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HECER EL ODIO

GONDOLAS

HECHO A MANO

EL CIRCO NUNCA MUERE

EL CAPITAN TRES GUERRAS FUE A LA GUERRA

HACER EL ODIO

24 febrero, 2009

Llévame bailando hasta el final del amor

Dance me to your beauty with a burning violin
Dance me through the panic 'til I'm gathered safely in
Lift me like an olive branch and be my homeward dove
Dance me to the end of love
Dance me to the end of love
Oh let me see your beauty when the witnesses are gone
Let me feel you moving like they do in Babylon
Show me slowly what I only know the limits of
Dance me to the end of love
Dance me to the end of love

Dance me to the wedding now, dance me on and on
Dance me very tenderly and dance me very long
We're both of us beneath our love, we're both of us above
Dance me to the end of love
Dance me to the end of love

Dance me to the children who are asking to be born
Dance me through the curtains that our kisses have outworn
Raise a tent of shelter now, though every thread is torn
Dance me to the end of love

Dance me to your beauty with a burning violin
Dance me through the panic till I'm gathered safely in
Touch me with your naked hand or touch me with your glove
Dance me to the end of love
Dance me to the end of love
Dance me to the end of love
L.C

23 febrero, 2009

Termitas

Las termitas llegan. Tarde o temprano, llegan. La mayoría de las veces lo hacen por asalto, sin que uno las advierta, filtrándose y haciendo nido en los rincones, debajo de las paredes, donde encuentren un resquicio para depositar sus huevos y luego reproducirse, acosar. En otras ocasiones, las menos, es uno quien –directa o indirectamente- las invita, les abre las puertas de su casa, llena sus vasos y colma sus platos. No se trata de una misma variedad, son dos de la misma especie. Para la segunda, no hay mejor veneno que observarlas libres, estudiarlas en su comportamiento social y luego –calculada y fríamente- sacar las debidas conclusiones. Paciencia infinita hay que tener. Que crean. Que se muevan a su entero antojo. Es entonces cuando uno debe aplicar el veneno. El modo de empleo es bien simple. En las instrucciones dice: “Tomar nota de hábitos y modos de actuar”. Esta segunda variedad es mucho más voraz y destructiva que la primera. Pero debe considerarse también que tiene un punto débil, demasiado débil: subestima a ciertos moradores ¿Modo de empleo del veneno? “Lenta, gradualmente”, puede leerse en el prospecto. Y agrega: “es de efecto prolongado”.

21 febrero, 2009

Una sátira desobediente

Así titula "La Nación" la crítica aparecida hoy en ADN Cultura con la firma de Armando Capalbo. Leer acá.

Victoria

Cada vez que abro pongo su clave: la fecha de nacimiento. Error. Corrijo con la clave nueva y vuelta el dolor, el martillo idiota que repica y repica. Entonces la pregunta: ¿por qué el teléfono de ella sonaba tanto y el de ella nada, nada, nada? La respuesta es ordinaria, obscena. En miligramos llega, pero no me conforma. dios, esa vulgar leyenda química, debería ir con minúscula de celular. Ayer me llamó y me preguntó si la quería. “Más que a nada”, dije. Y me quedé en silencio, esperando la respuesta. Nunca llegó. Más que a nada, son los golpes que intentan. Después, a la mañana, retomar la realidad: listones, clavaderas, un par de mechas nuevas y cemento blanco. Es lo que necesito. Sobre todo el cemento blanco. En las ferreterías hay uno rápido, fulminante.

20 febrero, 2009

Abierto por refacciones

Sigo en reparaciones. Pensé poner un cartel que dijera “Cerrado por refacciones”, pero no. En el cuarto que fue de cada uno de los chicos, por debajo de las tablas del piso, llegaron los sonidos: eran ellos en pisadas. El antes de los mismos que a veces empecinadamente escucho. Y fue entonces cuando asomó el Aleluya roto, quebrado, en la voz de Rufus y tuve que dejar de reparar, de alzar el ridículo martillito para que la letra de L. Cohen me repitiera, una y otra vez, ese before y before de haber estado aquí. Música extraña la que persiste. Pasa que es un piso entarugado, de incienso, y alguna tabla a veces se curva, se pandea, se vuelve triste. Las coloqué yo, una por una, hace ya tanto que no podría repetir la melodía. En la voz de Rufus vuelve y vuelve, una y otra vez. Es angustiante y bello el trabajo con la madera.

