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HECER EL ODIO

GONDOLAS

HECHO A MANO

EL CIRCO NUNCA MUERE

EL CAPITAN TRES GUERRAS FUE A LA GUERRA

HACER EL ODIO

31 enero, 2009

En el post nº 200, descargar Virgen

En librosgr.blogspot.com se puede descargar gratis Virgen. Hacer click acá.

25 enero, 2009

Buenas intenciones

Ahora quiere entregar mis recortes. Antes lo había hecho con el libro. Le pedí que no, le rogué que desistiera, que me evitara el mal trance. Intuía que me arrojaba a los leones. Pero ella, desoyéndome, pasó por encima de mi voluntad y le entregó el libro. Eran sus buenas intenciones, claro. Él lo recibió, lo sopesó como un entendido en objetos falsos y antiguos, y luego hizo correr rápido unas cuantas páginas. Sonrió triunfal a la audiencia, ya tenía su presa. Se acomodó en la silla, carraspeó y empezó la lectura. La entonación sarcástica, levemente nasal y acompañada de contorsiones rítmicas, impulsó sus primeras palabras: “Escribo porque no puedo hablar”, dijo. Los comensales rieron y aplaudieron. Con su mejor histrionismo VIP frente al resto, camisa handicap y bronceado polo, prosiguió: “A los once años me detectaron en el lóbulo anterior del cerebro una mancha apenas visible que me alteró el habla”. Aplausos, carcajadas, vítores. Noté que a ella la sonrisa de las buenas intenciones se le iba desdibujando párrafo a párrafo, burla a burla. Él -animado, altivo, prepotente- continuó la arremetida: “De aquel momento recuerdo la voz del médico que mencionaba una zona adyacente al área de Broca”. Los comensales estallaron nuevamente en aplausos, en estentóreas carcajadas. Abatido, me replegué contra un rincón. Temblaba de ira, de impotencia. La lectura continuó hasta la página tres. Suficiente. Él ya estaba satisfecho. Había tenido su pequeño show personal, su íntima gratificación familiar mientras el otro, yo, agonizaba de humillación en esa sillita alta. ¿Una revancha? ¿Un odio secreto y lejano jamás antes admitido? No sé. Nunca lo sabré. Como haya sido, la verdad es que nunca nadie antes en la vida me había hecho sentir tal menosprecio. Fue entonces cuando ella le pidió el libro y él se lo entregó. Después de la carnicería pretendía quedárselo, colgar la cabeza del infeliz en su salón de armas y trofeos.
Pasaron las semanas. El recuerdo de la burla sigue presente, sin embargo. Pero resulta que ahora, pese a todo, ella pretende entregar mis recortes, lo que queda de mí. Nuevamente, en exposición. Son otros comensales, infinitamente mejores, lo sé. También sé, repito, de sus buenas intenciones. Pero la memoria del circo aún no ha desaparecido y lo que ella no admite es que antes que su sana y loable iniciativa debería prevalecer mi recóndito deseo, mi pequeña y denigrada convicción de no, no ceder. Es eso apenas y es, creo, una cuestión de respeto.
¿Importa tanto entonces que no me lea? Para nada. En rigor, no tiene motivos para hacerlo. Ya lo había hecho antes, en voz alta, mediante un segundo, ante terceros.

21 enero, 2009

Tres al hilo

En su tercera participación oficial en festivales cinematográficos, "Los chicos desaparecen", el largometraje de Marcos Rodríguez, obtuvo nuevamente un premio. Primero fue Tandil, luego Porto Alegre y ahora Viña del Mar, Chile, donde acaba de recibir el Premio "Pixel" del público por mejor film en el 7° Festival Internacional de Cine Digital de esa ciudad. Felicitaciones y abrazo desde acá a toda la turba!

