Tardé mucho en venir, años. Lo digo porque es la primera vez que me presentan un libro en Buenos Aires. En realidad, es la primera vez que me presentan. La vez anterior presentaron otro libro, pero yo no estaba. Hoy sí, no me pude escapar. Mientras buscaba qué decir, me puse a pensar en eso: las formas de escapar, de pasar desapercibido. Son tantas, la escritura una de ellas. En mi caso, escribir es dejar de estar. Alejarme de los pensamientos en limpio y empezar a pensar argumentalmente, quiero decir. Acaso porque creo más en el pensamiento argumental que en la reflexión propiamente dicha, pura. Acaso también porque el pensamiento argumental está contaminado: por las situaciones, los personajes, los diálogos, las palabras. El pensamiento argumental avanza con un lenguaje mestizo, más verdadero, más de todos, me parece. Esa impostación es la que me ayuda a hilvanar algunas palabras, a comunicarme. Un poco, no mucho. Lo aclaro porque no tengo demasiado que decir de la novela, soy el menos indicado para hablar de un libro que surgió, creo, de una tara personal: las dificultades que tengo para hablar en público, el temor –la pavura, más bien- a la exposición. En verdad, como me dijo una amiga, hoy debería ampararme en la afasia del personaje y gesticular, hacer un par de señas, para luego retirarme. Pero no. Algo hay que contar de la historia, una historia muy pequeña que gira en torno a una discapacidad o a una presunta discapacidad, porque no sé hasta qué punto no somos todos como Rolando, en parte al menos: incapaces, disfuncionales. Creo que por ahí anda la cosa. Nos iguala esa condición, nos hermana en algún aspecto esa falla, ese error con respecto a la norma, una norma que nadie jamás ha visto porque no existe. Resumiendo y para hablar en términos del mercado actual: todos venimos un poco fallados de fábrica. En el outlet de la vida somos productos discontinuos. Así que para contar esta falla de Rolando fui siguiendo las migas de mi propia tara hasta encontrar eso que se llama voz. Es curioso: la voz de un mudo me dictó la letra. O no tanto: los escritores somos mudos en potencia de escritura. Como sea, seguir ese dictado me permitió comprobar que la discapacidad pesaba en el resto, en los demás, no en el propio personaje. Será porque la discriminación es un espejo que algunos no aceptan ver.
En la segunda parte me valí de ese mismo personaje una vez que el habla lo recupera a él, y no al revés. “¿Cuándo fue que el habla me recuperó?”, se pregunta. Madre es lenguaje, padre es escritura. Rolando ya tiene cuarenta años y padece una extrañeza: se siente feliz. Sentirse feliz en plenitud continua –no discontinua-, es demasiado grave. Decide entonces hacer terapia. Que esa terapia sea lacaniana es un homenaje al lenguaje. Si en algún tramo de la historia ese homenaje suena como parodia, es mérito del análisis. Así es como Rolando descubre la portentosa teoría del analista que lo atiende en consulta que, en esencia, dice así: “los argentinos somos todos putos”. Probablemente se trate de una verdad universal en el uso del gentilicio, pero Rolando la asume y lleva adelante. Bueno, eso apenas. En un primer cálculo la novela se iba a llamar
Cómo me hice puto, pero luego desistí para evitar los prejuicios provocados por las simetrías. Se trata de una historia insignificante, muy casera, y cuando el jurado la premió sentí que no era mérito propio, sino de quienes integraban ese jurado. Cosa que agradezco enormemente. Hoy se tiende por lo general a premiar argumentos que exponen tramas en clave maximalista, no minimalista. La historia de este Rolando es de tono menor. Lo último: Marcos Mayer fue el encargado de seleccionar las obras. Lo conocí recién en Aeroparque, cuando viajaba para recibir el premio en Puerto Madryn. Allá, un día después y una vez que terminó la ceremonia, me confesó algo para mí conmovedor: que cuando el jurado terminó de leer la novela, coincidieron todos en que debía tratarse de un autor muy joven…Lo tomé como lo que era, un elogio. Claro que luego, cuando abrieron el sobre y vieron de quién se trataba, pudieron confirmarlo.