19 febrero, 2009

En obra: padre e hijo

“¿Cómo estás?”, preguntó. “En obra”, dije. Pedimos cerveza –no me gusta la cerveza, la aborrezco- y nos quedamos en silencio un buen rato. Mucho calor, sobre las mesas en la vereda apenas si corría una brisa ligera. A ratos se detenía. A ratos insinuaba una tormenta a lo lejos, por encima de los árboles del parque San Martín. Él alzó la vista y se detuvo en la copa del árbol, la que se extendía junto a la mesa y por encima de la sombrilla verde y blanca con un nombre: “Warsteiner”. “¿Qué es?”, preguntó. “Un castaño”, dije. “Castaño”, repitió él, ensimismado, como reconcentrado en vaya a saber qué. Pedimos más cerveza. Volvió a la carga: “¿Y entonces?”. “En obra”, repetí. “¿Con?”. “La pared se terminó, ahora estoy arreglando la filtración de la cocina, por todos lados hay filtraciones”. Hizo una mueca: “Yo te dije, ese tipo te odia, te tiene envidia”. Recordé un pasaje de una obra de Thornton Wilder. No el pasaje, las cuestiones que enumeraba: frustración personal, falta de iniciativa, una vida dependiente, envidias conscientes e inconscientes, resentimiento, complejos, los años, las angustias y el desgaste, la impotencia, en suma. Iba contando con los dedos mientras enumeraba. Wilder a todo eso le había puesto un nombre brutal: los amores exhaustos. Yo insistí: "No recuerdo el título". Él asintió con la cabeza y dijo: “Es lo de menos: coincido en todo, tal cual”. Y agregó: “Tendrías que sumarle el hecho de no trabajar, es fatal”. Más cerveza. Volví a la carga: “Pero él es peluquero, ¿por qué va a envidiarme? Mirame, estoy pelado, ¿me ves a mí con un quinchito?”. Sonrió: "Antes me suicido, viejo".
Una parejita, en la mesa vecina, se tomaba fotos: ella extendía su brazo, él apretaba su pómulo junto al de ella y ambos sonreían a tiempo. Flash. Ella oprimía un botón, se miraban. Luego volvían a repetir la escena. Cuatro veces. En la última se encontraron, se aceptaron a dúo. Conformes. Ella guardó la camarita. Estaban sentados detrás de él, no podía verlos. “¿Y entonces qué vas a hacer?”. No le contesté. Pensé en la madrugada como lo peor. En las madrugadas. De golpe se puso serio: “¿No tendrías un alplax para darme?”. “¿Y a vos para qué?”. Abrió los brazos, perplejo, rendido. Pedimos otra cerveza. Una de las razones por las que creo detestar la cerveza es porque sube rápido a la superficie: se transpira, hay que ir al baño, uno se siente hinchado. Superficial. “Es todo tan vulgar”, dijo él. “Olvidate”, le dije. En ese instante se levantó una brisa fresca, buena. “Va a llover”, dijo. No contesté: pensé que si llovía lo suficiente era la prueba perfecta para la reparación en el techo de la cocina. A lo mejor esta vez funcionaba. También pensé otra cosa: la entendía, podía entenderla. Con algo de compasión, incluso. La desesperación es hija muda; la tristeza puede hablar. Él sin embargo nombró un título en diminutivo, socarrón: “Rebelión en la granjita”. Me reí. Pero no dije más, para qué. En todo caso, si la reparación volvía a fallar, iría a buscar otro albañil. Insistir. Es lo único que sé hacer. “Ahora que estamos en total acuerdo –dijo él-, me parece que ya es hora: tendríamos que pedir una ginebra”.

18 febrero, 2009

No es un libro: se puede leer sin tener que esconderse

LETRA DE LA CANCION DE LEONARD COHEN
FAMOUS BLUE RAINCOAT (SONGS OF LOVE AND HATE)




It's four in the morning, the end of December
I'm writing you now just to see if you're better
New York is cold, but I like where I'm living
There's music on Clinton Street all through the evening.
I hear that you're building your little house deep in the desert
You're living for nothing now, I hope you're keeping some kind of record.