www.festcinedigital.cl

20 enero, 2009

Genitivo

La percepción que los estadounidenses tiene de sí mismos es tan envidiable como sugestiva. En El diario de Adán y Eva, Mark Twain refiere los primeros descubrimientos en ese paraíso llamado Tierra con una voz tan elocuente como patrimonial. “He visto las cataratas –dice Adán en su diario-. Pienso que son la cosa más bonita de la propiedad. La nueva creatura las llama las Cataratas del Niágara. Pero no sé por qué”. La mirada poco ortodoxa del jardín del Edén Twain la supera con una frugal ironía: “Y hay un cartel cercano (a las cataratas) que dice: “Se ruega no pisar el césped”. Pero enseguida, su diario íntimo (¿podría no serlo?) recupera terreno y leemos: “Dice (Eva, casi al oído, cosa que nadie la escuche) que el parque se convertiría en una bonita localidad de vacaciones, si hubiera que pagar una entrada…” También el decoro es fuente amorosa de apropiación. En su diario puede leerse: “Creo que lo amo porque es mío”. Y agrega: “Creo que no hay otras razones”. Lo ama por eso y también porque Adán “es macho”, pero el sentido posesivo va creando el lenguaje para nombrar las cosas en este atractivo y desparejo relato. “Tener una cultura” es otra de las razones que prevalecen en el racional espíritu de Eva: “El secreto del agua ha sido un tesoro hasta que no lo he poseído; luego ha desaparecido el entusiasmo”. Cuando las castañas dejan de ser manzanas y las manzanas pasan a revelar el paraíso perdido, ella, la creatura, dice: “He perdido el Jardín, pero lo he encontrado a él, y me basta”. Hasta un brontosaurio es patrimonialmente domesticable. Y su sed por saber –poseer-, no tiene límites. Del fuego: “algún día será muy útil”, anota. En su relación con Adán es más lingüísticamente precisa aún: “Si este reptil es un hombre, no es ése, ¿verdad? Sería incorrecto gramaticalmente. Pienso que se dice él. Sí, debe ser así. En ese caso la declinación sería: nominativo, él; dativo, para él; genitivo, de él. Bien, lo consideraré un hombre y lo llamaré él hasta que resulte que es otra cosa. Sería más práctico…”
Es extraño.
Recordé este olvidado y discreto relato de Twain después de escuchar el discurso de Obama. Las asociaciones libres nunca me han dejado muy libre, en verdad. La cuestión es que él repitió muchas veces la palabra “esperanza”. Muy bien. Estaba refundando una nación. Nada raro después de todo. Una de las cosas que obsedían a Adán en el paraíso del Niágara era arrojarse por las cataratas adentro de un barril. Siempre salía ileso, jamás abandonaba el genitivo.

18 enero, 2009

Lo que dice el que no habla

El poeta de la gacetilla -un Hernán generoso- percibió palabras en esos intentos. Oír o leer acá.

14 enero, 2009

El rumor es una fuente proteica de la escritura

Entrevista de Máximo Soto a G.B. aparecida en "Ambito Financiero". Para ver la nota, hacer click acá e ir a edición electrónica de la página y luego ampliar.

13 enero, 2009

Palabras cruzadas

A propósito de La cisura de Rolando, recomendación aparecida en revista "Viva", de Clarín, de Daniel Dos Santos.



Para los que creen que al diálogo lo conduce más la palabra que el oído, el protagonista de esta novela premiada del platense Gabriel Báñez está en problemas. Simplemente porque se queda mudo a los once años. La disfunción llega sin anuncio previo y da comienzo a una búsqueda desopilante de otra forma de comunicación, en la que no faltan mensajes sin destino y un espíritu sanador. Hay también otras búsquedas esenciales, aunque al chico que fue creciendo le resulta más difícil reconocerse feliz que simplemente serlo.

09 enero, 2009

Disfunción, humor, tradición

A propósito de La cisura de Rolando, comentario de Hernán Bergara aparecido en el diario "Jornada", de Trelew.



“…mi libertad será tanto más grande y más profunda cuanto más estrechamente limite mi campo de acción y me imponga más obstáculos. Lo que me libra de una traba me quita una fuerza. Cuanto más se obliga uno, mejor se liberta de las cadenas que traban al espíritu.” (Igor Stravinsky, 1942).


