El circo nunca muere
"Pienso en la muerte y pienso en el cielo porque cada vez que pienso
en la muerte pienso también en las estrellas"
(Emmanuel Bove)
Mc Cornick tomó el violín, contempló sin asombro el cuerpo malva de la muchacha, y dejó que la melodía llenara las pausas de una conversación siempre igual, anegada por los días y la rutina. Era junio y llovía.
El olor rancio del aserrín se había estancado junto a la casilla rodante y del sobretecho de entrada se escurría un rumor de agua y viento.
-En junio siempre llueve –dijo Mc Cornick apoyando el arco.
La muchacha estaba desnuda y rendida. Miraba el estampado azul de las paredes sin ninguna ilusión. Era muy joven, rubia y de cabellos lacios. Entre sus pechos espléndidos llevaba una medallita con la estrella de David fundida en oro puro. Mc Cornick la miraba con hidalguía. El mal tiempo arreciaba.
-Va a seguir lloviendo –insistió él.
-Hasta que cambie la luna –dijo ella.
Mc Cornick pensó entonces que hacía rato que no miraba el cielo estrellado. Conocía la humedad celeste de las madrugadas, pero había olvidado las noches. Todavía guardaba la costumbre de las funciones con el cielo de lona sobre la cabeza. Últimamente los sueños le decían que se iría a desfondar.
-Dame un beso –pidió ella.
El viejo se incorporó, apoyó el violín contra la puerta de la casilla, y se agachó junto a la muchacha. Seguir leyendo acá