Yes, and Jane came by with a lock of your hair
She said that you gave it to her
That night that you planned to go clear
Did you ever go clear?

Ah, the last time we saw you you looked so much older
Your famous blue raincoat was torn at the shoulder
You'd been to the station to meet every train
And you came home without Lili Marlene

And you treated my woman to a flake of your life
And when she came back she was nobody's wife.

Well I see you there with the rose in your teeth
One more thin gypsy thief
Well I see Jane's awake --

She sends her regards.

And what can I tell you my brother, my killer
What can I possibly say?
I guess that I miss you, I guess I forgive you
I'm glad you stood in my way.

If you ever come by here, for Jane or for me
Your enemy is sleeping, and his woman is free.

Yes, and thanks, for the trouble you took from her eyes
I thought it was there for good so I never tried.

And Jane came by with a lock of your hair
She said that you gave it to her
That night that you planned to go clear

Sincerely, L. Cohen

16 febrero, 2009

Desparpajo y libertad

Javier Alcacer escribió bajo el título "La gran ilusión" la crítica de La cisura de Rolando para el suplemento Cultura de "Perfil", aparecido ayer domingo 15. La reproduzco:

La cisura de Rolando empieza con el niño Rolando diciendo –mejor dicho, escribiendo- que si escribe es porque no puede hablar, es la mudez que padece la que lo lleva a anotarlo todo. Pero este reemplazo no es para nada inocente (al leer la novela es inevitable preguntarse cuán inocente es Rolando): en uno de los primeros capítulos el narrador refiere un hecho que lo marcará para siempre. Un día su madre descubre, leyendo sus anotadores, que el padre de Rolando le es infiel. El descubrimiento provoca una escena de violencia doméstica que decide a Rolando a “torcer los detalles de las cosas verdaderas” en sus próximas anotaciones.
Sobre esta propuesta de incertidumbre se erige esta novela de Gabriel Báñez, ganadora del Premio Internacional de Novela Letra Sur, una suerte de autobiografía en la que se intercalan –en un tono que oscila entre el cinismo más feroz y la ternura más gélida-, experiencias iniciáticas, peleas familiares y experimentos electromagnéticos para conquistar mujeres con reflexiones acerca de la condición humana y del lenguaje. Pero esto es hasta la primera mitad, ya que para la segunda mitad la novela pega un salto inesperado: pasan treinta años, durante los cuales Rolando pudo hablar. Entonces, tras un divorcio y presa de la crisis de la mediana edad, Rolando empieza a hacer terapia con un excéntrico psicoanalista. Si bien desaparece el silencio, en Rolando el malestar persiste, su único motivo en la vida pasa a ser la posibilidad de tener un diálogo infinito –pero absurdo- con Moran.
Báñez, escritor platense de larga trayectoria, más interesado en escribir que en convertirse en una estrella literaria, exhibe un desparpajo y una libertad en su prosa que elevan a La cisura de Rolando muy por encima de la mediocridad que acostumbran las novelas ganadoras de concursos literarios.

15 febrero, 2009

Soy un inútil

Soy un inútil, un retardado para ser más preciso. Hace una semana intenté enviarle a Facundo, mi hijo, un mensaje de texto por el celular para ver cómo había llegado a Uruguay –estaba en Punta Colorada, pegado a Piriápolis- y escribí: “Coco espar”. A los ocho días, volvió y me preguntó: “¿Qué mierda quisiste escribir?”. Le dije: “¿Cómo estás?”. Me miró sin remedio: “No tenés cura”, dijo. Es cierto. No la tengo. Pensar que en el Día de los Enamorados los mensajes de texto saturaron los contactos de más de medio mundo. Escribí una nota sobre los “conectados”, Los nuevos ciegos. Me faltó en el texto una palabra final sobre quienes viven en estado de urgencia permanente. La pongo aquí: “Emocional”. Lo concreto que el rebaño obediente de yanquilandia celebró a San Valentín, santo pedorro si lo hay, con pelotudeces como “Te amo”, “Te quiero”, etc, a distancia, sin mirarse a los ojos, pulsando. Las multinacionales adoran a estos giles de bonobón y celebración grasa. De eso se alimentan. En fin, lo cierto es que no escribí nada, no saludé a nadie, lo único que hice en el día de San Valentín fue tirar una pared torcida. Demolerla. Salvar luego ladrillo por ladrillo y volver a levantarla. Ahí está, de vuelta en su sitio. Después rescaté cada rosal pegado a la medianera, cerca de catorce. Siguen perfectos, brotados. Los cuido como si fueran míos. Intactos, lo son. Para los sms o los msn, lo que digo, soy un reverendo idiota.