En la ceremonia de premiación del certamen internacional de novela Letra Sur, celebrada en el Ecocentro, Puerto Madryn, Juan Sasturain, uno de los miembros del jurado, obligó cortésmente a otro, Martín Kohan, a improvisar los motivos por los cuales eligiera La cisura de Rolando como novela a su parecer ganadora. Kohan discurrió, entre otras cosas, acerca de los riesgos que la novela de Gabriel Báñez había corrido, y de los que salió, no obstante, ilesa. Las demás novelas, grandes candidatas al premio, habían tendido, en cambio, a (sic.) “pisar más bien sobre seguro”. Claudia Piñeiro, la tercera miembro del jurado, y el propio Sasturain, suscribieron tácitamente a esta teoría de los riesgos en la composición.
El señalamiento sobre la novela de Gabriel Báñez trasciende La cisura de Rolando y da cuenta de la poética general del autor. De su actitud frente al lenguaje. Es una actitud que está en La cisura de Rolando, pero también en Los chicos desaparecen, en sus textos sobre otros escritores y en su oralidad misma. Báñez parece habitar la escritura en relación con una falta, con una incompletitud constitutiva del sujeto. El Macías Möll de Los chicos desaparecen es paralítico y hace de su condición una fuerza; el Rolando homónimo de su cisura (ironía, o juego lacaniano de significantes) señala: “Escribo porque no puedo hablar”. La narración es en Báñez el producto de una disfunción, de un impedimento físico en sus personajes, en este último caso una afasia. Pero la discapacidad redunda, en términos generales, en la comunicación, más allá de parálisis y de cisuras. En el lenguaje. Este reconocimiento es el que permite el paso a la ficción como una dimensión que hace apología de la dificultad, de la traba, de la discapacidad comunicacional. Un lenguaje que denuncia la inexistencia, el carácter ideológico de la palabra como instrumento y como medio.
La cisura de Rolando, señaló Marcelo Eckhardt esta vez en la entrega de reconocimientos "Tela de Rayón" 2008 en Trelew, pertenece a una línea de la tradición literaria rioplatense que apenas puede describirse, por su discontinuidad, como línea. Una de sus características no menores sería el humor. El señalamiento habilita el deseo de instalar a Báñez entre Lamborghini, Laiseca, Arlt, Macedonio Fernández o siempre Borges, pero todo queda en el intento: este humor en particular no es un humor del que se parte, sino al que se llega. Surge por decantación, por el contraste entre un tono constante, de un homogéneo espesor, algo próximo al de Sergio Chejfec, y unos personajes disparatados, absurdos, entre el racionalismo científico y el esoterismo, crueles, burlones, descabellados y obscenos. Ese tono saturnino, violentado por notorios y en adelante insoslayables personajes como el psicoanalista Danilo Moran, autoproclamado “lacaniano peronista”, hace que la novela llegue al humor accidentalmente, y por lo tanto a un humor melancólico.
Es infructuosa la tarea de buscar filiaciones en La cisura de Rolando. Los mejores textos de la literatura han sido siempre reconocidos por su unicidad, por lo que han hecho con sus materiales o, en todo caso, por cómo han hecho propios materiales que son ajenos. Eso, paradójicamente sólo en apariencia, inserta a los textos en la tradición que merecen. Son textos que abren nuevos campos de legibilidad y que ponen al lenguaje contra las cuerdas, al límite de sus prestaciones ya conocidas, demostrando que esa sustancia de la que estamos hechos responde siempre, y siempre de modos diversos, pero a cambio de que se la haga funcionar bajo presión. Los grandes textos son los que hacen agonizar al lenguaje. Y La cisura de Rolando da cuenta de esta pugna, o más precisamente: de la palabra en un estar debatiéndose con sus límites, en presente continuo.
Muchos escritores, por esta “cuestión personal” con el lenguaje, se han ganado o han padecido el mote de escritores malditos: Benito Lynch, Alberto Laiseca, Macedonio Fernández y un Roberto Arlt que descompuso la falacia de Florida vs. Boedo. Son escritores reconocidos únicamente cuando el jurado concede valor a la ficción, ante todo, en tanto que ficción; pero sus obras, que no suelen venderse por millones, perviven largamente por sobre el fetiche de lo cuantitativo. Estos escritores son, sin embargo, la contracara de la figura de los escritores recluidos en la torre de marfil: están al acecho en una grieta, con las formas del exilio, denunciando el hurto del poder, su apropiación maquinal de las palabras.
Casualmente y sin frecuencia, novelas como La cisura de Rolando roban, potencialmente para todos, la palabra.

