Pregúntale al polvo
Estimado Sammy:
La putilla que tu y yo conocemos ha estado aquí esta noche; ya sabes, la hispana de cuerpo escultórico y seso de mosquito. Me enseñó unos cuentos que, según me dijo, habías escrito. Me dijo también que estabas a punto de irte al otro barrio. En circunstancias normales, la situación ya sería horrible de por sí. Pero después de leer la mierda que has escrito, permíteme decir, en nombre del mundo en general, que si desapareces de este valle de lágrimas será una suerte para todos. No sabes escribir, Sammy. Te sugiero que dediques las últimas energías que te quedan a poner en orden tu espíritu de mongólico antes de que abandones un mundo que respirará de alivio cuando desaparezcas. Me gustaría poder decirte con sinceridad que no quiero que te mueras. También desearía que, al igual que yo, pasaras a la posteridad con algún monumento que recordara el tiempo que pasaste en la tierra. Pero como salta a la vista que ello es imposible, quisiera ayudarte a pasar los pocos días que te quedan sin amargura ni resentimiento. La vida ha sido muy cruel contigo. Al igual que el resto de los mortales, supongo que también tu estarás contento de que todo vaya a acabarse dentro de poco y que los garabatos con que has engorrinado la blancura inmaculada del papel no tengan nunca la oportunidad de analizarse desde un punto de vista más intolerante. Cuando te insto a que quemes toda la basura que has cometido y a que en lo sucesivo te mantengas al margen de todo sacrilegio literario, lo hago en nombre de todas las personas sensibles y civilizadas. Si tienes máquina de escribir, mi dictamen sigue siendo el mismo; porque mecanografiar tus manuscritos sería una desgracia para la humanidad. No obstante, si persiste tu delictivo deseo de escribir, te ruego me envíes las cagarrutas que te dicte la inspiración. Ya sé que no lo haces adrede, pero me río mucho leyéndote. Algo es algo.