13 febrero, 2009

En el día de los enamorados

"El amor a uno mismo es el principio de un largo romance"

Oscar Wilde

09 febrero, 2009

Lástima


“Me miró con frialdad, a mí, al ignorante, al idiota con quien se había cruzado por la noche, ya no persona, maligno, absurdo”. Si hay una marca Fante, refulge en esta construcción primera de Llenos de vida (Anagrama), la última novela del genial creador de Pregúntale al polvo, La hermandad de la uva y Camino de Los Ángeles, entre otras. Después de este libro Fante se sumergiría de lleno en el mundo de la Paramount, aunque ya lo venía haciendo de manera esporádica, en calidad de guionista. John Fante fue un oscuro y secreto narrador, imperfecto, brutal, con toques de genialidad que despertaron la admiración completa de Bukowski. Pero, lamentablemente, Charles Bukowski no supo destilar lo mejor de JF.
El blend de este guionista inadvertido empieza por Arturo Bandini, quien ocupa cuatro butacas de una obra escamoteada a los ratos libres de Hollywood; prosigue con Henry Molise, con tres butacas, y culmina con el propio John Fante, sentado en primera fila en Llenos de vida. Todos estos personajes ofician de alter ego de JF, todos, o casi todos, se imponen con la virulencia autobiográfica de una prosa mordaz, descuidada, breve, amargamente irónica. Los papeles del reparto en orden cronológico: Bandini, un perseverante escritor fracasado, siempre perdedor, ingenuo, cínico, afectivo; Henry Molise, ya establecido como guionista en alza y promisorio, pero otro perdedor encubierto, esta vez en el orden familiar, sometido al dogma marital y a la mirada condescendiente de sus hijos (Al oeste de Roma). El último Fante, John, es quien dirige la trama personal de Llenos de vida.
La historia muy menor de esta novela la cuenta Fante con una entrada luminosa en su primera oración: “La casa era grande porque nuestros proyectos también lo eran”. Vuelven a asomar los ladrillos fundacionales de su obra: el sueño americano, el fracaso, los valores religiosos, familiares (hijo de inmigrantes italianos), las formas consecuentes y menores por intentar alcanzar eso llamado prosperidad o, digamos, éxito, voz que en su raíz anglosajona indica, paradójicamente, salida. Hay en toda la producción de Fante una vitalidad que desemboca en la épica de la desesperación, es su sello personal. Sangre de familia que la prosa descubre.
La trama: construida la casa nueva, un chalé digno y espacioso, John y Joyce la ocupan (Joyce es el nombre verdadero de la esposa del autor, lo acompañó hasta sus últimos días en que murió acosado por la diabetes, en 1983). Todo reluce perfecto en el hogar de los Fante, hasta que algo sucede. Un hecho insignificante: Joyce se hunde en la cocina por un hormiguero gigante que han construido las termitas. Quien quiera advertir una metáfora sobre las apariencias, puede hacerlo: esa figura, después de todo, es una pico de loro y sirve para cualquier cosa. Situados ante el desastre edilicio, sobrevienen los devaneos, las idas y vueltas del matrimonio hasta que a John se le ocurre una idea brillante pero terrible: convocar a su padre, albañil y constructor, para que repare el piso de la cocina. Joyce, en tanto, expande su interioridad con un asunto nada menor: está embarazada. John llama a ese dulce estado “la cosa”, “la protuberancia”, “el bulto”, etc. El humor feroz y descarnado es una mueca de ternura, sin embargo. Fante gusta de demolerse a sí mismo y a quienes más ama y sufre (“a mí, al idiota, al ignorante…”). Llega el padre de San Juan, en el valle de Sacramento, y, como buen inmigrante cabeza de familia, Nick inicia la construcción bajo un cúmulo de directivas. Por supuesto, de la cocina nada. Mide y saca absurdas cuentas pero no la repara. Levanta, en cambio, un hogar a leña gigante sin ninguna utilidad en una vivienda situada en Los Ángeles, calor abrasador casi todo el año.
Lo que sigue no es paso de comedia como alguna crítica ha dado en señalar, sino una burla cruel al costumbrismo de la vida familiar en tono satírico, un script con formato nouvelle y diálogos precisos. El humor ácido lleva el ritmo del libro, un libro que, pocos saben, fue editado originalmente en inglés e inmediatamente volcado al castellano para una versión resumen de la famosa y vituperada Selecciones del Reader’s Digest, en 1952. La versión en castellano de la revista titula el texto “Rebosante de vida”, y aclara: “Condensación del libro Full of life, by John Fante”. Esa versión es eminentemente periodística, y comienza así: “A las 9.27 de la mañana del día 18 de marzo, faltando sólo un mes para el advenimiento de nuestro primogénito, mi esposa cayó en un gran agujero de la cocina…” Tratándose de la Selecciones del Reader’s Digest, se entiende. Un bosquejo original luego desechado del texto dejaba a la esposa hundirse y que se la devoraran las termitas. Lástima. De todos modos, algo ya andaba mal bajo la superficie perfecta del american way of life.
De la novela editada por Anagrama dos pinceladas argumentales que el escritor explota con cáustica brillantez: las muertes constantes de la madre, siempre al borde del infarto, desmayándose y sufriendo hasta “morir” ante el menor inconveniente con John o cualquiera de sus otros hermanos. También sus súbitas mejorías. “Vive resucitando”, dice el hijo. La otra: los rituales y la tiranía pueril del padre a través de cartas a sus hijos para que visiten a su agonizante madre. “Sufre, pero estamos bien”. Un personaje inolvidable de esta menor y grandiosa historia: el sacerdote John Gondalfo, quien alienta la conversión al catolicismo de Joyce por conveniencia. Pero lo de Joyce es más capricho de embarazada que fe profunda. Su fijación por ciertas lecturas no tiene desperdicio.
Probablemente sea ésta una de las mejores novelas de Fante, sólo superada por Sueños de Bunker Hill, en la que un Fante/Bandini inolvidable arremete con toda su proteica juventud ante los sueños de cartón pintado de Hollywood. Desestimado por la currícula pero comparado por la crítica extranjera con Carver, Hamsun, Dostoievski y Chandler, entre otros, Fante no obstante es algo más: un autor que pasa por encima del lenguaje para exponer en toda su magnitud las fisuras por donde respiran sus historias, esas fallas que formalmente no siempre son percibidas, ni siquiera entendidas como la huella de un gigante en toda su discreción. Pero ahí están.

