<

Cisura

Cultura

Octubre

EL CURANDERO

PAREDON PAREDON

VIRGEN

LOS CHICOS DESAPARECEN

LES ENFANTS DISPARAISSENT

http://photos1.blogger.com/blogger/2389/2951/1600/LE CIRQUE NE MEURT JAMAIS

HECER EL ODIO

GONDOLAS

HECHO A MANO

EL CIRCO NUNCA MUERE

EL CAPITAN TRES GUERRAS FUE A LA GUERRA

HACER EL ODIO

31 agosto, 2006

Retazos IV Luz de agosto

Luz de agosto

Los zurcidos invisibles entre Faulkner y el caso de la chica austríaca

La reciente noticia de la joven austríaca aparecida después de ocho años, me devolvió a la memoria la noticia de otro secuestro, sólo que literario. No el que eficaz y editorialmente armó García Márquez, sino otro, uno mucho más lejano en el tiempo y pasional, furibundo y verdadero. El de Márquez fue un secuestro estrictamente planeado, tanto en su argumentación periodística como política. El que le tocó recrear a William Faulkner (1897-1962), tenía el sonido y la furia de una obra tumultuosa, febril y orgánica, genial en todo sentido. Sus derivaciones llegaron en título hasta agosto, como el mes de la noticia.
Los antecedentes son más o menos conocidos: cuando Faulkner publicó Santuario, en 1931, tenía una pretensión muy clara: ganar dinero. Cargaba con un par de deudas menores, algún que otro agujero financiero que le reclamaban desde hacía meses, y una sola obsesión: "Echarse a escribir sin sobresaltos", según sus palabras. La historia le venía rondando desde hacía tiempo, pero él la cargó de tintes melodramáticos por lo dicho, dinero. Su deseo más recalcitrante era que se leyera como agua de folletín. Los personajes: una muchacha estudiante de Oxford, Temple Drake, ávida de aventuras emocionantes; Goodwin y un grupo de matones; Popeye el psicópata; y luego, en orden menor pero no menos intenso, Horace Benbow, el abogado prófugo de su propio hogar; Miss Reba, la madama del cabaret; Red, y otros. A la acción: luego del accidente por culpa del salame del novio borracho, Temple cae en manos de Goodwin y sus boys y, posteriormente, en manos de Popeye. Una tragedia griega en el sur estadounidense, lo que ya se ha dicho. Un dato más: Faulkner deliberadamente quería trabajar el relato con mucho horror, cargando las tintas en la escena de la violación de Temple y en aquellas que correspondieran al burdel de Miss Reba y otras. Horror y sexo, degradación moral, violencia y un montón de conceptos más que nunca dicen nada si se mantienen en eso que son, conceptos.
Pero Faulkner no pudo con su genio y al melodrama lo bajó de categoría, subiéndolo a la épica de la novelesca más curtida; con los conceptos hizo otro tanto: los redujo a polvo de acción. Los personajes salieron entonces de sus maquetas y quedaron vivos. Contradictorios y reales. El resultado: una obra despareja, genial, invencible al paso del tiempo. Tanto es así, que el reciente episodio de la joven austríaca -vaya uno a saber por qué, acaso por esos zurcidos invisibles que tiene la letra-, me la regresó a la memoria.
Desempolvando la novela, hay una escena en la que Temple, luego del secuestro de Popeye, queda sola en la camioneta mientras éste va a cargar, en mérito a la traducción, creo que gasolina. En ese preciso instante puede huir, pero reconoce a una compañera de estudios caminando por la vereda opuesta y no atina a nada. O sí: a sonrojarse. ¿Cómo es que no grita?, se pregunta uno. ¿Cómo no pide auxilio y escapa? Al contrario, la única e imprevisible reacción de Temple es sentir pudor, vergüenza porque su compañera la haya reconocido en esa situación, en la camioneta con un extraño. ¿Es lógica su reacción? Para nada. ¿Es humana?, parece que sí.

