La máquina de pensar
A Mario Levrero le hubiera gustado: ninguna fecha redonda, nada de aniversario, ni la más mínima excusa. El más llano y oculto de los narradores uruguayos -el de las colosales novelas La ciudad, París, El lugar; el de la narrativa paródica y distinta de La máquina de pensar en Gladys; el folletinero invencible de Nick Carter se divierte mientras el lector es asesinado y yo agonizo; el hilarante de Manual de parapsicología o el irreverente poskafkiano de Agua salobre-; el de tantos títulos y obras inadvertidas, no necesita que nadie lo saque del olvido. Era el lugar que mejor lo resguardaba, donde contados y discretos le hacían y le seguimos haciendo lecturas. Así vivió y así se fue, sin intereses promocionales de los círculos literarios que tanto rechazaba y sin cuidados en la sala de terapia intensiva, que desechó también en su última hora. ¿Cuánto hace que no está entre nosotros este narrador singular? Más de dos años. Un discurso vacío por Montevideo porque Montevideo ya no es la misma sin Mario. De todos modos, lo dicho: al buen Levrero le hubiera gustado la última edición de Interzona de El discurso vacío, su autonovela mitimiti, mitad biográfica mitad grafológica. "Hoy es el primer día de mi terapia grafológica", anuncia desde el arranque. Y la grafología y su burla tienen mucho que ver con la buena letra, con practicar redondeces y curvas en cada letra, con un pulso firme y cierta convicción ¿No es eso, al fin y al cabo, la escritura? En la preceptiva de este discurso vacío se asume la contemplación de un mundo hogareño: hábitos, sonidos, dolencias, palabras, el lugar de las cosas. Eso. Una crónica sobre lo determinado y la extrañeza de su percepción. La primera persona que me mencionó a Levrero fue Hermes O. Gosso, a comienzos de los ochenta. Ni él ni Mario se han movido de mi lugar de los afectos. Cada vez que los pienso, leo. Es una manera.
2 Comments:
He leido sumamente poco de Mario Levrero, nada más los relatos de El portero y el otro, y me parecieron estupendos. Poco llega acá su obra, es una lástima.
He leido algunas opiniones y críticas sobre él y todas de admiración, tanto a su personalidad como a su obra, a veces intentan clasificarlo, cosa difícil y sin sentido, mejor es leerlo. Es una manera, excelentemente bien dicho.
Magda, muy cierto: inútil clasificarlo. De todos modos, la virtud de Mario estaba -está, sigue estando- en su gesto inaprensible de escritura. Rara avis montevideana, de modesta y muy genuina belleza.
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