<

Cisura

Cultura

Octubre

EL CURANDERO

PAREDON PAREDON

VIRGEN

LOS CHICOS DESAPARECEN

LES ENFANTS DISPARAISSENT

http://photos1.blogger.com/blogger/2389/2951/1600/LE CIRQUE NE MEURT JAMAIS

HECER EL ODIO

GONDOLAS

HECHO A MANO

EL CIRCO NUNCA MUERE

EL CAPITAN TRES GUERRAS FUE A LA GUERRA

HACER EL ODIO

30 diciembre, 2008

LCHD a Viña y Sevilla

Como dice Marcos: “LCHD sigue rodando”. Y entra en selección Competencia oficial en el 7º Festival de Cine Digital de Viña del Mar, Chile (del 14 al 17 de enero de 2009)
www.festcinedigital.cl
y como película invitada en el II Certamen Internacional de Cortometrajes y Discapacidad CINEMOVILE, en Sevilla, España, del 1º al 15 de marzo de 2009.

www.loschicosdesaparecen.blogspot.com
www.lchd.com.ar

Toc toc: un babero para la perrita nazi

La fábula hegeliana habla de una rémora idiota. Pero no es tan idiota la rémora, es tan, apenas eso. Y compulsiva. Tampoco resulta del todo hegeliana la fábula, sobre todo si uno se atiene a los vínculos que la fabulista supo tejer durante el proceso. En fin, la cuestión que esta rémora cruza (perra, pedorra, pedorreica, diarreica, una generosa minoría opta por el líquido atributo para nombrarla) vive de aguas ajenas. Aunque siempre subalterna, redunda y redunda la muy esforzada. Senilmente se confiere cierta autoridad, por supuesto, pero no es más que un estar en popa o en la estela de ese barco redundado, anterior al punto cruz. ¿O era arroz? Pobre rémora que viste pañales, ya boquea. Debe ser por la edad. Hay quienes sostienen –en el hazmerreír de esa red que a ella jamás le llega; agujeros y filtraciones, por supuesto- que padece de incontinencia verbal, sobre todo en eso de lamerse bien atrás y suplicar atención. No sé, tengo mis reservas, con la foto del babero nunca alcanza. Lo cierto que a la muy tonta la sirven y después, como a buena catequista, la ningunean. Burlas por detrás. Ella, de tan pueril y esquemática, todo lo cree. Hasta las salutaciones. Sobre todo las promesas. Sumisa perra recurrente, me digo: la vende la ansiedad. Y otras cosas. En las agendas amarillas algunos leen la palabra lástima, claro. Lo que no está mal, es lo que al fin y al cabo genera esta chocha jubilada antisemita. Triste, ultramontana y menor. Por supuesto tampoco sabe que eso de colgarse de tetas muertas provoca destinatarios no divulgados a granel. Y se le burlan y replican sus burlas en cadena, pero ella, en su ingenuidad rígida y fervorosa, persiste dramática. ¿Por qué persiste la dogmática babeante? ¿Error en la dosis del clonazepan? ¿Compulsión y autismo, quizá? ¿O simple fijación cordial por olisquear? No tiene importancia. Después de todo, como claman varios de la guía, “que insista, no importa, pero al menos -cuando está entre la gente- que trate de no escupir al hablar”.
-TOC, TOC –trina la hija, en sol muy menor.
Y es que nadie golpea la puerta. Ella, obediente, alza la pata.

(Próxima nota de género vivo: “Llegan los archivos procesistas de la servil perrita nazi bonaerense y de su Augusto dominador”)

26 diciembre, 2008

La gran bestia punk

Probablemente la gran bestia punk no se llame Rufus. A lo mejor deambula bajo otro noble y corsario nombre. Leer acá.

Hay Casas de cosas

...Que en la a chiquita vale la pena leer. Como Una de Cortázar o lo que el certero fantasma llama Conducta en los velorios. Crónica acá.

19 diciembre, 2008

Paciencia, culo y terror

Texto de Soledad Franco a propósito de La cisura de Rolando

“Paciencia, culo y
terror nunca me faltaron”

Sebregondi
retrocede
,
de Osvaldo Lamborghini


La frase del Marqués de Sebregondi, personaje lamborghiniano, bien podría haber sido dicha por Rolando, personaje de Báñez (reacio a los gentilicios) si Rolando contara al comienzo de la novela con esa facultad. “Escribo porque no puedo hablar”, escribe, y la paciencia la tiene para soportar los efectos que la pérdida del habla a los once años por una lesión en la cisura homónima provoca en la madre y en las tías; el terror le sobra ante los intentos de integración/ recuperación del entorno; el culo no es tema sino hasta el segundo tramo de la novela y por contigüidad. Seguir leyendo acá.

De marchi preso, Rolando

Para ver la crítica aparecida en La voz del interior, hacer click acá.

Palabra que cura

Entrevista con Silvina Friera en Página/12, ver acá.

