allí donde el discurso se excedía. No fue sin embargo un arriar banderas -su causa seguía siendo la del pueblo desplazado por la manera porteña de hacer política-, sino una evolución en su pensamiento, su inserción a la llamada conciliadora en el orden nacional y, en particular, el peso que su propio nombre adquiría a partir de la publicación del Martín Fierro. La reedición moderada de aquel panfleto produjo un debate periodístico y el recrudecimiento de rencillas y diferencias ideológicas. Una herida se abría nuevamente. Hernández fue calificado de "oportunista político" y sus réplicas al diario "La Tribuna", desde el periódico "La Libertad", retomaron el tono intempestivo del panfleto inicial.
La génesis de este proceso en torno al nacimiento de Vida del Chacho, su posterior evolución y enmienda, así como las consecuencias por el debate con el diario "La Tribuna" de los hermanos Varela (siete cartas en total), forman parte ahora del material ensayístico que acompaña la reedición del texto de Hernández. La responsable de este excelente estudio, con sus notas y aportes filológicos, es la Prof. María Celina Ortale, quien en una muy cuidada impresión (Ediciones del Dock) ha logrado trasvasar el espíritu de una época, por cierto conflictiva, incorporando material inédito (la réplicas y contrarréplicas periodísticas con los Varela), pero estableciendo además un muy lúcido análisis comparativo de los cambios efectuados por Hernández en su folleto inicial. El género panfletario en nuestra historiografía tiene sobrados antecedentes de validez, pues de manera muy expresiva ha reflejado las divisiones y los tumultuosos años de organización nacional, pero el rescate de esta singular edición -con la claridad expositiva con que lo hace su autora-, permite una doble valoración: por un lado, la que surge de recuperar del olvido uno de los primeros textos de José Hernández -antecedente tan desconocido como significativo en su posterior obra cumbre-; por otro, la que permite revisionar un género y una perspectiva periodística de denuncia nunca lo suficientemente estimados en esa categoría de la letra grande llamada Historia. La investigación, los inéditos de la Addenda, así como el prólogo de la propia autora, hacen de esta edición definitiva un muy valioso aporte.