Teoría de la relatividad artística
Sin duda que esos quince minutos se han expandido. En los medios, tanto sea periodismo gráfico como oral o televisivo, esos fugaces novecientos segundos han trocado en Tiempo Permanente de Exposición (TPE) . Warhol no previó que la ansiedad por la fama -al menos en la bondadosa patria argentina, que es lo que uno conoce-, iría a ser infinitamente más subjetiva que el tiempo solar medio medido en Greenwich (GMT) o que el Tiempo Universal Coordinado (UTC), establecido por los átomos de cesio del reloj atómico. Aquí entre nosotros prevalece que la medida de la fama es una secuencia de orden relativo pero constante validada por el ráting. Son las mediciones de audiencia las que dictan la rotación sidérea para nuestro polvo de estrellas. La unidad astronómica de este fenómeno permanente es el llamado kulo, equivalente a una fuerza de atracción mutua que experimentan dos objetos con masa sentados adelante de un mismo televisor. La teoría de la relatividad no empaña esta enunciación, ya que no hay efecto geométrico de la materia sobre el espacio-tiempo. La ley del ráting establece además que un kulo en pantalla o en gráfica multiplica el índice de atracción del espectador. A esta acción de atracción se le llama "performance", y es la sumatoria de unidades k en "performance" la que evalúa los tiempos de una carrera artística hoy día. Eso y en cortar la oxidada manzana Moño Azul de Newton. Los datos de este fenómeno exponencial los recoge el periodismo del periodismo del espectáculo, ciencia dura si las hay.
Para probar que Warhol estaba equivocado hay que reconocer sin vueltas que la ecuación que involucra a la teleaudiencia -tomando siempre como caso testigo a dos con masa sentados ante un mismo televisor-, ha sido empíricamente demostrada. La que susurró el norteamericano, en cambio, ha caído en desuso. Puede uno cambiar de canal o hacer záping, no importa. Puede taparse los oídos o evitar los diarios y revistas, tampoco. Por algún resquicio se va a filtrar la dominante ley del Tiempo Permanente de Exposición (TPE), puesto que -es obvio- se rige bajo la norma de los índices de audiencia (IU). Imposible resistirse. Por lo demás y si uno se opone, ahí está la llamada Tendencia Global de Interés (TGI), que establece como axioma final que el público no se equivoca porque el público no se equivoca. Las leyes mandan, es irrefutable, y quince minutos medidos en términos estelares hoy son otra cosa, casi casi una eternidad. La vieja y dudosa razón moral del éxito también ha cambiado: al escándalo, agréguese cirugía. Para los que ya estamos viejos y obtusos, cuesta entender estas cuestiones. Dicen que son otros códigos, no creo: es la ciencia que avanza y nos abre al entendimiento. Como sea, no quisiera ser actor y menos vocacional. ¿Los genuinos? ¿Aquellos que tenían letra y brillaban con luz propia?. Es probable que subsistan, peleen y hasta que perseveren, claro, pero la verdad es que ni asoman la cara en los medios. O cumplen condena de ausencia o han sido confinados a salas de mala muerte en una agonía de bolos y cuarto de hora. A veces, cuando enciendo la tele, se me da por pensar que son pura leyenda, una versión malévola del pasado teñido de ignorancia y fantasía. Como cuando se creía que el mundo era cuadrado y no redondo. Un disparate. Hoy felizmente ha progresado: tiene pantalla plana y 42". Aunque uno, en su miserable tiempo terrestre, se haya vuelto prejuicioso y moralista.