18 septiembre, 2007
Cuando Marek van der Jagt publicó Cómo me quedé calvo (Tusquets), en su país se produjo un suceso de ventas. Rápidamente todos se preguntaron quién era este autor de Amsterdam que, en apenas dos meses, había convulsionado los círculos intelectuales de Holanda. Nadie lo conocía, y van der Jagt hacía lo imposible por seguir en el misterio. Llegaron muy pronto las traducciones de esta sorprendente autobiografía y la impostura terminó por develarse: Marek van der Jagt era el seudónimo de Arnon Grunberg (Amsterdam, 1967), un autor de cierto prestigio por dos novelas anteriores premiadas, pero sin demasiado reconocimiento del público. Seguir leyendo acá.
8 Comments:
Es lugar común repetir que el seudónimo oculta y miente. Esta crónica dice (entre otras cosas) otra perspectiva: libera y revela aristas distintas del "uno mismo". Si eso vale para cualquiera, cuánto más para un "autor", ya objeto colectivo y parte de la expectativa social.
Un abrazo.
Sí, cinzcéu, precisamente: el peso del uno mismo suele ser traidor para el portador del nombre propio. El abrazo, y gracias nuevamente.
De niña los calvicie me parecía sensual, talvez porque asociaba la punta del falo con la cabeza calva que antoja tocarse y retocarse. No sé.
Confieso que soy mala en auto-sicologizaciones. Talvez era una manera de zafarme del influjo paterno: mi padre tenía pelos hasta en el dedo gordo de la mano izquierda.
Después que la calvicie fue adoptada por tipejos como Michael Jordan y se ha convertido un artifacto pop y "kool", me replanteo esa obsesion de los "teens years".
Juan Luis Guerra, el gigantón cantante dominicano de merengue y bachatas, quien sufre de calvicie prematura, le gusta justificar el uso excesivo del sombrero o boina-Che, repitiendo que lo hace para que no se le vayan las ideas de la cabeza.
Por otro lado es raro ver en las nuevas revistas de porno una mujer que no tenga la vagina calva, cero pelos ni bellos. Lo calvo es ahora chic y ultra sexy.
Poco imaginaría yo que este fenómeno pudiera alguna vez extenderse a la escritura, que la imaginación privilegiada y la escritura prodigiosa pudiesen ser asociadas al espíritu calvo o al consejo de "Escribir como si uno estuviera calvo". Es decir, hay que ser como Kojak, en la escritura
Curiosamente, pocos son los políticos que llegan a ser elegidos presidentes, a la memoria me llega el ex de México: Carlos Salinas de Gortari. Después se pueden contar con las manos de los dedos.
(Todavía mi libido femenina sigue teniendo en alta estima a los calvos, sobre todo los naturales, porque a los ficticios no los soporto)
Sí y sí, querida Ninoska, por algo soy un ejemplo natural. Aunque nobleza obliga: el tratamiento capilar que hice hace ya algunos años -tenía el mismo problema que tu padre, sufría de pilosis extendida-, rindió sus frutos. No es barato quedarse calvo.
Escribir como si uno estuviera muerto puede ser un consejo superlativo, sobre todo para los que, como yo, creen en la vida previda y en algo más después de la muerte y, además, andan cabreados comúnmente por tantas cosas de la cotidianeidad y de la contemporaneidad. Me apunto el consejo, vaya. En lo de ser calvos, bueno, cuando nací me pasearon por el hospital porque era increíble mi mata de pelo. Ahora, cosas de la genética, tengo la calvicie de coronilla de mis tíos maternos y de mi abuelo, hombre éste al que no me importaría parecerme en muchas más cosas. El libro elegido es una mina: tanto a Ninoska como a mí nos ha hecho hablar de nuestro pasado y de algunas cosas muy personales. Y nos ha dado que pensar y recordar. Menudo acierto al elegirlo ,amigo. Un abrazo.
Bendita la coronilla, Francisco, porque por allí se nos escapan las ideas. A veces mejor perderlas que encontrarlas. Muy bueno tu último Ford, sí. El abrazo granadino.
Gabriel, me dejaste picado con lo la novela, y ahora que está tan en boga la discusión alopécica te recomiendo encarecidamente el texto del blog de un amigo "Pon un calvo a tu vida" http://laestirpedecain.blogspot.com/2007/09/pon-un-calvo-en-tu-vida.html .
Abrazos de funambulista!!!!
Alvaro, tiene razón Iñaki: champú es lo que necesitamos. El abrazo funambulista!
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