Una de las cosas que enseñan las ficciones verdaderas es que las reacciones del alma humana pocas veces son razonables y que, por el contrario, casi siempre son contradictorias y hasta incomprensibles. Dostoievski ya nos enseñó que se puede matar por amor. Las páginas de policiales de cualquier diario también.
Para el caso de la joven austríaca, por estos días ha aparecido una batería de conceptos y teorías que intentan justificar su reacción, esa de llorar sensatamente al enterarse de que su secuestrador se había cancelado bajo un tren. Síndrome de Estocolmo es la más esgrimida. Touché, es probable. ¿Está embarazada la chica? A lo mejor. Tener una explicación razonable a la boca siempre tranquiliza. De todos modos, las obras de ficción más profundas nos iluminan acerca de las zonas más recónditas del alma humana, esas a las que la razón no siempre accede. La historia de esta muchacha es, por supuesto, novela y película para Hollywood, que engendra combos de burgerfilms. Sin embargo y por ahora, en Austria, ella no quiere hablar, intenta mantener su tristeza en intimidad. ¿Se comprende? Es humana su reacción. Tampoco a los padres quiere ver. ¿Es tan extraño? La historia de amor oclusivo de esta chica tiene costados tenebrosos y transparentes. Pero es amor romántico en el sentido generacional del término. Nos guste o no.
Después de Santuario Faulkner escribió Luz de Agosto, una reivindicación para esa otra protagonista llamada Lena Grove, bastante menos impulsiva que Temple pero con un carácter más comprensible en el reino de la lógica. ¿Una continuación de la furibunda Santuario? Algo así. ¿Una probable evolución de la agonista? Quizá. Dijo Faulkner de Lena: "Ella sí que es la capitana de su propia alma". Por eso, si alguien quiere saber cómo va a continuar la vida de la chica austríaca, a no conmoverse, no hace falta. Tampoco esperar demasiado. Basta con leer Luz de agosto, posterior a Santuario. Si no se encuentran zurcidos invisibles entre un caso y otro, no es Faulkner el culpable. Son estos pespuntes, las más de las veces chingados.

Retazos III Tambor Pynchado

Tambor Pynchado

El caso Günter Grass, vaya a saber por qué, me recordó un libro de Thomas Pynchon de juventud. Lo publicó Tusquets hace ya más de veinte años con un título parafraseado a Henry Adams, Un lento aprendizaje. En el prólogo, Pynchon reconocía no sólo los errores técnicos de esos relatos, sino también y con absoluta entereza, el ADN de algunos de sus personajes: "Y ése que aparece allí, algo autoritario y fascista, tengo que reconocerlo, era yo". Luego agregaba: "A los lectores modernos les desconcertará un nivel de cháchara racista, sexista y protofascista". Los cuentos que allí aparecían –“Tierras bajas”, “Entropía”, “Lluvia ligera” y otros-, los había escrito el autor de V veinte años atrás. Si sumamos, la data tiene ya más de cuarenta años. “El problema para muchos de nosotros es que en la juventud creemos saberlo todo –agregaba-, o, para decirlo de un modo más sutil, con frecuencia desconocemos el alcance y la estructura de nuestra ignorancia; deberíamos familiarizarnos con nuestra ignorancia”. Es probable, algunos protagonistas de "Zonas bajas" y "Entropía", a lo mejor traslucen algo del protofascismo de aquel Pynchon de juventud, pero más que la admisión de un pecado lo que verdaderamente conmueve es la naturalidad con que el autor asume esa, cómo llamarle, ¿carga? ¿posición?Nada de culpas, nada de gimoteo autobiográfico. Nada tampoco de batir el parche y ponerse en ejemplo, malo o bueno, que eso ya es moralizar. En saludable voz baja y para los lectores de las nuevas generaciones, Thomas Pynchon dice: "Ése también era yo". Clarito: evitando el redoblante mediático, el autor de Vineland da una muestra palpable de honestidad intelectual. También en ese texto extiende parte de su preceptiva narrativa a los iniciados y da algunas recomendaciones, en singular. Pynchon no concede entrevistas, es sabido. Tampoco admoniza ni se rasga las vestiduras. Escribe, corrige, no habla. Y como no ha dejado pasar el tiempo: ninguna levadura oscura aún le fermenta. Imposible. No puede haber remordimientos o culpas cuando se está fuera de escena. Lo obsceno son los lugares que van detrás de la coma. "Esos lugares no me interesan", ha dicho Grass. No lo parece. Bajo los spots de la escena autobiográfica el hombre ha levantado un monólogo confesional algo plañidero y tardío. Una coda final para aquel viejo prólogo de Pynchon: “No sé de dónde había sacado la idea de que la vida personal del escritor no tiene nada que ver con su ficción, cuando lo cierto, como todo el mundo sabe, es casi lo contrario”.
A propósito: "la crítica [de textos ajenos y propios] es la única forma honesta de la autobiografía", dijo Wilde.