07 enero, 2009

Conoce al que habla

Nota de Ángel Berlanga aparecida en Radar (Página/12)


Ah, la comunicación, la comunicación. “No preguntes qué es el lenguaje: conoce al que habla”, se lee en los Upanishads, y suena bárbaro, pero por qué no preguntar, cómo conocer al que habla, cuántos lados tiene ese por conocerse. Y ¿cómo hacer en el caso de Rolando, el protagonista de esta novela?: a los once años se quedó mudo, “una afasia temporal postraumática”, pero no tiene idea de cuál fue el trauma. Nadie, a su alrededor, parece saber la causa. Igual hay que buscar una solución: la madre, costurera, por ejemplo, prueba con unos cuantos especialistas médicos, expertos en cuerdas vocales, videntes, psicólogos, espiritistas, promesas a Pancho Sierra, pero no hay caso. El chico se maneja con notas escritas en papelitos y cree que “dejar de hablar fue una ventaja” que lo distinguía entre los pibes del suburbio, años cincuenta, pero la presión de mamá y de unas tías arpías para que sea normal y no una desgracia es fuerte, así que él también prueba por las suyas: electromagnetismo, ventriloquia por correspondencia. Luego, ya desalentado, se compenetra con el código Morse. Y después, con el transcurso del tiempo, una escritura más sistematizada.
“¿Hay alguien? Escribo por método, es como usar la armónica o el telégrafo –anota Rolando, Báñez-. El sonido es parecido también, aunque a veces me parece que repiqueteo para nadie”. Es casi al final de la adolescencia y de la primera parte de la novela: el chico narra sobre sus tentativas de comunicación, sobre la (problemática) relación que existía entre sus padres y, también, sobre sus fantasías y experiencias con las chicas: más allá de algunos destellos de felicidad, todo bastante fallido. Sordidez, frescura, crudeza, desamparo, iniciación: Báñez le da voz a este pibe con humor áspero y franqueza incorrecta y dan ganas de escucharlo, de leerlo, de ver qué le pasa a esa criatura, pongamos, arltiana. Una reivindicación, capaz, para su soledad en la ficción, bancada un tramo por un padre desopilante que recita el Eclesiastés en calzoncillos y por el ingeniero Behrenz, un técnico de radios y televisores con teorías electromagnéticas aplicadas a las relaciones humanas.
Rolando aprende de él: cuando aparecieron las primeras antenas de tevé una tarde, justo con el comienzo de la señal de ajuste, cortó el cable y se colocó un polo en la coronilla, pegado con un chicle, y otro en la punta de la lengua: a ver si así. Estuvo como quince minutos, concentrado. “No sentí nada, salvo el riesgo de quedar calvo antes que mi padre”, cuenta.
En la segunda parte, Báñez (que ganó con esta novela el Premio Internacional Letra Sur 2008) da un salto fenomenal: Rolando sigue contando en primera persona pero ya anda por los cuarenta, es ingeniero topográfico, acaba de separarse y recuperó el habla hace más de veinte; se sabe, ahí, que pasó por episodios de disociación, chaleco químico, etc. Pero zafó, eso quedó atrás, y ahora, inquieto por unas ganas bárbaras de adoptar un chico, se manda con un terapeuta lacaniano que lo maltrata a conciencia: es lo que necesita, el precio a pagar para conseguir “otra mirada”. “¿Nunca terminaste de asumirte, Rolando?”, le pregunta el pelado Morán en una sesión, la que recuerda como “la más brutal”. “De que sos más puto que las gallinas”, oye tras la pregunta. “Creo que le dije –evoca Rolando- algo así como que más puto sería él y su padre y su abuelo y lo único que atinó a responderme muy suelto de cuerpo fue que todos los hombres teníamos inclinaciones homosexuales. Pero no lo expresó en esos términos: “Tarde o temprano –murmuró- todos quieren ser empomados”. Lo fenomenal del salto está dado por el contraste entre el chico y el adulto, sus relatos en primera persona, sus búsquedas de sentido detrás de las palabras y de las relaciones. Y, también, por las coincidencias: “El psicoanálisis es ilusión pura”, dice Morán, y de ilusiones puras estaba repleto aquel chico mudo. Báñez proyecta en el tiempo y en el relato una época sobre otra, una parte sobre otra, y le deja al lector para que componga las formas de los campos electromagnéticos. Y, no demasiado hindú, parece sostener: “Pregunta qué es el lenguaje: conoce al que habla”.

