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17 mayo, 2006

Octubre Amarillo: Una versión esotérica del caso Barreda

Capítulo I: Los hombres son siempre criaturas

Nadie sabe por qué las mató. Todos hablan y dicen, pero la verdad es que nadie sabe. Ni el juez, la policía menos. Yo sí, y lo supe desde siempre. Ya lo había soñado. Muchas veces, creo que desde que vine a La Plata, hace como veinticinco años. Yo soy de Bragado, ¿conoce Bragado? Linda ciudad, antes no me gustaba, ahora sí. Mi padre trabajaba en la acería, era perfilador en la planta de matrices. Este es él, éstos son los compañeros de sección, éste de traje es Bernardo Coll, el dueño, un personaje en Bragado, y atrás está el horno eléctrico, cuando lo inauguraron. Es la única foto en serio que tengo de mi padre, en las demás está siempre con mi madre. Parece otra persona. Mi madre siempre decía lo mismo: “El hombre y la mujer nunca pueden reírse de lo mismo”. Ella todavía vive. Yo me vine a La Plata para estudiar, pero después dejé. La verdad es que me vine para escapar de ellos. No eran malos, pero eran el pueblo, eran Bragado. Mi madre más que mi padre, pero es lo que pasa siempre. Las madres son capaces de todo.

Capítulo completo acá (Octubre Amarillo, editada en 1994 por Almagesto, fue escrita antes de que se iniciara el juicio al Sr. Barreda y publicada en Página 12. Una serie de inexplicables similitudes entre datos surgidos del proceso legal real y esta nouvelle llevaron a la defensa, a la fiscalía y al juez a citar a Báñez para que diera cuenta del modo en que había obtenido los datos en cuestión. La perplejidad compartida con las partes implicadas fue la única prueba que Báñez pudo aportar hasta la fecha para demostrar que nunca, jamás, había tenido trato con el odontólogo. Ni siquiera le había arreglado una emplomadura. Y sin embargo ... . Juzgue ud. mismo este relato de intrigas cuyos capítulos restantes, haciendo honor a las reglas del género, aparecerán más o menos semanalmente en este blog)

16 mayo, 2006

Algo no alcanzó a salir en la foto

En el encuadre somos cuatro sonrisas al frente y la basílica por detrás, partes desnudas de árboles, gente al fono, un nublado. No sabía que vivía esta foto, no la recordaba. Uno nunca puede saber las cosas que existen, son tantas. Pero ahí estábamos y ahí seguimos estando, los cuatro: él, yo, mi madre y mi padre. Tenemos un gesto fotogénico, hace familia y frío. Más de treinta años. La escena existió, se hizo para este blanco y negro, para esta mirada de treinta años después. Nos tengo en la mano. Muevo la foto y todos nos movemos, estamos unidos en la rigidez. Ahora seguimos unidos en el recuerdo que nos conoce. Estas cosas las entiendo, seguro. Hace frío en el papel brillante, tenemos sobretodos y Jorge tiene una bufanda verde, y lo que antes se llamaba un paletó, cruzado, hasta un poco más arriba de las rodillas. Por sobre mi cabeza sube la curva final de la cúpula y un poco más arriba debe estar la cruz. Veo esa curva, pero en la foto no existe, la basílica es de líneas rectas. Será que uno se empecina en las cosas que no son. Lo pienso ahora, con la foto en la mano. Pero sigo sin entender, son tantas las cosas que existen por arriba de la mirada de uno. La felicidad nunca pudo hacer feliz a nadie, ¿no, Jorge? Eso le hubiera dicho. Pero no pude, llegué tarde. Siempre estamos tarde de todas las cosas, del mismo mundo estamos tarde. Como cuando descubrí esta foto que no sabía que existía. Es raro, yo la descubrí y él se suicidaba al otro día. Me dijeron que se sentó en un banco de la plaza central de la ciudad y que se mandó un tiro en la cabeza. Un tirito tendrían que haber dicho, pero el diminutivo lo pusieron al final: Fue a la nochecita. Así dijeron. Yo pensé: Por eso lloraba. Es que en el momento en que descubrí la foto me puse a llorar. Un llanto tranquilo, suave, como si una memoria se pusiera a llorar.

El texto completo acá