28 agosto, 2006

Retazos II El plato de la casa

El plato de la casa

Anthony Bourdain es uno de los chefs estrella del momento pero, también, novelista. Cuando pudo sortear la ficción de las insulsas novelas de misterio que publicó (fueron tres) ingresó con desparpajo en el mundo de las letras. Recién entonces. Y lo hizo con un libro magnífico y cruel: Confesiones de un chef. Para algunos es un autor de culto, para otros un cocinero renombrado. Algo aventurero, medio cínico, un poco sádico, Bourdain pasea ironías y sabores por el exquisito y políticamente incorrecto Travel & Living. Allí come escorpiones en Afganistán, el corazón palpitante de una cobra viva, enseña el verdadero gusto malayo de las hormigas culonas y hasta muestra las náuseas en cámara cuando tiene que probar, en México, una iguana gigante en "caldo sublime". Sus travesías culinarias son imperdibles. También cenó con gángsteres de la mafia rusa en Moscú, y regresó al puerto de sus orígenes familiares en La Teste, Francia, donde volvió a probar, muchos años después, las ostras que identificaron su infancia. Fue por su sabor que se hizo chef. Y también por algo más que narra en Confesiones... de su experiencia como lavaplatos: "A la vista de todo su personal reunido, Bobby, el chef, le daba por el culo a la novia. Ella estaba inclinada con mucha coquetería sobre un tambor de aceite de cuarenta litros, con el traje por encima de las caderas. Mientras, a pocos metros, su nuevo esposo y el resto de los invitados masticaban felices los filetes...Y entonces, estimado lector, supe por primera vez que quería ser chef".
Así cuenta en Confesiones... (dos son las ediciones, una de "Suma de Letras", otra, más reciente, del Nuevo Extremo) los orígenes de su fervor por los fogones durante una cena de pomposo casamiento. Cuando el libro apareció en Estados Unidos, causó furor, pero sin sobresaltos. Bourdain ya tenía un título anterior del mismo estilo, sólo que más provocativo: No comas antes de leer esto. Entre las ostras de su infancia en La Teste y su experiencia como lavaplatos en el Dreadnaught neoyorkino, transcurre parte de su desaforada carrera culinaria. Hasta hacerse chef y gentil escritor.
El cocinero exquisito revela detalles del mundo de la gastronomía, atrocidades que jamás se advierten en la estética final del emplatado, pero también y al mismo tiempo, va dando cuenta de su carrera en el CIA (Culinary Institute of América) de Hyde Park, de sus desventuras con la cocaína y la heroína, así como del mundo cerril, estrafalario y peligroso que esconden algunas de las mejores cocinas de los restaurantes de Nueva York, donde permaneció cerca de tres décadas.
Si uno puede sortear el primer plato, de maravillas. Que no es sopa de letras sino pésima traducción, por momentos indigerible. En el Sunday Times, cuando aparecieron estas crónicas de la gastronomía literaria -género de fusión que bien le cae a Bourdain-, escribieron: "El libro es más terrorífico que una novela de Stephen King". Puede ser, depende del paladar. La lección de este artista del desparpajo es sin embargo irrefutable: "Lo mismo da que hablemos de un queso azul sin pasteurizar que de trabajar con socios del crimen organizado. Para mi la comida siempre ha sido una aventura". En su preceptiva de odios y rechazos, figuran: los vegetarianos, los devotos de la comida basura, los que desprecian las salsas y los que no toleran la lactosa. Cuidado, y un consejo final: nunca pedir pescado los días lunes, evitar los platos muy elaborados, tener cuidado con las fritangas de mariscos y desconfiar -razonablemente- de los platos recomendados por la casa.

