
No hace falta "ponerse las pilas", con cargar las baterías parece suficiente. Ahora, si uno combina organismo y orgasmo surge "orgón", la batería que a Wilhelm Reich (1897-1957) le valió el mote de charlatán en Estados Unidos. Antes había huido del nazismo. Años después de huir de la jauría nazi fue, nobleza obliga, el propio Partido Comunista el que lo estigmatizó. No hace falta explicar mucho: Reich fue un personaje que se interesó demasiado por la líbido, la represión sexual y las opresiones del individuo en el matrimonio y en la sociedad capitalista. Un maldito. Había colaborado con Freud y había hecho sus propias lecturas del materialismo dialéctico. Revolucionario y extraño a sus semejantes, sus libros conservan sin embargo un raro apasionamiento moral, difícil de encontrar hoy día. Cada tanto lo releo en uno de sus textos más fervorosos y espontáneos,
Escucha, pequeño hombrecito, breve e intenso alegato que escribió en 1946 en forma de discurso. El libro está agotado, las palabras de Reich, lamentablemente, parece que no. Así empieza:
"Te llaman
pequeño hombrecito, hombre común y por lo que dicen, comenzó tu era, la "Era del hombre común". Pero no eres tú quien lo dice, pequeño hombrecito, son ellos: los vicepresidentes de las grandes naciones, los importantes dirigentes del proletariado, los arrepentidos hijos de la burguesía, los hombres de Estado y los filósofos. Te dan un futuro, pero no te preguntan por el pasado."Tú eres heredero de un terrible pasado, tu herencia te quema las manos, esto es lo que tengo para decirte. La verdad es que todos: el médico, el zapatero, el mecánico o el educador que quieren trabajar y ganar su pan, deben conocer sus limitaciones. Hace algunas décadas, tú, pequeño hombrecito, comenzaste a penetrar en el gobierno de la Tierra; el futuro de la raza humana depende, a partir de ahora, de la manera como pienses y actúes. Pero ni tus maestros ni tus señores te dicen cómo eres y piensas realmente, nadie osa dirigirte la única crítica que te podría convertir en el inquebrantable señor de tu destino. Apenas eres "libre" en un sentido: libre de la autocrítica que te permitiría conducir tu vida como tú quisieras. Nunca te escuché quejarte y decir: "ustedes me promueven a ser futuro señor de mí mismo y de mi mundo, pero no me dicen cómo hacerlo y no me señalan errores en lo que pienso y hago"."Dejas que los hombres en el poder lo asuman en tu nombre, pero tú permaneces callado. Confieres a los hombres que detentan el poder, todavía más poder para que te representen, hombres débiles o mal intencionados. Y sólo demasiado tarde reconoces que te engañaron una vez más (...)"
Luego se pregunta en qué se diferencia un gran hombre de un hombre común: en que ambos son pequeños hombrecitos. "Sólo que el gran hombre sabe cuándo actúa y se comporta como un pequeño hombrecito, con mezquindad y egoísmo".