Cuando la escritura devuelve la voz

Nota aparecida en Ñ (Clarín) de Lucas Mertehikian

En el siglo XVII, el poeta español Baltasar Gracián escribió que el concepto es el acto del entendimiento por el cual acercamos dos términos inicialmente alejados. La definición se ajusta a un artificio retórico típico del barroco de la época, pero bien puede servir como parámetro para nuestros gustos actuales: en literatura, paradójicamente, lo inesperado siempre es bienvenido. Y de una unión imprevista es que surge La cisura de Rolando, la última novela del platense Gabriel Báñez, porque es muchas más cosas de las que aparenta ser. Esta obra fue la ganadora del Premio Internacional Letra Sur, con un jurado integrado por Juan Sasturian, Martín Kohan y Claudia Piñeiro. Seguir leyendo acá.

06 enero, 2009

Intangible

En esa zona intangible donde comienza el desierto de Nasca, en Perú, las líneas no se divisan desde la superficie. Tampoco desde los mangrullos que se han levantado para observarlas. Hay que volar y volar en círculos para reconocer en toda su intensidad la imponencia de esos kilómetros cuya grafía muestra, desde la altitud de un biplaza, ballenas, águilas, picaflores, seres con escafandra y demás, pero en singular. A lo largo del desierto de Nasca los indígenas venden piedras que reproducen, pintadas, las líneas del desierto. Con el tiempo esas piedras van perdiendo los trazos y uno debe acudir a la memoria desde el aire para recuperar las formas. Es mejor. Los libros que guardan la escritura que uno bien recuerda pueden perderse, deteriorarse, desaparecer. El secreto de Nasca lo produce la reverberación del sol, la capa de calor que se estabiliza casi a ras del suelo formando una barrera invisible. Por allí el viento no pasa. Los surcos prevalecen. Miles de kilómetros guardan la memoria de esos libros jamás escritos, en lectura permanente. Lo que desde el cielo puede escribirse.

05 enero, 2009

Con uno basta

El rebaño ya no saluda, repite. El rebaño dejó de despedirse, de decir sensatamente “nos vemos”. O “hasta pronto”, “adiós”, “hasta mañana” o simplemente “chau”, uno solo, no dos. Con uno basta. El rebaño ahora imita “chau chau” obediente y duplica, en cantito, la entonación de la diva en la tele cuando aconseja vender las joyas que ella no vende. El rebaño dejó de despedirse, hace eco, “chau chau” dos veces, como una copia de lo que nunca va a abandonar, a dejar de ser. El rebaño rebaño.

03 enero, 2009

El Ulises nacional

Leer a Rodolfo Braceli es seguir de largo. Un suplicio. Cada vez que lo leo me pasa lo mismo: si quiero ir para allá, él me trae hasta acá. No hay modo. Esta vez hizo un retrato del Ulises Dumont que me recordó a Menchi Sábat, por el trazo, la delgada emoción de la línea, la ironía. R.B. debería ser la marca de un buen whisky de aquí a la vuelta. Para no leer con moderación, ver la nota que publicó en adn de "La Nación" acá.