24 agosto, 2006

Concurso

Encuentre a Günter



23 agosto, 2006

Retazos I Heil Günter

Heil Günter

El buen Günter, en los comienzos de los ochenta, concedió un largo reportaje (luego de varias entrevistas) a la italiana Nicole Casanova. Eso luego se convirtiría en un libro, Conversaciones con Günter Grass (Gedisa), escasamente distribuido entre nosotros y ya olvidado. Una de las perlitas de ese texto no surge de la fascinación del Grass juvenil por las esvásticas, los símbolos nazis o las sanas tareas que llevaba a cabo la Juventud Hitleriana en los tiempos en que el acné le brotaba al rodaballo joven -hacían picnics, comían choripán en los bosques y vivían la vida sana de la formación premilitar-; no, eso ya era algo sabido en el novelista alemán. La perlita asoma brillante en una de las páginas anteriores a esa admisión, cuando también reconoce haber asistido -a los 11 años-, a la Cristalnacht o Noche de los Cristales Rotos y haber presenciado la quema de libros, de tiendas de judíos y hasta las feroces golpizas a los miembros de esa comunidad. "Los miembros de la Juventud Hitleriana sembraron de odio y terror la noche en Gdansk". Unas páginas después, pasando revista a sus idílicos 17, dice que no sabía qué era el movimiento de la Juventud Hitleriana ya que cuando él ingresó, seis años después de la Cristalnacht, encarnaba valores tales como la asistencia a los mayores, la vida sana y la solidaridad. De los 11 a los 17, Günter seguramente sufrió, como tantos y como su héroe Oscar de El tambor de hojalata, cierta regresión o amnesia.Gracias a la Fosfovita pudo superar el trance, sin embargo, y asumir luego tareas y solicitadas altruistas en el consenso de la escritura internacional. Pelando la cebolla, su nuevo libro autobiográfico, seguramente hará llorar a más de uno. Para quienes “no sabían”, como el propio Günter, Conversaciones con Günter Grass se abre con unaconfesión maravillosa: "Siempre mentí, toda la vida me valí de lamentira, y tanto miento que a veces, de un reportaje a otro, me encuentro diciendo cosas opuestas y contradiciéndome. ¿Por qué miento? Porque la verdad me aburre, me aburrió siempre". Lo que parece inexplicable de este entuerto mediático es la polémica, si el buen Günter fue o no nazi, si hizo bien o mal en ocultar que había formado parte de las SS, y esas yerbas añejas. ¡Heil, Günter, señor Grass! La cultura letrada de contratapas y solapas ya anuncia una nueva polémica internacional en ciernes: "De chiquito fui mazorquero", reconoció Borges. Para refutarlo o no, habrá que investigar en los archivos.

Recomiendo la nota de Mosca Cojonera que puede leerse acá

07 agosto, 2006

Los chicos desaparecen

Capítulo 1


Macías quitó el freno a la silla y se dejó ir. Siempre hacía lo mismo: a las seis en punto de la tarde dejaba los relojes y se deslizaba por la pendiente de la plazoleta. Compartía el plano inclinado con los chicos que a esa hora, a la salida de la escuela, llenaban el lugar. Era feliz, las leyes de la inercia eran el beneficio más destacado de su parálisis.Arreglar relojes y buscar pendientes eran su mundo. Tampoco deseaba más. En la precisión de algunos mecanismos encontraba un vértigo similar al que podían ofrecerle los declives. En el fondo, todo era cuestión de tiempo.De vez en cuanto los chicos lo esperaban en el borde de la pista y se deslizaban con él. Algunos se sentaban sobre sus atrofiadas rodillas y compartían la ilusión del juego. Ellos tomaban su parálisis como un pasatiempo. El conjunto de su silla y de su persona tenían el mismo valor que un tobogán o una hamaca. Macías sentía que los chicos le devolvían esos gestos que la vida le había negado. Ellos lo entendían y lo cuidaban como a una mascota. Toda la extensión ortopédica de su cuerpo desaparecía con una sonrisa, un cucurucho de maíz inflado o con los papelitos de caramelos que le arrojaban.

Texto completo acá