04 febrero, 2009

Del silencio al psicoanálisis

Nota de Víctor Cordero aparecida en "La Prensa" y "La Capital´" de Mar del Plata a propósito de La cisura de Rolando


El argentino Gabriel Báñez decidió inventarse una novela basada en la autobiografía de Rolando, un joven que padece una enfermedad cerebral que inhibe la facultad de articular palabras, lo que lo obliga a valerse de la escritura para poder comunicarse. La creatividad natural de este adolescente para buscar artilugios casi increíbles y no ceder en el intento, le dan a la historia un interés muy particular, que obligan al lector a seguir leyendo.
A las pocas páginas de iniciada la lectura de La cisura de Rolando, es fácil ser conquistado por este muchacho que lo intenta todo, por momentos junto a personajes con los que ensaya teorías al borde del absurdo con el joven.
Alguna experiencia sexual, el recuerdo de Shirley, la hija de un escocés de la que estuvo enamorado de pequeño y que no puede olvidar con su uniforme de colegiala.
Finalmente Rolando, después de siete años, recupera el habla, lo que produce una enorme alegría en su angustiada madre.
Al cumplir los cuarenta años, inicia una terapia con un lacaniano delirante que analiza sus patologías psíquicas en paralelo con las imágenes del país. Cada sesión y las deducciones posteriores de Rolando están llenas de un sentido del humor diferente, casi delicado que obliga a reír y a pensar a la vez.
Con estos elementos, Báñez consigue un relato que provoca hilaridad sin dejar de tener como fondo a la sociedad argentina con sus tics, con sus manías, con ese pasar de lo popular a lo culto buscando adaptarse a destiempo a las circunstancias que le toca vivir.
Novela divertida, diferente, vale la pena.