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12 septiembre, 2008

Leer es un acto provocativo



Olvidar es parte de leer; recordar lo que se ha olvidado, uno de los placeres. En un breve manual sobre la lectura recientemente editado en nuestro país ( El ambiente de la lectura, FCE), Aidan Chambers, maestro, monje y escritor, nos recuerda que el arte de la memoria radica no tanto en lo inmediato, como en la lejanía temporal. Memoria es igual a recuperación, dice, y esta facultad se acrecienta con la lectura. ¿Somos buenos recuperadores los argentinos? Los países con buena memoria leen. Tienen incorporado el hábito de la lectura no sólo en las instituciones educativas, sino en el hogar. Primero allí.
Chaimbers señala que un primer acercamiento a la lectura es visual. No a partir de la letra escrita, obvio, sino a partir del objeto libro. El libro ocupando un espacio en la casa: lomos de libros en un anaquel, una pila en un rincón, uno en la mesa de luz del dormitorio. No interesa tanto que no se lo lea (o sí, claro), sino que primero se lo vea. Que forme parte del universo cotidiano de la casa. Que ese objeto tenga identificación con la palabra libro. La ritualidad –de la lectura en este caso- se inicia a partir del conocimiento previo. La educación por los sentidos: ver, tocar, oler.
Para que la lectura exista, previamente debe crearse un ambiente. Es esencial. Como una pecera con agua si nos interesa la reclusión de peces. La comparación es pérfida, claro. Lo cierto: un televisor ocupa un espacio físico menor que una determinada, aunque exigua, cantidad de volúmenes. Pero su espacio de tiempo en términos de consumo es infinitamente mayor. La pregunta surge sola: cuando está apagado, ¿cede terreno ante las pilas de libros o su presencia continúa siendo más importante? En muchos hogares ocupa más espacio físico que los libros. El formato plasma y los LCD representan la ironía de la ecuación.
En lo que es la lectura como actividad educacional, Chambers habla de un círculo de lectura integrado por un adulto facilitador en el centro del círculo y por tres factores más redondeando ese centro: libros debidamente seleccionados, lectura entendida en términos de tiempo y respuestas o conversación formal e informal acerca de lo leído. Pero para que este circuito elemental se cumpla, “la lectura debe ocurrir en algún lado”. Se entiende: el dónde leemos afecta el cómo leemos. ¿Están nuestras escuelas preparadas para generar ambientes de lectura favorables?
Unos catorce años atrás, recorriendo el Sur de Chile, me llamó la atención el acceso a un muelle, con una plataforma ancha y elevada que se extendía sobre la playa unos metros antes de ingresar al mar. Sobre la plataforma, bancos individuales con un madero cada uno de ellos que se separaba en posición oblicua. Pregunté para qué eran. “Son atriles, para leer”. Los chilenos, además de pescar, pueden disponer de algunas escolleras para leer de cara al Pacífico, si el tiempo lo permite. Con poco se crea un ambiente. El hábito es anterior. Hoy Chile posee uno de los más altos índices promedio de lectura anual por habitante de América latina. Los atriles son un dato insignificante de la ecuación.
Poner en valor. La expresión aparece en casi todos los discursos políticos. Todos “ponen en valor”. ¿Pero qué es poner en valor? Chambers da un ejemplo, lejos del lugar común. Las bibliotecas son necesarias, por supuesto. Pero tanto o más necesarias que las bibliotecas son los locales dedicados a la venta de libros. Cada escuela, dice, debería poseer uno. Que los jóvenes valoren el libro en términos de posesión. Como objeto. “Los lectores apasionados tienden a ser compradores de libros”. Un libro –destaca-, debe valorarse también a través del sentido de pertenencia. Por supuesto, la sugerencia suena exótica en medio de nuestra crítica realidad educacional argentina. Pueden hacerlo los establecimientos de élite únicamente, esos donde el marketing del aprendizaje escolar funciona (a veces como apariencia, pero como apariencia que funciona). Sin embargo, estimulados por nuestras carencias, ¿no podríamos nosotros imaginar algunos “atriles” también?. El trueque, por caso. Crear un mercado de lectores en el circuito escolar con la inclusión del trueque como moneda de lectura o valor de cambio. ¿Es tan imposible? En épocas de crisis y corralito algo parecido se impuso. Cambio libro por, ¿por qué podría ser? Leer es un acto provocativo: en los demás, en quienes lean este post, están las respuestas.