Todas las mañanas somos Gregorio Samsa
Una de las pocas cosas que hoy podemos saber de la novela es que nos deben gustar en contra de las comodidades predominantes. No es el caso de hablar de los buenos servicios de relatos más aptos técnicamente –como los que ofrecen el cine o la televisión-, sino de los medios y recursos que la novela debe plantearse para competir con otras, a sabiendas de esta desventaja. Y encuentro la ocasión para hablar de una cuya planteo, estructura y desarrollo escapa por completo de las habituales, de una novela –La cisura de Rolando- que es toda una singularidad. La escribió un amigo, y la suerte no termina ahí: un amigo cuyos libros admiro. Y los admiro por eso, porque son distintos. Éste es muy distinto del anterior, que no sé si tuvieron la suerte de leer. Cultura exploraba la vida de un escritor en la atmósfera –o la órbita- impuesta por los ejercicios de sumisión de un organismo oficial. Distinto, muy distinto, porque si bien el anterior jugaba con la sátira hasta desmentir cualquier sospecha de situarlo en el ámbito que imponía el título, éste encapsula la cultura en su interior y no nos deja quietos hasta el punto final (que además es la licencia de un paréntesis). Seguir leyendo acá.
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