Todas las mañanas somos Gregorio Samsa

Texto de Luis Chitarroni, a propósito de La cisura de Rolando


Una de las pocas cosas que hoy podemos saber de la novela es que nos deben gustar en contra de las comodidades predominantes. No es el caso de hablar de los buenos servicios de relatos más aptos técnicamente –como los que ofrecen el cine o la televisión-, sino de los medios y recursos que la novela debe plantearse para competir con otras, a sabiendas de esta desventaja. Y encuentro la ocasión para hablar de una cuya planteo, estructura y desarrollo escapa por completo de las habituales, de una novela –La cisura de Rolando- que es toda una singularidad. La escribió un amigo, y la suerte no termina ahí: un amigo cuyos libros admiro. Y los admiro por eso, porque son distintos. Éste es muy distinto del anterior, que no sé si tuvieron la suerte de leer. Cultura exploraba la vida de un escritor en la atmósfera –o la órbita- impuesta por los ejercicios de sumisión de un organismo oficial. Distinto, muy distinto, porque si bien el anterior jugaba con la sátira hasta desmentir cualquier sospecha de situarlo en el ámbito que imponía el título, éste encapsula la cultura en su interior y no nos deja quietos hasta el punto final (que además es la licencia de un paréntesis). Seguir leyendo acá.

04 diciembre, 2008

Palabras mudas

Tardé mucho en venir, años. Lo digo porque es la primera vez que me presentan un libro en Buenos Aires. En realidad, es la primera vez que me presentan. La vez anterior presentaron otro libro, pero yo no estaba. Hoy sí, no me pude escapar. Mientras buscaba qué decir, me puse a pensar en eso: las formas de escapar, de pasar desapercibido. Son tantas, la escritura una de ellas. En mi caso, escribir es dejar de estar. Alejarme de los pensamientos en limpio y empezar a pensar argumentalmente, quiero decir. Acaso porque creo más en el pensamiento argumental que en la reflexión propiamente dicha, pura. Acaso también porque el pensamiento argumental está contaminado: por las situaciones, los personajes, los diálogos, las palabras. El pensamiento argumental avanza con un lenguaje mestizo, más verdadero, más de todos, me parece. Esa impostación es la que me ayuda a hilvanar algunas palabras, a comunicarme. Un poco, no mucho. Lo aclaro porque no tengo demasiado que decir de la novela, soy el menos indicado para hablar de un libro que surgió, creo, de una tara personal: las dificultades que tengo para hablar en público, el temor –la pavura, más bien- a la exposición. En verdad, como me dijo una amiga, hoy debería ampararme en la afasia del personaje y gesticular, hacer un par de señas, para luego retirarme. Pero no. Algo hay que contar de la historia, una historia muy pequeña que gira en torno a una discapacidad o a una presunta discapacidad, porque no sé hasta qué punto no somos todos como Rolando, en parte al menos: incapaces, disfuncionales. Creo que por ahí anda la cosa. Nos iguala esa condición, nos hermana en algún aspecto esa falla, ese error con respecto a la norma, una norma que nadie jamás ha visto porque no existe. Resumiendo y para hablar en términos del mercado actual: todos venimos un poco fallados de fábrica. En el outlet de la vida somos productos discontinuos. Así que para contar esta falla de Rolando fui siguiendo las migas de mi propia tara hasta encontrar eso que se llama voz. Es curioso: la voz de un mudo me dictó la letra. O no tanto: los escritores somos mudos en potencia de escritura. Como sea, seguir ese dictado me permitió comprobar que la discapacidad pesaba en el resto, en los demás, no en el propio personaje. Será porque la discriminación es un espejo que algunos no aceptan ver.
En la segunda parte me valí de ese mismo personaje una vez que el habla lo recupera a él, y no al revés. “¿Cuándo fue que el habla me recuperó?”, se pregunta. Madre es lenguaje, padre es escritura. Rolando ya tiene cuarenta años y padece una extrañeza: se siente feliz. Sentirse feliz en plenitud continua –no discontinua-, es demasiado grave. Decide entonces hacer terapia. Que esa terapia sea lacaniana es un homenaje al lenguaje. Si en algún tramo de la historia ese homenaje suena como parodia, es mérito del análisis. Así es como Rolando descubre la portentosa teoría del analista que lo atiende en consulta que, en esencia, dice así: “los argentinos somos todos putos”. Probablemente se trate de una verdad universal en el uso del gentilicio, pero Rolando la asume y lleva adelante. Bueno, eso apenas. En un primer cálculo la novela se iba a llamar Cómo me hice puto, pero luego desistí para evitar los prejuicios provocados por las simetrías. Se trata de una historia insignificante, muy casera, y cuando el jurado la premió sentí que no era mérito propio, sino de quienes integraban ese jurado. Cosa que agradezco enormemente. Hoy se tiende por lo general a premiar argumentos que exponen tramas en clave maximalista, no minimalista. La historia de este Rolando es de tono menor. Lo último: Marcos Mayer fue el encargado de seleccionar las obras. Lo conocí recién en Aeroparque, cuando viajaba para recibir el premio en Puerto Madryn. Allá, un día después y una vez que terminó la ceremonia, me confesó algo para mí conmovedor: que cuando el jurado terminó de leer la novela, coincidieron todos en que debía tratarse de un autor muy joven…Lo tomé como lo que era, un elogio. Claro que luego, cuando abrieron el sobre y vieron de quién se trataba, pudieron confirmarlo.